Yo no quise estar donde estoy, a mí me trajo el huaico. Yo vivía feliz en los brazos de mi papi. Sí, muchas veces pensé en lo bonito que sería separarme de una vez, estar en tierra yo solita y tener mis propios hijos, pero que iba a pensar una que sería de este modo. No, yo no quería que fuera de este modo.
Cuando vino el huaico, llegó como una gota de agua, chiquita, que me cayó en la cabeza. A mi papi y a mí nos gusta el agua. Él dice que el agua es vida. Por eso, cuando llegó la primera gotita, nos pusimos felices y se lo contamos a los vecinos, y yo se lo conté a una alondra que cuidaba de sus pichoncitos. Porque el agua una la puede tomar y calmar su sed. A la alondra no le gustó la idea, porque se puso encima de los pichones y los cubrió con sus alas, como si una gotita de agua hiciera daño.
Luego vino otra, y otra más. Y en unos minutos era un mar de gotitas cayendo sobre mi cuerpo. Yo sentía la vida que recorría por mis venas, las sentía jugar y resbalarse sobre mi piel, y fui feliz. Y en eso... pum, me caí.
¡Al fin! ¡Al fin! Quise gritar, pero no podía. No podía moverme, mover mis brazos, ni hablar, y no podía gritar. Frente a mí estaba mi papi, que me miraba impotente, pensé que algunas gotitas lo alcanzaron, pero no, lo que recorría su rostro no era agua, eran lágrimas. «Con que así se siente ser grande», pensé, pero en realidad ser grande era muy feo, porque no podía moverme y no podía charlar con los pichoncitos de la alondra, porque estaban muy lejos. Tampoco sentía la magia de la vida recorrer mis venas.
Bueno, al menos aún estaba cerca de papá.
Alrededor de mí todo estaba empapado, la lluvia andaba muy fuerte y a mi costado unos chorritos de agua seguían su camino. Quise saludarlos pero no pude, porque no podía hablar, y ellos tampoco me saludaron a mí. Eran los chorritos de agua más maleducados que conocí en mi vida.
Eran tan maleducados que se me acercaron más y más, se hicieron más grandes y más fuertes. Algunos me empezaron a jalar de los pelos y me hicieron doler, quise gritar pero no pude. Me agarraron tan fuerte que empezaron a arrastrarme con ellos. Con mis piernitas intenté sujetarme a la tierra, pero me di de cuenta que no tenía, me las cortaron. Quise llorar pero no pude.
Cada vez estaba más lejos de mi papi. Ya no vi sus lágrimas nunca más, y con sus brazos parecía decirme adiós. Adiós hijita, me decía.
Adiós papito.
Vielen Dank für das Lesen!
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