Tap. Tap. Tap. Los pasos de Fernanda resonaban en las negras alcantarillas. El goteo de las aguas servidas iba en conjunto con la respiración agitada de la muchacha. No sabía por dónde corría, ni hacia dónde huía, pero una cosa era clara; huir de los Mishtará.
Acorde a la ley, había cometido dos crímenes, actividades completamente prohibidas por El Líder. La desconfianza encubierta hacia el Gobierno, juzgando en silencio su gran poder; el segundo, por infortunio, leer el libro Número Uno prohibido por parte del Líder, el cual, se rumorea, es (o era) leído por las resistencias clandestinas.
Callejón sin salida, sin escapatoria, el corazón de la joven latía con intensidad, sus pupilas se dilataban a cada segundo y su respiración se aceleraba más. Si no hubiera platicado con aquel misterioso sujeto, ¿qué sería de ella en ese momento? Estaría en casa de Jess, con Jenn y Liz, charlando de los chicos guapos que habían conocido en el corto lapso de dos semanas.
Volteó, nada, escuchaba los pesados pasos de los hombres que la perseguía, miró a la derecha. Nada. Miró a la izquierda, un estrecho pasillo, aparentando no tener fondo. Sus ojos lo reflejaron, ¿tenía otra opción? No. No la tenía. Ser capturada y torturada, o escapar y esconderse en las alcantarillas, en busca de alguna resistencia. Ser una fugitiva. Esa era su opción, ¿de por vida? ¿Hasta ser atrapada, o encontrar ayuda?
Sin pensar más, agilmente se deslizó por aquel pasillo sin fin, avanzando lo más rápido que podía, para evitar ser capturada. ¿Tenía un final? ¿Moriría ahogada? ¿Intoxicada? Su familia, sus amigos, su pareja, ¿se preguntaban dónde se encontraba? Oh, si supieran en los aprietos en los que se hallaba, pensó avanzando lentamente.
Los pasos se acercaban más, de manera violenta. Escuchaba las voces de los hombres cada vez más cerca. Las luces brillaban más por cada microsegundo que pasaba.
Chocó.
Dentro del pequeño pasillo, una apertura, lo suficientemente grande para resguardarla y ser alejada de la vista de los Mishtará. Su respiración seguía agitada, ¿notarían el pequeño pasillo?
Los pasos y las voces cesaron, súbitamente, se oían las aguas caer, y ésta correr por el suelo. Se vio encarcelada, siendo torturada, rehusándose a seguir las ordenes, y finalmente muriendo. Su fin había llegado, la habían atrapado.
—Afirmativo, la encontramos. — su corazón cesó de latir.
—Confirmado; muerta.
¿Muerta? Su corazón dio un brinco. Pero, ¿muerta? ¿Cómo era eso posible? Ella, Fernanda Michelle Echeverría Galdamés estaba en ese estrecho espacio, oculta, sin ser vista. ¿Qué había pasado?
—No tiene caso; déjalo. Un cuerpo más, uno menos, menos fallas por arreglar. Nadie lo notará.
Escuchó nuevamente los pasos, ésta vez, alejándose, en silencio. Las pesadas botas sonaban distantes en el agua. pero dudaba -y desconfiaba- de salir de aquél escondite. Suspiró. Preparándose para asomar la cabeza, una figura misteriosa la atrapó por atrás.
Tapando su boca con un pañuelo, consiguió dormir a la joven.
—Estás a salvo. — susurró una profunda voz.
Así como apareció por detrás, se desvaneció en las oscuras alcantarillas.
Trish McCartney
