¿Qué le habrá pasado a este lobo cazador, que hoy me arrulla con la canción de cuna que interpreta su hipnótico aullido, y deja que su pelaje me cobije de toda amenaza? ¿Qué me habrá pasado a mí? El semáforo que siempre mantuve en imponente carmesí no tuvo remordimiento en adoptar el verde de los limones. Forje mi armadura para protegerme de artimañas, pero él, sin flaquear, la fue abollando con las balas que disparaban sus miradas inocentes y las imparables ráfagas de viento que provocaban sus suspiros. Me desarmó; no hubo escudo que me protegiera de sus brazos que anhelaban un baile. Me siento derrotada, pero al mismo tiempo cuelga una medalla de oro en mi cuello. ¡Maldito el orgullo con el que florecí! ¡Larga miseria a la vergüenza que me arrastro al miedo! Mi identidad es más suya que mía, y no le permití poseerla. Por más que lo vea, él no puede verme; no de la manera que deseo y merece. Detrás de los ensangrentados colmillos de ese lobo, hay alguien que retumba campanarios en mí. Alguien que no me dejo más remedio que amarlo. ¿Tendré la sensatez para confesárselo? ¿Se mostrara indulgente? ¿Me seguirá dedicando su amor cuando despeje mi tez? Puede que haya pecado de falsa madurez, pues a pesar de haberme ataviado con alas, no era más que una simple crisálida, y él me ayudo a liberarme de mi capullo para despegar como una radiante mariposa...
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