La luz que entra por la pequeña abertura de las cortinas cae sobre mi rostro.
Sin abrir los ojos todavía, vuelvo una y otra vez a dar vueltas en la cama. Estoy decidida a quedarme unos minutos más, pero el sonido que provoca alguien tras golpear la puerta de mi dormitorio, me advierten que se me ha acabado el tiempo.
-Sam ya es hora de levantarte, tu abuela está sentada en la mesa esperándote para desayunar. No querrás que venga ella a despertarte. – Dice Alice, recalcando lo último con tono burlón, como si se estuviese acordando de alguna situación antigua muy parecida a esta.
-Ya voy. – Pronuncio entre dientes y con la voz ronca.
Lenta y perezosamente voy sacándome las mantas que me cubren hasta la cabeza. 7:30am marca el reloj que está sobre la pequeña mesa de madera al lado de mi cama. Me pongo mis zapatillas de levantar y camino sin despegar los pies del suelo congelado hasta el baño. Cojo mi cepillo de dientes y me lo inserto en la boca. Tengo unas ojeras tremendas y mi cara pide a gritos unas cuantas horas más de sueño. Camino hasta el closet un poco más a prisa, recordando que hoy juega el equipo de básquetbol del instituto, así que tengo que llegar tiempo a la última práctica y con mi traje de porrista puesto, además, hoy me toca estar en el centro del grupo así que tengo que lucir fantástica.
Como si nunca me viera así.
Observo como mi reflejo en el espejo me devuelve una amplia sonrisa. Me meto dentro de la ducha y demoro una eternidad en regular la temperatura del agua. Dejo que el chorro masajee mis músculos adoloridos por la práctica de ayer y trato de olvidarme de todo por un instante.
Mientras me seco con la toalla vuelven a tocar la puerta, esta vez la del baño y no es Alice, sino mi abuela.
-Sam, ya es triste desayunar sola, pero es aún peor que tu nieta te deje plantada ¿no lo crees?
-Perdóname abuela, no pensé que era una cita, ya termino no me queda nada- Digo riéndome y poniéndome el traje a la vez.
-Genial, porque decidí traer el desayuno aquí, ya que a tu abuelo se le ocurrió trabajar en la mesa y a dedicarse a discutir por teléfono, con quien sabe, y quien sabe de qué.
No respondo.
Hace bastante tiempo que ya no hablo con él, y ya ni siquiera menciono su nombre en nuestras conversaciones. No me preocupo de a dónde va, ni de dónde viene. Se ha vuelto insignificante en mi día a día. Es obvio que mi abuela se da cuenta que algo no anda bien, pero lo no tan obvio es por qué no me ha preguntado nada todavía, lo cual tiene su lado bueno, ya que no tengo ni una pisca de ganas de hablar de ello.
Cuando salgo, mi abuela está sentada y ya lista, tomando su acostumbrado té de cereza en la mesa pequeña que tengo en el balcón de mi pieza. Y sobre ella una taza de leche, con unas tostadas a la francesa en un pequeño plato al lado de esta. Mi abuela lee el periódico, o eso es más bien lo que intenta hacer, ya que entrecierra los ojos y distancia el papel un poco, buscando la posición perfecta para poder enfocar bien las palabras.
Hace tiempo que necesitaba unos anteojos, pero siempre decía "Ocuparé lentes el día en el que ya no pueda ver las estrellas" seguido de un "Y recuerda que el sol es una de ellas". Allá ella, yo ya había insistido bastante. Suponía que tenía que ver con sus amigas, ninguna de ellas usaba lentes. Unas viejas estiradas que no hablaban de otra cosa que no fuera hablar mal de los demás. "¿Vieron el vestido horrible que Susana se compró? ¡Era espantoso!" "Pobre Astrid, el anillo que le regaló su marido solo tiene tres diamantes, no cinco como el mío", se fijaban en absolutamente todo, todo era a sus ojos algo juzgable y yo no entendía como lo hacían, ya que tenían problemas de vista severos, incluso más graves que los de mi abuela. Nada se les pasaba por desapercibido, todo era condenable a su juicio. Un día escuché decir a la vieja más estirada "¡Dos, sí dos! ¡Dos cucharadas de azúcar en su café! ¿Pueden creerlo? Pues yo sí, por eso está tan gorda". Eran ridículas y yo no podía hacer nada al respecto, ni mi abuela podía, no le quedaba otra. Todos los jueves de las 18:00 a las 20:00 horas, estaba programada reunión con esas arpías..., quiero decir, educadas damas, esposas de finos caballeros, clientes muy adinerados de mi abuelo. Una vez al mes era en nuestra casa y yo me quedaba con Alice en la cocina ayudándola a preparar la merienda, que siempre tenía que estar, obviamente, perfecta. Solo una vez y me arrepiento de no haberlo hecho más, les jugué una pequeña broma. Unas pequeñas pastillas molidas de laxante por aquí y por allá. Fue muy gracioso verlas correr desesperadas con una mano metida en el trasero tratando de aguantar la respiración, ¡Adiós modales!
Pero lo que absolutamente no fue para nada divertido, fue limpiar el baño que da con el salón principal. Y es ahora que me acuerdo porque no volví a jugarles ninguna broma. Así que cuando vienen a casa, me limito a sonreírles mientras recuerdo sus caras abochornadas.
A pesar de las malas juntas, mi abuela nunca incorporó ese malicioso hábito, siempre fue una mujer hecha y derecha, una mujer bondadosa y de muy buen corazón, siempre haciendo las cosas bien. Sin duda es mi ejemplo a seguir, y sin ella no sería lo que soy ahora, siempre le voy a estar eternamente agradecida, porque cumplió su rol de abuela y de madre a la perfección.
-Que bello día para desayunar al aire libre.-comenta sonriente sin quitar los ojos del periódico y sin poder encontrar aún la posición adecuada para leer.
-¿Aire libre? ¿Es una broma?- vivir en medio de la ciudad no es exactamente una vida abundante de naturaleza, es más bien, como vivir en una botella.
-No seas negativa y respira, oooommm- cierra los ojos, probablemente para descansarlos luego de haberlos esforzado tanto.
Mi balcón no da precisamente al mar pero si se puede ver parte de él después de varios kilómetros a la distancia.
En medio del ejercicio de relajación de mi abuela, escuchamos un repentino bocinazo proveniente de la entrada.
Nick.
Nick, mi novio desde hace dos meses, el guapo, adinerado, con un muy lindo auto, capitán del equipo de basquetbol y el más popular de la secundaria, ese Nick, ese que es solamente mío.
-Me tengo que ir- agarro la última tostada y le doy un beso en la frente a mi abuela. Bajo las escaleras lo más rápido que puedo tratando de no caerme.
-Adiós Alice, adiós Lili, adiós Clever- Grito mientras abro la puerta y me meto la tostada a la boca.
Escucho un adiós en conjunto y un ladrido. Cierro la puerta y le sonrió a Nick, que está muy relajado en su porsche descapotable.
-Hola preciosa.-dice con su tono de voz más sexy.
Vielen Dank für das Lesen!
Una historia bien narrada, pero que cae en el cliche de describir la rutina de la protagonista (que no tiene nada de especial) con muchos detalles. La parte de la abuela si me pareció mas interesante.
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