fusi81 Xavier Albert Fusalba

Esta es la historia de Eld, el mas grande de entre todos los trasgos. Ahora os preguntaréis si eso es posible, si una de estas viles y diminutas criaturas verdes puede llegar a alcanzar la grandeza. Pues la respuesta es si. Si no os lo podéis creer leed su historia para descubrir como un simple trasgo llego a ser la criatura más grande de todos los tiempos y dejad que el cinismo y el oscuro sentido del humor de este trasgo os seduzcan. Obra registrada en www.safecreative.org **** Aviso importante**** Esta historia es solo un borrador, puede estar llena de horrores ortográficos y de sintaxis. Aun así agradeceré cualquier comentario o crítica constructiva que dejéis en ella. Gracias.


Fantasy Mittelalter Alles öffentlich.

#trasgos #aventuras #biografía #magia #fantasía
1
5.8k ABRUFE
Im Fortschritt - Neues Kapitel Alle 30 Tage
Lesezeit
AA Teilen

La vigilia del condenado

La rata asomó su nariz bigotuda por un pequeño agujero que había entre dos bloques de piedra en la pared. Su agudo olfato pronto localizó un trozo de pan en el suelo, a pocos metros del agujero que era su hogar.

Salió cautelosamente, olfateando a su alrededor, pero no olió nada extraño. A parte del pestazo habitual que hacía en ese lugar, así que se abalanzó como un rayo sobre su botín.

Estaba disfrutando royendo ese pedazo de pan duro distraídamente cuando una sombra se abalanzó sobre ella. El depredador intentó clavarle las garras para poner fin a su vida de inmediato, pero esa rata era inusualmente beligerante, seguramente por haberse criado en la cárcel de una gran ciudad. Así que le propinó un mordisco en la mano y se escabulló por el pequeño agujero de la pared.

Dolido y humillado Eld se lamió le herida que le había hecho la rata y recogió el trozo de pan duro y un tanto mohoso que había dejado como señuelo. Lo miró un tanto frustrado y se resignó a mordisquearlo con enfado.

Ese trozo de pan era lo único que quedaba de su última cena, había intentado usarlo para cazar una suculenta rata tal y como había hecho en su niñez. Pero había perdido facultades, hacía mucho tiempo que se había ido de Poza pestilente y que no practicaba la caza de ratas.

Poza pestilente, recordar su hogar le hizo sonreír melancólicamente. Todo parecía tan sencillo en aquella época, quedaban tan lejos sus aventuras de juventud, sus amigos, sus sueños y ahora se encontraba allí, en esa oscura celda esperando su condena, su fin.

Se sentó pesadamente en el catre de la celda, mirando los barrotes custodiados por cuatro enormes guardias armados hasta los dientes. No sabía el porqué de esa súbita melancolía, aunque realmente desde que empezó toda esa locura quizás su breve estancia en esa celda era el único momento en que se había podido sentar a reflexionar con la cabeza clara y pensar en todo lo sucedido.

Y la verdad es que en cierto modo agradecía ese momento de paz, la voz que había estado oyendo dentro de su cabeza durante tanto tiempo se había callado por fin. Era todo un alivio estar en silencio consigo mismo sin que la voz le estuviera incordiando una y otra vez exhortándole a cumplir sus deseos.

Seguramente el silencio de la voz se debía o todos los símbolos que había grabados en las paredes, el techo, el suelo y los barrotes de su celda. Reconocía las runas élficas inscritas en su celda.

«Malditos elfos» murmuró para sí mismo, esos malditos bastardos arrogantes se habían aliado con los humanos en un desesperado intento por detenerle y le habían tendido una trampa. Ni toda la magia de la que disponía, había sido suficiente para derrotar a esa alianza y su gigantesco ejército había sido derrotado a las puertas de Ardernal, la capital del imperio de los hombres.

Y ahora esos sucios elfos orejas puntiagudas y el decadente emperador de los hombres se apuntarían el mérito de capturarle y derrotarle a él, Eld, el más grande y poderoso de todos los trasgos.

No sabía que le producía más rencor, saber que le habían capturado arruinando sus planes o saber que ellos serían los que contarían su historia.

La historia siempre la contaban los vencedores. Quizá era por eso que los trasgos siempre habían sido vilipendiados a lo largo de la historia en todos los libros y tratados de todos los eruditos del mundo. Porque los suyos nunca habían ganado nada. Eran una raza de perdedores, una especie condenada a ser tratada como una plaga, o en el mejor de los casos, como esclavos.

Él había intentado cambiar eso y encumbrar a los suyos a los más alto, y por supuesto encumbrarse él mismo como el más grande de los grandes.

Pero esos sueños se habían acabado don su estrepitosa derrota. Y ahora la historia de los trasgos y del más grande de todos ellos se desvanecería en los anales de la historia. Silenciada por la pluma implacable de los historiadores humanos y elfos, que seguramente harían quedar a los suyos como héroes por haber detenido su amenaza. Incluso ni siquiera se mencionaría el papel de los trasgos en esa gran invasión y pondrían a los orcos como al gran enemigo al que vencieron, porque sincerémonos, los orcos vendían mucho más que los trasgos. Los orcos eran los eternos y brutales enemigos, feroces, implacables y sin escrúpulos. Y normalmente era así, pero no esa vez.

Por una vez un simple trasgo había unido y sometido a los grandes caudillos orcos, los más feroces entre los feroces; y los había dirigido en la gran invasión que había puesto contra las cuerdas a las razas “civilizadas” del mundo conocido.

Apesadumbrado por sus cavilaciones, se encogió de hombros y se hundió un poco más en el catre en el que estaba sentado. Casi añoraba la voz que tenía en su cabeza, cuando le tenía a él apenas podía hacer otra cosa que no fuera discutir sus maquiavélicos y retorcidos planes para amoldarlos a su voluntad.

Pensó una vez más en esos eruditos reescribiéndolo todo a su antojo, borrando de la historia a los trasgos, cambiando a héroes por villanos y viceversa. Y entonces, como una pequeña chispa en su cabeza, se le ocurrió una idea. Él tenía que ser el que escribiera su historia, él tenía que ser el que contara la verdad. Se levantó de un salto de su catre y se acercó con paso decidido a los barrotes de su celda.

Miró largo y tendido a los cuatro soldados que le vigilaban, todos con brillante armadura de acero, espadas escudos y ballestas, que en ese momento apuntaban en su dirección.

Por raro que pareciera ellos parecían estar más asustados de ese pequeño trasgo de lo que Eld lo habría estado nunca de cuatro enormes soldados humanos.

Después de un largo e incómodo silencio Eld se aclaró la garganta y habló.

— Quiero papel y pluma— pidió el trasgo—, es mi última voluntad.

Los soldados parecieron desconcertados e intercambiaron miradas de incredulidad entre ellos.

Ese pequeño trasgo salvaje les había hablado en su propio idioma, les había confesado sus últimas voluntades y por más desquiciante que les pareciera les había pedido papel y pluma.

Tardaron un rato en reaccionar, pero por fin uno de los soldados se marchó en busca de su pedido. Mientras Eld se quedó allí de brazos cruzados, mirándose a sus captores de arriba abajo, haciendo que se sintieran de lo más incomodos. Realmente estaba disfrutando con eso, sabía que su reputación causaba cierto temor entre los humanos, no en vano le tenían confinado en esa celda, custodiada por todos esos guardias. No solo re refería a los cuatro soldados que vigilaban su puerta, estaba encerrado en una auténtica fortaleza, en la que se acuartelaba toda una compañía de soldados y todos tenían un solo cometido vigilarle, asegurarse de que no escapara y ajusticiarlo a la mañana siguiente.

Tantas molestias por un pequeño trasgo, los humanos eran de lo más estúpido en ese aspecto. Con tenerlo encerrado en esa celda ya era más que suficiente para que no escapara, pero no a ellos les gustaba hacerlo todo a lo grande, con toda la pompa y la parafernalia necesaria. Seguramente por eso mantenían a todos esos estúpidos déspotas que les gobernaban y a toda la camarilla de cortesanos, administradores y otros lameculos que les acompañaban. No les gustaba escatimar en nada, ni a la hora de ser subyugados.

Después de un rato el guardia que se había ido regresó con un tintero, pluma y papel y lo deslizó al interior de su celda por la pequeña abertura que había bajo los barrotes, donde colocaban la bandeja para darle de comer.

Eld recogió casi con reverencia el material que le habían dado. Por fin podría contar su historia y quien sabe, quizás algún día llegaría a manos de alguien importante que la transmitiría al resto del mundo.

Pero eso ya se vería, ahora lo importante era ponerse a escribir.

Así que para asombro de los guardias, ese pequeño y decrepito trasgo se fue al fondo de su celda, se sentó en el suelo, mojó la pluma en el tintero y se dispuso a escribir la historia más asombrosa que el mundo llegaría a ver nunca, la historia de Eld, el trasgo con nombre de elfo.

30. Mai 2018 16:58 0 Bericht Einbetten Follow einer Story
1
Fortsetzung folgt… Neues Kapitel Alle 30 Tage.

Über den Autor

Xavier Albert Fusalba Siempre me ha gustado leer, cuando era pequeño leía casi cualquier cosa que caía en mis manos y creaba mundos fantásticos llenos de monstruos y héroes, ahora intento plasmar esas fantasías sobre el papel. Soy un gran fan de las historias fantásticas y del estilo oscuro de la novela negra, aunque la novela histórica también me gusta mucho. Si queréis más información sobre la serie "Las crónicas de Rean" podéis seguir su página de faceboock https://www.facebook.com/LascronicasdeRean/

Kommentiere etwas

Post!
Bisher keine Kommentare. Sei der Erste, der etwas sagt!
~