Viajando hacia aquel lugar desconocido y novedoso, poco a poco el paisaje comenzó a cambiar de aspecto. Ya no era aquella ruidosa y saturada carretera interprovincial, que unía las ciudades más importantes de la zona; y que sembraba a todo su largo una infinidad de casas, galpones, fábricas y oficinas que destruían sin piedad lo hermoso del paisaje campestre circundante. Todo vestigio de modernidad iba quedando atrás, y un nuevo tipo de paisaje comenzaba a aparecer: praderas interminables de forraje, plantaciones de manzanos, cientos de cabezas de ganado pastando tranquilamente bajo el cálido sol de primavera; mientras que a lo lejos se divisaban algunas casitas de madera que hacían recordar que a pesar de la paz y la quietud del lugar, aún vivía gente por aquellos lados. Y no es que el valle de Amanecer se tratara de un lugar perdido en el mapa. Al contrario, sus fértiles tierras y su clima privilegiado la hacían una zona agrícola y ganadera por excelencia, una fuente de recursos y ganancias para todos aquellos que viven día a día de la tierra.
Aunque todo el movimiento administrativo y financiero se realizaba en la vecina ciudad de San Miguel, el pequeño pueblito de Villarabia no dejaba de ser un típico y encantador caserío, que inevitablemente atraía a cualquiera que visitase la región. Sus estrechas y polvorientas calles no eran obstáculo para admirar sus construcciones coloniales, llenas de detalles barrocos en madera, grandes jardines interiores y el colorido de sus casas; sin contar con su centenaria plaza de armas, recordando al visitante que alguna vez Villarabia había sido un importante punto estratégico durante el último siglo y que la recesión del 29 había sido la causa de su inminente caída. Sólo el cultivo de la tierra pudo volver a hacer brotar el valle de Amanecer a un nivel que lo sacara de su estancada pobreza.
Pero todas aquellas historias antiguas eran de sin importancia para Constanza. Lo único que le importaba en aquel momento eran aquellas merecidas vacaciones que desde hacía tiempo estaba esperando. Aunque estas estaban fuera de tiempo y le significaría perder algunos días de clases, necesitaba con urgencia salir del devastador ambiente que se vivía en su hogar. De lo contrario, ella también terminaría totalmente enferma como lo estaban sus padres en ese momento. Fue por eso que no lo pensó dos veces cuando su tío Ramón la invitó a pasar unos días en su nuevo terreno, que se había comprado hacía tres meses en el valle de Amanecer. El cambio de aire y la tranquilidad del campo le harían bien. Y así, aquella mañana muy temprano, tomó el destartalado y además único bus que hacía el recorrido hacia el pueblito de Villarabia desde San Miguel de Amanecer.
Luego de dos largas horas de viaje, el bus llegó al final de su recorrido. Entre medio de cajas de mercadería y de bolsos y maletas, Constanza logró bajar del pequeño bus, y por primera vez pudo contemplar aquel apartado y pintoresco pueblo. Pero a causa de sus problemas familiares, no pudo apreciar del todo bien aquel encantador lugar. Sólo pudo reaccionar y volver a la realidad al escuchar la voz de su tía Margarita, quien la llamaba desde el otro lado de la calle:
-¡Constanza! ¡Hija! ¡Que bueno que hayas llegado! ¿Qué tal estuvo el viaje?
-Sin ninguna novedad
-Es una lata viajar en esa micro. Pero qué se le puede hacer si no hay otra forma de llegar. ¿Tienes hambre? Tu tío nos espera en la parcela. ¡Te va a encantar nuestra nueva casa! ¿Y cómo estaban tus papás?
-Igual. Las cosas entre ellos no parecen mejorar.
-¡Ya! ¡Cambiemos de tema! Viniste aquí para descansar. Te preparé una tarta de manzanas como a las que a ti te gustan. ¡Aquí sobran las manzanas!
Su tía seguía hablando y hablando. Y a pesar de que la estimaba mucho, en ese momento Constanza no estaba de ánimos para prestarle atención. El viaje debía continuar. La casa de sus tíos quedaba a las faldas de una pequeña colina y el camino era algo pesado como para ir muy rápido, así que había que esperar otro poco más.
El paisaje parecía de lo más común y corriente. Constanza sólo veía pasar árboles y más árboles a través de la ventana del auto. Pero antes de que el camino asfaltado terminara y diera inicio al de tierra por el cual debían seguir, un hermoso y frondoso parque llamó la atención de la muchacha. Sus tupidos árboles apenas dejaban ver los suaves contornos de la colina en la cual el parque estaba situado, y hermosas figuras de mármol adornaban los senderos de piedra lisa que recorrían sus interiores. No había duda de que aquel lugar era uno de los favoritos de los habitantes de Villarabia para salir a pasear. Prueba de ello eran aquellas familias que caminaban por ahí, aprovechando las frescas sombras de aquella prístina tarde de domingo. Un deseo incontenible de visitarlo se apoderó de Constanza y no tardó en preguntarle a su tía:
-Que hermoso parque tía Margarita. ¡Debe ser enorme! ¿Podremos venir a visitarlo?
-¿Parque? ¿De qué parque me hablas?
-De aquel parque que acabamos de pasar.
-¡Oh! ¡Hija mía! ¡Ese no es un parque! ¡Es el cementerio de Villarabia!
-¿Cementerio? Pues no lo parecía.
-¡Así es! Es un cementerio único. Está todo tan bien arreglado que da el aspecto de ser un verdadero lugar de camping.
-¡Ya veo! Pero igual me gustaría visitarlo.
-¡Oh! ¡No! ¡No creo que ese sea el lugar adecuado para que te olvides de tus problemas Constanza! ¡Tú necesitas divertirte, no visitar un antiguo cementerio! ¡Y creo que conozco a alguien que podrá ayudarte en ello!
-¡Ah! ¿Sí? ¿Quién?
-¡Rodolfo, el hijo de nuestro vecino!
-¡Ah!
-Es un joven muy amable y muy simpático. Este año entró a Agronomía. ¡Es muy inteligente!
-¡Ya me estás buscando pololo tía Margarita!- sonrió Constanza- ¿No crees que debe ser algo mayor para mí?
-No lo creo. Apenas tiene veinte y tú ya cumpliste los dieciséis. No le veo ningún problema. Es la diferencia de edad que tenemos tu tío y yo.
-¡Ahora me estas casando!
-¡Eso es siempre una posibilidad!- recalcó tía Margarita. Ambas mujeres continuaron su camino, pero pronto tía Margarita comenzó a disminuir la velocidad hasta entrar en un pequeño camino de tierra, casi imperceptible entre las enormes matas de moras que cercaban el camino. El viaje continuó un par de metros más adentro, y pronto un pequeño chalet de madera apareció frente a ellas en medio de un hermoso y florido jardín de rosas -¡Hemos llegado! ¿Qué te parece?- preguntó bajándose de la camioneta.
-Es una casa muy bonita.
-¡Y lo mejor de todo es que el terreno nos salió una ganga! ¡Vamos! ¡Entremos que tu tío debe estar preocupado!- Y diciendo esto las dos mujeres entraron al pequeño chalet.
Una vez dentro, y después de saludar a su querido tío Ramón, Constanza desempacó sus cosas. La casa era pequeña, pero muy acogedora, y Constanza podría tener su propia habitación. Sus tíos llevaban muchos años casados, pero la naturaleza les había negado el placer de tener hijos. Es por eso que cada visita de algún sobrino era toda una celebración para esta pareja, y Constanza no era precisamente la excepción.
Desde la ventana de su cuarto, Constanza podía ver ampliamente el valle de Amanecer, salvo del sector que quedaba detrás de una marcada loma frente a la colina de sus tíos. El resto era sólo campo y algunas casas a lo lejos. El paisaje la alegró, algo le decía que estas serían unas vacaciones que jamás olvidaría.
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