kiritokun96 Pablo Frau

Esta es la historia de Jacinto De la Vega, un chico de la Sevilla del siglo XVIII que quiso cambiar el destino que su familia le impuso, por lo que fue repudiado y castigado. Un día se despierta en un mundo completamente distinto al suyo, un mundo que le impondrá otro destino, cargar con la esperanza de todos sus habitantes y librarlos del caos y la destrucción que se les avecina.A pesar de que es un simple monaguillo, no te decepcionará.


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Recuerdos de otra vida

Sevilla, España, año 1854.

De nuevo aquella terrible sensación de intranquilidad volvía a rondarme en sueños, era la señal encargada de anunciar que el día más terrorífico del año había llegado; El día del mártir.

<<No te despiertes Pablo, por tu bien >> –me repetía con la esperanza de sumirme en un sueño del cual no pudiera despertar.

Repentinamente, y para devolverme sin piedad a la realidad, un torrente de dolor empezó a subir por mi pierna. Abrí de golpe los ojos, bañados un mar de lágrimas y lancé un grito que hizo estremecer por completo mis cuerdas vocales.

La primera imagen que tuve de aquel fatídico día, fue la de un viejo cuchillo, oxidado y mugriento, clavado en mi muslo derecho. Por acto reflejo, acerqué mis temblorosas manos al puñal con la intención de arrancarlo, pero mi hermano fue más rápido. Lo agarró con fuerza, y lo sacó de un tirón desgarrándome por completo musculo y piel. Me retorcí de dolor mientras me apretaba con desesperación la almohada contra la cara.

El demonio en persona se había tomado la molestia de hacerme una visita, ya era 20 de Abril.

La cara de mi hermano, espeluznante como el abismo más oscuro, reflejaba odio, rabia, y ganas de partirme en dos. Los vínculos familiares entre nosotros, no tenían cabida alguna en aquella ecuación.

– Ahora comprendes lo que se siente ¿Verdad monje? –me preguntó mientras hacía bailar la hoja oxidada alrededor de la herida –!La próxima vez irá al corazón!

No podía articular palabra. El miedo se convirtió en dueño y señor de mi cuerpo, quedé paralizado por completo. Helado y pálido, como si la mismísima muerte me martirizara antes de llevarme a la tumba.

Tras fallecer mi abuelo en la Batalla del Guadalquivir, el 20 de Abril de 1781, mi hermano celebraba El día del mártir convirtiéndome a mí, de su misma sangre, en un sujeto de torturas con el cual desahogarse, por el simple hecho de no compartir ni ideales ni metas.

Siempre me pegaba puñetazos, patadas, y hasta me hacía comer cosas que ni la persona más famélica del mundo comería, no obstante, aquel día sobrepasó el límite. Me apuñaló en el muslo sin piedad.

¿El origen de todo aquello? Sueños diferentes. Él quería llegar a ser parte de los altos cargos del ejército y defender el país << Con sus estúpidos juramentos que se pasaban todos por la piedra sin remordimiento alguno >>, mientras que yo... Yo solo quería ver una realidad más allá de aquellas lúgubres murallas, explorar nuevos territorios y culturas, sentir la magia del mundo que me rodeaba. Pero por desgracia, aun me quedaba mucha basura por tragar.

Gracias al aprendizaje que hallé en los libros, conseguí evadirme de la triste realidad que me rodeaba, por lo que me dedicaba prácticamente todo mi tiempo a devorar manuscritos con Celia en la biblioteca de la iglesia. Sin embargo, el precio a pagar fue caro: El cariño de mi familia, por lo que fui bautizado por mi hermano como "desecho sin honor" <<¿Bonito eh? Uno se acostumbra con el tiempo>>

–¿No te da vergüenza hacer sufrir así a tu propio hermano? –Le recriminé intentando no derramar más lágrimas

–¿Hermano? –Me agarró del cuello con mucha fuerza y rabia –¡Hermanos son los que viven y están dispuestos a morir por ti en el campo de batalla! ¡Hermanos son los que luchan por defender sus tierras sin importarle su vida ! –Me lanzó bruscamente contra el cabezal de la cama–¡Mi abuelo, murió por salvarte a ti y a todos nosotros, y tu lo único que haces es leer y leer, no tienes valor, no tienes honor, no tienes nada! ¿Y pretendes que te llame y te trate como un hermano? –Acto seguido me escupió y se fue.

Toda mi familia pertenecía a los rangos más altos del ejército,los niños de las familias de guerra pasaban toda su infancia entrenando muy duro para defender el país, excepto yo. Mi padre, había conseguido que legalmente pudiera evitar entrar en la milicia , con la condición de incorporarme a la Iglesia. Pero en fin, era la única manera de leer, y poder dedicarme al conocimiento.

Lo peor de todo, es que tuvo que suplicar como el que más para impedir que me convirtiera en soldado, dado que por desgracia, él era el único que entendía y valoraba lo que yo quería hacer, sin importarle el respeto que pudieran perder hacia nosotros. Algo que afectó mucho a mi hermano, de ahí las constantes torturas.

Pero al fin y al cabo, vivía en un mundo en el que matar, ya fuera en nombre de Dios o tu familia, estaba justificado. Si no hubiera idiotas como mi hermano, no habría luchas, ni conquistas violentas, no habría necesidad de defender nada, <<los que sobran son ellos>> pensaba siempre.

Tras aquel despertar a manos del demonio, tenía que ir a curarme la herida cuanto antes, había una alerta por una extraña enfermedad que estaba cobrándose las vidas de varias personas, así que se nos había informado de mantener las heridas lo más higiénicas posibles, y yo tenía una bastante grande en el muslo. Mi única esperanza, sólo Celia, una chica de mi Iglesia con la cual comparto el mismo sueño y me devuelve las ganas de vivir que mi propio apellido borra.

El plan debía ser conseguir salir de la casa, supuse que alguien se apiadaría de mí y me me llevaría a la Iglesia. Pero empezábamos bien, solo conseguí caer de bruces al suelo, el dolor podía conmigo. Volví a sentirme un deshecho, pero esta vez, era un deshecho cargado de rabia e ira, así que desde abajo y con mucho esfuerzo me apoyé en una silla para levantarme.

Ya casi lo tenía, me agarré a la pared como pude, e intenté llegar a mi objetivo: la puerta. Caminaba a duras penas, y no podía aguantar mucho más tiempo aquel dolor, así que me recosté como pude sobre en la vieja puerta de madera de mi habitación. Estaba exhausto, necesitaba respirar un poco antes de salir al mundo exterior.

Mientras estaba apoyado, oí un crujido. Supe que no era mi día. La puerta se abrió de golpe haciéndome caer al suelo. Mi cara se frenó contra uno de los mil charcos de fango que las lluvias habían formado en la calle. El olor que desprendía la ciudad era vomitivo, olía a pescado podrido y heces, pero a la gente parecía no importarle ni lo más mínimo.

Cuando conseguí despegar la cara del frío barro, me percaté de que El día del mártir todavía estaba lejos de terminar.

Para mi desgracia, mi hermano estaba justo enfrente, en la taberna, observando mi caída como si de un espectáculo de humor se tratara.

Dejaron las cervezas en la mesa y empezaron a caminar en dirección a mí, eran cuatro y mi hermano el cabecilla del pelotón.

Solo rezaba con la esperanza de que en su interior, se encendiera la figura fraternal que todo hermano debe tener y ayudara a levantarme, pero eso era pedirle demasiado al diablo. Lejos de tenderme la mano, lo que hicieron aquellos salvajes fue mearse en mi herida sin desazón. << Estúpidos hipócritas.. >>

Ya, cansado de darles el gusto de verme sufrir, me aferré desesperadamente a la última gota de orgullo que me quedaba, y me rendí al terrible escozor que provocaba la orina en contacto con la herida abierta.

–¿Así es como defendéis a vuestro pueblo? ¿Esa es la lealtad hacia los valores que jurasteis defender?–Iba alzando la voz cada vez más con la esperanza de que viniera alguien a ayudarme.

–¿Como lo defenderías tu? ¿Lanzándoles libros? O espera, espera, todavía mejor,¿hablando?–tras ese comentario todos empezaron a reírse a carcajadas, como si ser civilizado fuera algo de lo que avergonzarse.

Acto seguido, me volvió a escupir, y con la misma cara de perturbado de antes, se agachó lentamente para agarrarme del pelo con mucha fuerza, y decirme sin pena ninguna:

–¡Suplica por tu vida, aquí, delante de la gente como padre tuvo que suplicar para que el cobarde de su hijo no tuviera que dar la vida por su pueblo! –dijo para después, invadido por la rabia, clavarme la cara contra el fango.

Sentía que todo lo que defendía y rendía pleitesía era completamente inútil en aquella sociedad. Ya estaba harto, así que por primera vez respondí.

–¡Prefiero mil veces morir torturado a ser salvado y deberle mi vida a alguien como tu! –le devolví el escupitajo y saqué una pequeña navaja que siempre escondía en mi bolsillo, para instertársela con todas mis fuerzas a la altura de su rodilla.

Por lo que me contaron más tarde, me había golpeado tan fuerte que perdí el conocimiento. No recuerdo nada más sobre aquel suceso, solo el despertarme de nuevo y ver la cara que más tranquilidad me podía transmitir. Era Celia, mi compañera de orden.

Tenía la misma edad que yo, pero lo mejor, era que compartíamos las mismas aficiones. Leíamos juntos hasta altas horas de la noche, e inventábamos historias sobre aquellos lugares que se nos presentaban en los libros.

Sobre su aspecto, todo lo que podía decir de ella era inmejorable, era preciosa. No tenía nada que ver con el de las chicas de la ciudad. Su pelo de un rojo rubí intenso, marcaba la diferencia con el castaño y oscuro del resto de chicas. Aunque lo que más me impresionaba eran sus ojos, eran de un azul capaz de competir contra el de cualquier océano que haya podido surcar el hombre.

Era una chica muy alegre y risueña, siempre llevaba esa preciosa sonrisa a todos lados, era su marca característica.

A pesar de ser tan joven apuntaba a un ascenso en la jerarquía eclesiástica, ya que era con diferencia la mejor de las estudiantes. Le gustaba quedarse hasta muy tarde en la biblioteca a leer y empaparse de todas las historias que habían quedado plasmadas en aquellos libros. Me quedaba casi siempre con ella y debatíamos sobre muchos temas, pero su favorito era la filosofía. Conocía en gran parte todas las corrientes filosóficas que habían surgido hasta el momento, pero cuando se trataba de la griega, lo sabía absolutamente todo. Era increíble, nunca dejaba de informarse y conocer sobre el mundo fuera de aquellas sucias murallas. Nuestro sueño era el mismo, salir de aquel lugar.

Por lo que me contó una noche, había llegado a la iglesia siendo un bebé abandonado por sus padres con una nota explicando que no querían hacerse cargo de ella. Yo creo que cualquier persona de su edad, al saber que sus padres están vivos, hubiera tratado de contactar con ellos, excepto ella, que no quería saber absolutamente nada. Yo era su único amigo y familia, y viceversa, yo también estaba solo.

–Me alegra de que seas tu –le confesé a duras penas, todavía me duraba la conmocióo. Me respondió con una sonrisa que devolvió el calor perdido a mi corazón. << Si, lo sé, suena cursi, pero lo siento queridos lectores, es lo que sentía cada vez que veía esa sonrisa, no lo podía evitar >>

–Te trajo tu hermano hace unos días, – respondió con preocupación –estabas inconsciente y con una herida enorme en la pierna, no nos dijo que te había pasado, simplemente te dejó aquí. Pero supongo que fue el quien te hizo esto ¿verdad?

Le dedicó una suave caricia a mi pelo que , erizó el resto de los que tenía en el cuerpo

–Por desgracia si... todavía sigue molesto por querer dedicarme a los libros, las cosas cada vez se ponen peor Celia... necesito salir de aquí cuanto antes.

Las cargas familiares y el destino que se me impuso a la fuerza fue algo que me trajo muchos problemas a nivel emocional. No quería relacionarme con nadie, me sentía débil en todos los aspectos, pues estaba muy lejos de los estereotipos impuestos por mi familia y la sociedad en la cual vivía.

–¿Pues que te parece si nos marchamos ya? No tenemos motivos para quedarnos aquí, Pablo. Yo no tengo familia y tu, pues como si no la tuvieras –decía mientras entrelazaba suavemente sus manos con las mías. Eso era exactamente lo que necesitaba oír.

–¿Como lo haremos Celia? –Pregunté desesperado, ya que necesitaba salir de aquel lugar fuera cual fuera el coste.

Me miró con la confianza que a mi me faltaba, pero no me respondió, simplemente alargó el dedo meñique y lo entrelazó con el mío.

Acercó su frente a nuestros dedos y empezó a rezar en una extraña lengua que no había escuchado nunca. Era un rezo un tanto peculiar, transmitía mucha paz, y era muy agradable ; las letras combinaban produciendo una extraña sensación de musicalidad, era increíble.

–Ahora desea con fuerza que ocurra, aunque te vaya la vida en ello –susurró cerca de mi oreja derecha, ya que en la izquierda hubiera sido inútil. El bastardo de mi hermano me destrozó el tímpano con un palo en el anterior "Día del mártir".

No sabía realmente a que se refería con " aunque te vaya la vida en ello" pero la hubiera dado con gusto por conseguirlo.

Empecé a desear fuertemente una vida lejos de aquel lugar, sentirme por primera vez realizado y valorado con lo que hacía, y de repente un chispazo verde salió de nuestros dedos iluminando por completo la lúgubre habitación. Mis ojos se abrieron como platos tras contemplar aquella luz. Me dispuse a preguntarle sobre lo ocurrido, pero llegó Fran para interrumpir de un portazo la mágica escena.

Estaba pálido como un muerto, de hecho, no hubiera podido distinguirlo de un cadáver. El sudor caía a chorretones por su grasienta y rolliza cara, e hiperventilaba como si su vida dependiera de cada bocanada de aire que daba.

–¿Fran estas bien? –Preguntó Celia acercándose hacia él.

–¡Tengo ordenes de arriba, están llegando los bárbaros a la muralla, hay que esconderse ya!

Por acto reflejo, agarré un trapo que había apoyado en el cabezal de la cama y me dispuse a taponar la brecha, pero tenía la pierna completamente normal. Desvié la mirada hacia Celia buscando una respuesta a aquello. No dijo nada, se limitó a guiñarme el ojo y volverse hacia la puerta.

Salimos corriendo de la habitación como hormigas huyendo de su hormiguero.

Desde las ventanas, se podía ver la catástrofe que se le avecinaba a Sevilla, aunque no era necesario ser muy listo para saber que lo que había que ponerse era a rezar, y no a correr.

–¡Esperad chicos! –gritó Fran parándonos en seco. –¿No sería mejor quedarnos aquí y escondernos? Pronto entrarán a la ciudad y nos conocemos esta iglesia mejor que nadie, nunca nos encontrarían.

Nos pareció a todos una buena idea, hasta que una piedra del tamaño de una vaca adulta, golpeó una de las casas que se encontraban cerca de la iglesia, derribándola completamente. La adrenalina se me disparó de golpe tras haber visto a la muerte soplándome la nuca.

–¡Esto se viene abajo, hay que salir de aquí ya! –Les gritaba mientras tiraba de sus brazos con la intención de huir de aquel lugar.

Empezamos a descender rápidamente por la claustrofóbica escalera de caracol que conectaba los dos pisos. Recuerdo con claridad aquel agonioso y tenso momento. Solo se escuchaba el sonido de nuestra respiración rebotando en aquellas estrechas paredes y los gritos de doloro de la gente a pie de calle.

Al llegar a la primera planta, corrimos directos hacia la puerta que comunicaba con la vía principal. Nos quedamos en silencio delante de aquel viejo portón, que no parecía ser capaz ni de soportar el soplido de un nórdico, apoyé mi temblorosa mano sobre la puerta y los miré a los dos.

–A la de tres... una... dos... y ¡TRES! –gritamos al unísono abriendo de golpe el portón.

Todavía no habían conseguido entrar en la ciudad, pero el paisaje parecía el mismísimo infierno. Los incendios, provocados por las piedras envueltas en fuego que iban cayendo constantemente del cielo, se tragaban las casas y las vidas de las personas que en aquel momento estaban dentro. Mientras que los soldados, corrían de arriba abajo asustados o probablemente borrachos tras no esperarse una catástrofe de aquel calibre.

Los nórdicos aprovecharon que los soldados de mayor rango habían salido de la ciudad, y que los que quedaban para defendernos solo eran idiotas embutidos en armaduras. Entre ellos mi estaba mi hermano.

Nos escondimos unos segundos en un estrecho callejón anexo a la iglesia, con la intención de barajar nuestras escasas opciones.

–¿Fran tienes un plan? –le pregunté esperando que por lo menos él si lo tuviera, ya que se pasaba el día haciendo mapas de la ciudad.

No me respondió, simplemente se limitó a fruncir el ceño en silencio, pensando en como sacarnos de ahí.

La gente, que corría despavorida por la calle de al lado, cambió sus gritos de auxilio por un terrorífico: "los bárbaros ya están dentro". Por suerte para nosotros, los bastos párpados de Fran se separaron mostrándonos el brillo del éxito en sus ojos.

–¡Lo tengo! –exclamó levantándose del suelo con demasiada agilidad para el tamaño de su cuerpo. –¡No hay tiempo, solo seguidme!

Nos pusimos de pie y salimos del callejón a toda velocidad. La sensación de inquietud de no saber si en la siguiente esquina nos estaría esperando la muerte con la guadaña en mano, me carcomía por dentro. Pero no nos quedaba otra que seguir avanzando por aquel terrorífico escenario.

Para cuando volteamos la esquina de la panadería del viejo Tomás, una piedra descomunal se cruzó delante del Sol, como si de un eclipse se tratara, para caer sobre el único hospital que había en la ciudad. El cual se encontraba a solo varios metros de nosotros.

El resultado fue devastador. Cientos de pedruscos salieron despedidos tras el impacto, sepultando a las personas que se encontraban huyendo por las cercanías. Entre aquellos desafortunados estaba Fran, un bloque de piedra del tamaño de un melón, le dio de lleno en la cabeza haciéndole añicos el cráneo. El sonido del hueso quebrándose fue algo que no iba a olvidar nunca. Por suerte, tanto Celia como yo salimos ilesos de aquella lotería.

Debíamos trazar un plan de nuevo, la única persona que tenía una salida coherente, estaba muerta, nos habíamos quedado sin guía. Nos sentamos en el suelo, debajo de un puesto de verduras como si eso nos pudiera resguardar de algo.

Estaba desesperado, la presión de la situación cada vez me podía más, y no era capaz de pensar con claridad.

"Piensa Pablo, piensa" –me repetía mientras me daba golpes con la mano en la cabeza.

Por un momento, los gritos de dolor de la gente desaparecieron. La gente seguía gritando, pero yo no lo oía. Solo escuchaba el extraño rezo de Celia de nuevo. El caos que reinaba en mi mente se disipó por completo para dar paso a la imagen de nuestra vía de escape. Teníamos una posibilidad y no estaba lejos.

–¡Lo tengo ! –Celia paró de rezar y de nuevo volví a escuchar los gritos, pero esta vez tenía un plan – ¿Recuerdas el pozo al que solíamos ir cuando el padre Roldán nos sacudía por jugar juntos?

Asintió con la cabeza como si tuviera plena confianza en mí. La agarré del brazo, y empezamos a correr hacia nuestra ruta de escape.

Íbamos esquivando cuerpos y escombros como el que esquiva charcos un día de lluvia.

–Ya llegamos, aguanta un poco más!–Le dije con intención de mantener vivas sus esperanzas. No sabía como se sentía ella, pero yo estaba apunto de desfallecer. El calor de las llamas estaba cociendo mi piel y el polvo que se había levantado me entraba en los ojos, nublando mi visión progresivamente.

Al doblar la última esquina, nuestras pesadillas se hicieron realidad. En el callejón, se encontraba una figura corpulenta cubierta de sangre, machacando a hachazos a un pobre hombre.

Celia cayó de rodillas al suelo, pero lejos de ponerse a llorar, volvió a a rezar. Le intenté tapar la boca para que aquella sádica bestia no la escuchara, pero fue demasiado tarde. Se volteó hacia nosotros y lanzó una de las hachas en dirección a Celia, por suerte falló el lanzamiento. Miró al cielo y soltó un grito de rabia que seguramente, se podía haber escuchado desde cualquier rincón del planeta. Cuando cesó el grito, se puso a correr en dirección a nosotros con la intención de hacernos pedazos.

En ese momento, entendí las palabras de mi hermano, entendí a que se refería con querer proteger a tus seres queridos. Celia era la única persona a la que quería con toda mi alma, y ahora estaba en peligro. No iba a dejar que muriera de aquella forma, así que me armé de valor y me lancé al suelo para intentar coger el hacha que le había arrojado el bárbaro. Pesaba mucho, pero la agarré con fuerza y se la devolví insertándosela de lleno en el cráneo. El gigantesco cuerpo del nórdico cayó en seco al suelo, levantando una pequeña nube de polvo. El corazón me iba a mil latidos por segundo, lo había matado, había matado a una persona.

Ya no había nada que nos separase de la salida, hasta que al acercarnos a la tapadera del pozo, ésta se abrió desde dentro y dos bárbaros todavía más grandes salieron de aquel agujero. Estábamos acabados.

Uno de ellos me agarró del cuello y me estampó contra en la pared siendo el reflejo de la ciudad en su espada lo último que iba a ver. Cerré los ojos muy fuerte esperando una muerte rápida, para cuando una figura saltó desde el tejado de la taberna, empalando al bárbaro en vertical al bárbaro

Aquel caballero tenía la cara y armadura cubierta de sangre pero pude reconocerlo perfectamente, era mi hermano.

Se acercó a mi, y se arrodilló como lo habría hecho ante su capitán.

–Es una pena pequeño monje, hubieras sido buen lanzador de hachas –dijo guiñando el ojo

Era lo más bonito que me había dicho, pero no era momento de ponerme sentimental, se aproximaba a toda velocidad el otro berserker.

–Detrás tuyo Jose! –grité con intención de advertirle de la presencia enemiga.

Con suavidad me revolvió el pelo como gesto de cariño y con una agilidad tremenda, se dio la vuelta deteniendo la embestida bárbara. El choque de la espada con el hacha hizo saltar chispas de los filos. Los dos retrocedieron, pero rápidamente el gigante volvió a tomar la iniciativa de ataque. Esta vez mi hermano evitó cualquier contacto con su hacha y simplemente se apartó de la trayectoria haciéndolo caer al suelo. Era impresionante, nunca había visto a Jose contra otro guerrero.

–¡Arde en el infierno! –gritó con rabia antes de clavarle la espada en el corazón.

La cabeza me iba a explotar de un momento a otro, me empecé a marear y caí de rodillas al suelo.

Estaba aterrorizado, roto por dentro, aquella situación me había superado por completo. Pero ahí estaba, la figura fraternal que nunca había tenido, finalmente, actuando como tal.

Se agachó y me abrazó con mucho cuidado mientras la lágrimas caían por sus ojos, y esta vez pude sentir que eran por mi.

– Lo siento Pablo por no reconocer el destino que eleg... – La frase se quedó a medias, y la sangre me salpicó por toda la cara, una flecha le había entrado directamente por el ojo. Pero para cuando pude reaccionar otra saeta atravesó mi garganta.

Por acto reflejo, empecé a respirar desesperadamente por la boca, pero era inútil, solo conseguía ahogarme más y más con mi propia sangre. Supe que todo había acabado para mí, los sueños, la oportunidad de empezar una vida de cero...Absolutamente todo estaba a punto de desaparecer, así que sin luchar, simplemente me desplomé en el suelo y esperar que cesara la agonía de mi destino.

Antes de morir, gasté las últimas gotas de energía que me quedaban en encontrar a Celia con la mirada. Tirada en el suelo con tres flechas blancas clavadas en la frente. La luz que habitaba en sus ojos, se había apagado para siempre. Todo se volvió negro.

27. Juli 2018 22:17 0 Bericht Einbetten Follow einer Story
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