cathbrook Catherine Brook

Huyendo de su destino, la joven Arleth se oculta en Londres trabajando de institutriz. Su expectativa era enseñar a una joven tranquila y afable las buenas maneras, pero jamás se imaginó que se encontraría con una familia de locos y un hombre encantador que le traería más problemas de los que ya tenía. Richard Allen era conocido por su reputación de granuja. No obstante, es algo superficial porque sus ideales y propósitos van mas allá de lo normal. Testigo de que el amor existe, sabe que cuando lo encuentre su vida cambiará. Y cambia antes de lo esperado: atraído por la lecién llegada a su casa, decide ayudarla a resolver sus problemas, olvidándose de que por su apellido es muy posible que consiga justamente lo contrario.


Romantik Historisch Nicht für Kinder unter 13 Jahren.

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Prólogo

No era su padre.


Si a Arleth Ritter le había quedado alguna duda de que Roger Ritter, barón de Plymouth, no era su padre, fue disipada en el momento en que este le anunció, con total indiferencia, que había dado su mano en matrimonio a su vecino, el Señor Travers, quién, además de tener edad suficiente para ser su abuelo, era un ser desagradable que siempre la veía con lascivia.


Ella siempre tuvo sus dudas de que el hombre que se proclamaba su progenitor en realidad no lo era, pero ahora estaba segura. Ningún padre que se preciase daba la mano en matrimonio de su única hija a alguien que no le reportaría ningún beneficio, solo para deshacerse de ella. Normalmente estos buscaban obtener alguna retribución en los acuerdos de matrimonio, pero este no era el caso. El señor Travers no poseía mayor fortuna que su padre, no tenía gran patrimonio, ni contactos o familiares útiles. Era un simple hacendado sin esposa ni hijos que disfrutaba observando con malicia a las jóvenes, y el único beneficio que su padre obtendría de él, era que quitaría a su hija, o mejor dicho, a la que se vio obligado a criar como tal, de su camino.


Desde que tenía uso de razón, Arleth recordaba los desprecios que su progenitor le dedicaba a ella y a su madre, pero nunca llegó a comprender del todo los motivos. Su madre siempre le decía que era un hombre con un carácter fuerte, y que era mejor no molestarlo. Arleth siempre le hizo caso, pero parecía que su sola presencia en su casa bastaba para que el hombre enfureciera. En una de sus borracheras le gritó que su madre era una zorra, y que ella no era su hija. Por su bien emocional, ella había decidido no creerle, pero ahora, todas las pruebas habían sido puestas sobre la mesa y no había duda al respecto.


Limpiándose una lágrima traicionera, dobló con cuidado el último vestido de su armario y lo colocó la improvisada bolsa de viajes. No iba a casarse con ese desagradable hombre, y no iba a quedarse ahí para ver como su padre enfurecía con su decisión.


Repasó mentalmente que llevaba todo lo que necesitaba, cogió las dos bolsas de viaje, y salió de su habitación. Un baúl hubiera podido transportar más cosas, pero no tenía manera de transportarlo, por lo que debía conformarse con llevar lo básico, aunque, pensó con ironía, no es que tuviera mucho. Su padre la consideraba un gasto innecesario, por lo que solo la surtió de lo esencial para estar decente.


Salió de la casa y lanzó una última mirada melancólica al lugar donde había crecido. A pesar de todo, tenía buenos recuerdos del lugar. Las salidas a caballo, las conversaciones con su madre frente al fuego de la chimenea. Era su casa y era posible que jamás regresara a ella, pero debía seguir adelante, su futuro dependía de sus fuerza de voluntad para enfrentar las dificultades.


Su vestido negro, signo del luto que llevaba guardando desde hace seis meses por la muerte de su madre, se camuflaba con la noche, por lo que no le supuso ninguna dificultad llegar hasta el establo sin ser percibida. Los mozos de caballerizas debían de estar dormidos, así que tampoco hubo inconveniente en tomar a su yegua, ensillarla, colgarle las bolsas de viaje, y montar hasta alejarse de la hacienda.


Siguiendo un plan perfectamente trazado, Arleth atravesó sus tierras y cabalgó hasta la propiedad de los duques Newquay, donde la esperaba su apoyo.


Sus manos, tensas en un intento de controlar el nerviosismo, pusieron inquieto al caballo, pero no se detuvo hasta que llegó a su destino. Paró en la puerta principal y bajó del caballo apretando contra si el chal para que el frío no le calara los huesos. La puerta principal no tardó en abrirse y la figura menuda de la joven duquesa de Newquay apareció ante sus ojos. Su cabello rubio resaltaba en la oscuridad de la noche y sus ojos verdes miraron a ambos lados como si quisiese confirmar que nadie era testigo de lo que estaba a punto de hacer. Cuando pareció estar satisfecha, salió, tomó las riendas del caballo, y le entregó un sobre.


—El carruaje está fuera de las caballerizas. Di a los criados en Londres instrucción de recibirlo cuando lo lleves ahí. Mi esposo se ha encargado de escribir las mejores referencias de tu persona y espero que baste para que consigas el empleo que desees—tomó una de sus manos y dijo con cariño fraternal—muchísima suerte.


Arleth contuvo las ganas de llorar y le dio un gran abrazo a su incondicional amiga. La duquesa de Newquay no tenía mas de veintitrés años, tres más que ella, y había llegado al pueblo hace poco mas de un año, cuando se casó. Arleth la había conocido por casualidad y entre ambas se había formado una amistad que había perdurado hasta ahora. Sabía que nadie más se hubiera atrevido a ayudarla con su plan, y que Rachel y su esposo estuvieran dispuesto a hacerlos, a costa de que algo saliera mal, les daba su eterno agradecimiento.


Guardó en su abrigo la referencia que el duque tan amablemente había escrito. Su plan era viajar a Londres y conseguir un trabajo como institutriz, alegando haber trabajado antes para la hermana del duque, pero diciendo que se había cansado del campo y por eso buscaba nuevas oportunidades en la ciudad. Al fin y al cabo, los duques de Newquay no eran muy citadinos y pocas veces viajaban en Londres, ni siquiera por la temporada. Nadie tendría dificultad en creerle, y con una referencia en mano, puede que su joven edad no resultara inconveniente. Por prevención, diría que tenía unos cuantos años más de los que aparentaba.


—Muchas gracias, en verdad. Les estaré eternamente agradecida. —le dijo Arleth separándose un poco y limpiándose una lágrima traicionera que rodaba por su mejilla.


—Estaremos felices cuando nos digas que has encontrado un galante caballero que se casará contigo y te librará de las garras de tu padrastro. 


Arleth sonrió. La duquesa era muy fantasiosa.


—No soy una dama en apuros. Me las arreglaré sola, no necesito a alguien que me saque de problemas.


—Pero lo encontrarás—vaticinó Rachel—sé que lo harás.


Arleth prefirió no contradecirla. Las institutrices difícilmente se casaban, y menos con caballeros como los que seguramente imaginaba Rachel, galantes, guapos, y de buena cuna. Tendría suerte si conseguía a algún banquero, o doctor que quisiera tomarla como esposa. Después de todo, en Londres no sería Arleth Ritter, hija del barón de Plymouth, sino Arleth Cramson, una joven de clase media más que se ve obligada a trabajar para ganarse la vida.


—Toma—dijo Rachel tendiéndole una pequeña bolsita—te ayudará por si no encuentras trabajo de inmediato.


La muchacha se percató de que la pequeña bolsa contenido varias libras y negó con la cabeza.


—No puedo aceptarlo—afirmó—es mucho dinero.


—Son solo veinte libras—insistió la duquesa—te ayudará a sobrevivir mientras encuentras trabajo, y a comprar quizás ropa...


—No necesito más ropa—protestó—aún me quedan seis meses de luto, y sabe que casi todo mi guardarropa es oscuro, perfecto para una institutriz.


Rachel hizo un puchero. Arleth sabía que sus intenciones era que se comprara lindos vestidos con los que llamara la atención de guapos caballeros.


—Aún así, tómalas. Como un último favor.


Arleth las aceptó, pero solo porque la conocía lo suficiente para saber que Rachel no recibiría un no por respuesta. Su amiga sonrió, y dándole un último abrazo, la guio hasta uno de los carruajes sin blasón de los duques que había preparado para la ocasión. Se percató de que unos lacayos viajarían con ella, pero antes de que pudiera protestar, la muchacha se defendió diciendo que era muy peligroso que una dama viajara sola por la noche, y literalmente la empujó al carruaje antes de que pudiera decir palabra.


Mientras veía las figuras difusas de las casas del pueblo desaparecer, Arleth cerró los ojos un momento y pensó en positivo. Llegaría a Londres, encontraría un trabajo en alguna casa de buena reputación, enseñaría a una niña tranquila las buenas formas, y sobre todo, viviría una vida calmada y libre de problemas.

18. September 2018 00:34 13 Bericht Einbetten Follow einer Story
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Cinthia Garza Cinthia Garza
Como lo puedo leer?
March 08, 2019, 15:39
MH Maria Isabel Huertas
Ha dicho libre de problemas? Creo que va a ser que no...al contrario.....
February 01, 2019, 19:53
Norma Ze Norma Ze
bello
January 10, 2019, 14:41
Norma Ze Norma Ze
Bello
January 10, 2019, 14:31
XL Xoch Lorono
Una vida tranquila! Ya veremos ... 😉
January 08, 2019, 05:27
Michi He Michi He
Hooooooo
October 29, 2018, 16:09
SL Sandra Lorena
sí es lo que creo, estás muy equivocada😀😀😀💞
October 21, 2018, 12:37
~

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