Debajo de la cama.
Siempre, mi mayor miedo, estuvo debajo de la cama. No bajaba de ésta si era de noche, incluso si tenía muchas ganas de ir al cuarto de baño. Vivía con la idea de que algo saldría, agarraría mi pierna y me llevaría a su mundo. Que se hiciera de día, me aliviaba, porque hubo épocas en que este terror se convirtió en un gran problema que mis padres no sabían cómo solucionar. Por suerte, con el pasar de los años, todo esto quedó en un baúl dentro de mí que nunca volví a abrir. Tener un hijo hace que olvides tus propios miedos y te ocupes de los suyos. De darle de comer cuando toca, de vestirlo cuando toca… Y al verlo ir creciendo, no tienes otra preocupación que su felicidad.
Una noche, fui a su cuarto a darle las buenas noches. Él es un buen chico, que me espera sonriente para que yo le bese la frente antes de quedarse dormido. Cuando acabé, me fui, cerrando tras de mí la puerta. Por otro lado, él se quedó mirando cómo hacia todo eso hasta que se agachó a mirar debajo de su cama.
Y ahí estaba, el monstruo de grande sonrisa y ojos salidos.
- ¿Lo hice bien?-preguntó mi hijo. El ser se carcajeó.
Pronto sería suyo.
Porque debajo de la cama, estaba mi mayor miedo.
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