Corrían los tiempos de la piratería, aquellos donde las travesías hacia los mares caribeños destilaban el preludio de grandes aventuras, pero también de enormes desventuras.
Durante años, las cofradías piratas se enfrentaron incansablemente por demostrar quién era la mejor en cuanto a tesoros, hambre y buen ron se trataba, luchando siempre entre ellos como bestias insaciables, sedientas de poder y ambición. Pero con la llegada de los españoles, las rutas de escape y desembarco fueron bloqueadas, causando la ira de cientos y cientos de lobos marinos, dispuestos a todo con tal de vengarse de aquellos codiciosos ibéricos.
Fue entonces cuando las distintas cofradías se unieron para hacer frente a la invencible armada española, logrando importantes victorias, aunque también incontables derrotas. En aquella guerra participaron dos hombres de conocidísima reputación, cuyo valor e inteligencia hicieron posible aquello que parecía más bien, imposible. Contra todo pronóstico, consiguieron la ayuda de las flotas navales enviadas por la corona británica y algunos barcos holandeses que navegaban por estas aguas, los cuales querían a toda costa, doblegar a sus enemigos españoles.
Con estos recursos ya en su poder, las fuerzas piratas volvieron a la carga, y los españoles, más confiados que nunca, los volvieron a enfrentar, encontrándose con la desagradable sorpresa de que sus mortales enemigos del resto de Europa se habían unido a aquellos, cayendo presa de los cañonazos y un desastre monumental.
Consumada la victoria, los piratas conquistaron el océano y se transformaron en señores del mar, caballeros de las aguas cristalinas y conquistadores de historias y sueños. La realeza británica coronó a estos grandes navegantes, haciéndolos corsarios de la real armada, con el fin de defender los mares en nombre de su majestad la reina y así destruir la presencia española en el Océano Atlántico.
Sin embargo, no todos los piratas aceptaron aquel privilegio concedido por la reina, continuando con sus andanzas por los mares caribeños, siempre dispuestos a todo con tal de tener una gran aventura, riquezas, mujeres y, como no, cerveza y mucho ron. En cuanto a aquellos dos hombres antes mencionados, se radicaron en estas aguas y se enamoraron de hermosas mujeres, las cuales dieron a luz a dos hermosos hijos: Ferris y Marcus. Así, ambos aventureros formaron sus respectivas familias.
Pero el destino fue cruel con aquellas dos parejas de padres recién formadas y justo cuando se pensaba que el mundo pirata estaba ya consolidado, una gran flota de naves de guerra españolas volvió a estas aguas para vengarse de aquellos contra los cuales lucharon en el pasado, aniquilando casi a todas y cada una de las distintas cofradías piratas en una épica batalla naval conocida como la Pléyada. Los corsarios regresaron de sus viajes por el mundo solo para unirse a sus antiguos camaradas en aquella colosal acometida, y a pesar de que triunfaron sobre sus vengativos enemigos, muchos piratas fueron acribillados y mutilados sin piedad, entre ellos los padres tanto de Ferris como de Marcus.
Así, ambos niños quedaron huérfanos en el mundo, aprendiendo desde pequeños la dura, pero a la vez hermosa vida del pirata, sus códigos y reglas, además de beber cerveza y ron casi por obligación una vez hechos adolescentes. Nadie se imaginaba que estos dos pasarían a la historia por un singular hecho que cambiaría para siempre sus ya mancillados destinos.
Aconteció que un grupo de piratas regresó de una correría por algunas islas españolas, trayendo muchas monedas de oro, mercancías truchas y muchísimo ron importado, cuando de pronto a uno de aquellos se le cayó una singular botella. Marcus se percató de lo sucedido y mientras hacía de las suyas con Ferris de pronto, este se detuvo, contemplando aquella cosa cilindrada.
—¿Qué es esto? —Se preguntó.
Marcus tomó la botella y tras revisarla se dio cuenta de que había un extraño papel en su interior. Quitó la tapa de aquella y retiró el misterioso papiro, revisando así su contenido.
—¡No lo puedo creer! —Exclamó sorprendido.
Ferris, extrañado por lo sucedido, fue hacia donde se encontraba su gran amigo para saber aquello que lo tenía tan desconcertado.
—¡Oye Marcus! ¿Qué estás haciendo? —Preguntó.
—¡Mira esto Ferris! —Le respondió.
—¿Qué cosa?
—Este papiro contiene un mapa que da con la localización de un tesoro.
—¿En serio?
Aquel descubrimiento cambiaría para siempre sus vidas, pues un magnífico sueño comenzaba a ceñirse bajo sus pies, uno que los llevaría irremediablemente por una de las islas más misteriosas de todo el Atlántico Norte.
Con una meta ya propuesta, Marcus comenzó a preparar la empresa. Con tan solo 15 años aprendió de los grandes maestros piratas el arte de la planificación con estrategia y calculo experto. La sangre de sus ascendientes ya fallecidos circulaba por sus venas y era lo suficientemente hábil como para realizar las labores propias de un hombre. Ferris, por su parte, era algo débil, temeroso, ansioso quizás por los cambios que sucedían a su alrededor, pero aquel defecto lo compensaba con una gran capacidad de análisis y una innata habilidad de liderazgo, nacida tras las circunstancias trágicas de la muerte de sus queridos padres.
Ambos habían sufrido desde la niñez el karma de haber perdido a los suyos, pero con el descubrimiento que hicieron de aquel extraño mapa, sintieron que el destino les había concedido una segunda oportunidad para buscar la redención mediante la riqueza y ambición propias de un pirata.
Transcurrió el tiempo y los dos niños se hicieron grandes hombres. Marcus formó una compañía para financiar viajes por el Atlántico y Ferris era su socio, por no decir, su ayudante personal. Con 27 y 25 años, respectivamente, ambos tenían ahora los recursos necesarios para cumplir con su más grande sueño: Descubrir aquel tesoro escondido en aquella remota isla maldita, desconocida para los piratas y cuyos rumores no hacían otra cosa más que desalentar todo intento por encontrar dichas riquezas.
—Por fin mi amigo. Tras todos estos años finalmente descubrí donde está la localización exacta de aquella isla. —Afirmó Marcus.
—¿En serio? —Preguntó sorprendido Ferris.
—Sí. A pesar de los rumores infundados sobre su origen, la isla Gólgota es el único lugar en todo el orbe donde puede existir un tesoro tan vasto como para enriquecer hasta al más insignificante de los mortales. Imagina lo ricos que seríamos con todos esos doblones de oro.
—Con todo ese tesoro podríamos financiar muchas expediciones por todo el Atlántico Norte y despedazar así a las flotas de galeones españoles que recorren constantemente estos mares.
—Exacto. Ahora que tenemos los recursos y sabemos dónde está la isla, solo necesitamos conseguir un barco con una tripulación.
—Creo que tengo justo lo que necesitas mi amigo.
Ferris llevó a Marcus hasta los muelles del poblado y encontró una más que curiosa flota de naves piratas recientemente ancladas para su cabotaje. Eran en total 6 barcos nuevos, recientemente reparados y modernizados con los cañones más sofisticados que la tecnología naval podría permitir hasta ese entonces. El vendedor, un hombre macizo y corpulento con barba de turco, les dio la bienvenida y comenzó a ofrecer los precios de dichas embarcaciones.
—Este barco de allí es el Lionés. Una estupenda fragata, la más rápida de estos mares. Posee un potente timón de madera de roble, capaz de maniobrar hasta por las aguas más frías de este lado del mundo. Cañones de alta potencia y una cabina compacta para el capitán. —Decía el oferente.
—¿Y cuánta tripulación puedo llevar en este barco? —Preguntó Marcus.
—Alrededor de unos 50.
—No es suficiente. Para nuestra empresa necesitaremos por lo menos de unos 100 hombres. —Afirmó Ferris.
—Entonces puedo ofrecerles el Camboyano. Lo trajimos desde los mares asiáticos, es una cañonera altamente resistente a los bombardeos. Tiene un colosal timón hecho con madera de raulí y un mascarón macizo tanto en la proa como en la popa. La cabina es ultra blindada hasta en los ventanales. Ni las balas le llegarán al capitán cuando de las ordenes. —Describía el vendedor.
—Esta nave tiene como para 100 tripulantes. —Decía Ferris.
—Desgraciadamente solo pueden abordarla 90 personas más el capitán. Si suben más, es probable que se hunda tras embarcar.
—¿Qué? No voy a gastar mi dinero en una cañonera lenta y con problemas de peso. Necesito un barco que sea rápido, pero a la vez eficiente para navegar. —Decía con molestia Marcus.
—Pues…podríamos intentar con este otro barco.
De pronto, Ferris comenzó a observar que en medio de la flota de naves en venta había una particular embarcación hecha de madera refinada, unas líneas bien conceptuadas y un particular mascarón de proa que representaba la figura de la legendaria diosa de los mares, Calipso. Además, tenía un timón pequeño pero eficiente, con algún que otro retoque, además de un mástil mayor muy bien conservado y una cabina bastante amplia para planificar las operaciones.
—¡Oiga señor! —Interrumpía Ferris al vendedor—. ¿Qué hay de esta nave? Parece bien conservada.
—Es uno de nuestros barcos más viejos. No es la gran cosa. —Decía este con desanimo.
—Pues a mí me parece que este barco está en perfectas condiciones.
—Aparentemente. Lo trajeron dado de baja desde la Real Armada. Tiene unos pocos cañones y una gran revestidura hecha de acero y madera de sauce, pero no es la gran cosa.
—¡Es perfecta! —Exclamó de pronto Marcus, para sorpresa de los otros dos.
—¿Perdón? —Preguntó anonadado el vendedor.
—No me importa si es vieja o no. Esta nave es perfecta para mi empresa. ¿Cuánta tripulación cabe aquí?
—Pues…más de 100 hombres, señor.
—Ya veo. En ese caso… ¡Me la llevo!
Y así fue como Marcus y Ferris se quedaron con aquella vieja, pero enorme nave pirata, con todos los aditamentos necesarios para llevar a cabo su ambiciosa empresa de conquista.
Cuando el primero tocó por primera vez el timón, sintió un enorme placer y regocijo por cómo estaba ad portas de lograr su cometido. Ferris lo observaba y sentía lo mismo que su amigo.
—¿Qué nombre le pondremos a este barco? —Se preguntó Marcus.
—Que te parece…El Marqués Errante. —Respondió Ferris.
—Suena bien. Me gusta.
Ambos procedieron de inmediato a bautizar el nuevo barco reventando una vieja botella de ron vacía como rito solemne para lanzar por primera vez a la nave a su primera navegación. Posteriormente vino el reclutamiento para la tripulación. No fue una tarea sencilla, pues los navegantes más avezados querían recorrer los siete mares, pero cuando se dieron cuenta que el destino principal era la Isla Gólgota, el entusiasmo se convirtió rápidamente en pavor, acobardándose hasta última hora sin integrarse efectivamente a las filas del Marqués. De los miles de candidatos seleccionados, solo 30 se unieron a la tripulación, con Marcus de capitán y Ferris, como segundo de a bordo.
Sin embargo, nada de esto fue un obstáculo para estos dos jóvenes piratas que, ahora disponiendo de un barco y hombres y mujeres valientes, estaban más que listos para viajar en busca del preciado tesoro escondido en aquella maldita isla.
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