A
Alastor Lone


Año 2077: una sociedad gobernada por la razón se alza entre las cenizas heladas de un mundo destruido y la humanidad agonizante, encerrada entre las paredes de cinco ciudades conectadas entre sí, vive bajo la amenaza de un enemigo implacable que parece tener de aliada a la propia Naturaleza. Sin embargo, una ligera esperanza reside en un grupo de marginados, un grupo conocido como "Románticos"; quienes son capaces de desarrollar extraordinarias habilidades... a un alto precio


Horror Nur für über 18-Jährige. © Derecho de propiedad sobre la historia y los personajes de esta, incluyendo las marcas ficticias que en esta surgen

#Skripka #Wolf #Romantics #Griefthorne
5
9.9k ABRUFE
Im Fortschritt - Neues Kapitel Alle 30 Tage
Lesezeit
AA Teilen

Prólogo: Declaración de guerra

   "Y en el pedestal se leen estas palabras:

     Yo soy Ozymandias, rey de reyes:

     ¡Admira mi obra, oh poderoso, y pierde toda esperanza!

     Nada permanece a su lado: alrededor de las ruinas

     de este colosal naufragio, infinitas y desnudas,

     las llanas arenas solitarias se extienden a lo lejos."

      (Percy B. Shelley, "Ozymandias")


   "Los estados caen, las artes se desvanecen; pero la Naturaleza no muere"

      (George Gordon Byron, "El Peregrinaje de Childe Harold: Canto IV")


    1 de enero, 2077; a las 8:35 a.m.

    Vernnunft sobre El Viejo Continente.

   A las puertas del Vernstand; a diez minutos y dos segundos de la trigésimo tercera reunión del Consejo de Ilustrados de La Razón Pura.


   Tras un tramo de blancas y amplias escaleras, las cuales siempre se limpiaban a las 7:05, a las 9:05 los domingos, se hallaba un tramo completamente llano donde se habían dispuesto dos cercadas franjas ovaladas verticales que se utilizaban como pequeños jardines gemelos: rosas turquesa, arbustos recortados en forma cúbica y enredaderas moradas que rodeaban las negras cercas se habían cultivado en ellos; ciertamente la Neo-Natura era hermosa, sobretodo cuando su cantidad estaba estrictamente controlada y uno olvidaba un detalle fundamental de esta: su artificialidad. Por encima de estos jardines se alzaba el Vernstand: el edificio más importante de toda la ciudad, el lugar en el que se reunían los cuatro gobernantes actuales y donde, de hecho, pronto acontecería una de las reuniones más importantes en la historia de Vernnunft; en realidad, aquella reunión sería la más importante en la historia de la humanidad, o de lo que de ella quedaba. El edificio en sí consistía en un palacio griego recubierto de mármol; cuatro columnas, sin innecesarias ornamentaciones, se situaban a ambos lados de la puerta principal, pareciendo sostener un tejado triangular de tejas verde oscuro sobre el cual sobresalía una cúpula con ventanales ovalados, decorados por unas modestas vidrieras que representaban a los Cuatro Ilustrados. En la fachada del tejado que quedaba a la vista del público se había tallado una circunferencia que hacía de reloj de números romanos y manecillas negras; bajo dicho medidor se hallaba la siguiente frase escrita con letras doradas: NOUS SOMMES LA LUMIÈRE. En las puertas principales del edificio, encima de la figura de un orgulloso y musculado Prometeo, entregándole una gran llama a un hombre de aspecto enclenque, se encontraba una segunda frase: WIR BELEUCHTEN DAS WISSEN. En este caso las letras eran blancas.

   El Ilustrado Lichthammer alzó la mirada hacia las letras albinas. Como cada vez que lo hacía, sintió una ligera calidez en el corazón y el cerebro; el Mundo se había ido al Infierno, se había acabado o, como decían los jóvenes por instruir, se había ido definitivamente al carajo; pero aquellas palabras decían algo en lo que tenían toda la razón: ahora ellos, Los Cuatro Ilustrados, eran La Luz en La Tierra, Los Guías en La Oscuridad. Eso implicaba unas responsabilidades, unos derechos y unas obligaciones; unas responsabilidades que le habían arrugado la cara, hundiéndole las mejillas hacia dentro, palideciendo su piel y llenándola de diversas y profundas marcas de expresión; unos derechos que le habían llevado a sentarse en La Silla de Kant y a portar Las Ropas Grises; y unas obligaciones que le habían hecho tener una vida de setenta años totalmente centrada en el trabajo y el estudio, teniendo que renunciar a cosas banales (como tener hijos, por ejemplo), en pos de labrarse una reputación y una imagen; una imagen que El Pueblo mirase confiado, seguro. Inconscientemente, Lichthammer se acarició el dedo anular derecho en el que nada había, acto seguido se pasó esa misma mano por la frente despejada y el escaso pelo gris metálico peinado hacia atrás. Luego respiró hondo y esperó a que la calidez se desvaneciese para mantener la mente fría; lo necesitaba.

   El interior del Vernstand: fresco, amplio, embaldosado en blanco y negro y de las mismas paredes marmóreas y parcas en detalles como las del exterior, solía rebosar actividad. Siempre podía oírse el teclado de varios ordenadores, el sonido de pasos yendo y viniendo de varios puntos  y el de papeles siendo archivados, escritos, apilados, ordenados... Sí, aún, tras la mitad del siglo XXI, se seguía utilizando el papel; ¿por qué? Porque el ser humano estaba demasiado acostumbrado a este y Los Cuatro Ilustrados habían tachado la posibilidad de erradicar dicha costumbre como: "contraproducente". Sin embargo, en cuanto el S.S.A (Sistema de Seguridad Acústico) abrió las pesadas puertas doradas y Lichthammer penetró en la estancia, reinó un tenso silencio; todos los empleados mirando al hombre con miedo rebosante en sus ojos, sabiendo que su trabajo era vital pero no pudiendo evitar ser humanos; el R.E.H (Regulador de Emociones Humanas), situado por encima de las mesas con forma de media luna llenas de cables y papeles, indicando en su amplia pantalla negra que el nivel de estrés estaba superando la media conveniente, que un descanso de sesenta minutos sería adecuado si se quería obtener un rendimiento óptimo. El Ilustrado paseó la mirada por derredor y cruzó la estancia con paso firme, ignorando al personal asustado que lo contemplaba, no parándose hasta llegar al ascensor de planchas de acero, situado al fondo; en una pared en la que se habían tallado las imágenes de Zeus, Poseidón y Hades con exquisito detalle. Estos parecían mirar con sus vacíos orbes al ascensor.

   Lichthammer pulsó la tecla de llamada y tecleó el código secreto. No se giró hacia la plantilla hasta escuchar la campanilla y ver cómo las planchas de acero se separaban, cuando, tras guardar silencio unos segundos, dijo, con fría autoridad:

    -Volved al trabajo. Ya.

  Bastó aquella orden para que los allí presentes se reactivaran y comenzasen con sus tareas; el R.E.H señaló un nuevo aumento de estrés.

      El Ilustrado entró en el ascensor y bajó. 

    Una sala circular con una amplia mesa redonda, acompañada por cuatro sillas, le dio una fría bienvenida que no calentó la presencia de los otros tres Ilustrados allí presentes: Lichtseeker, Lichtfinder y Lichtsword; los tres vestidos con sus respectivas Ropas Grises, los tres mirándolo con la misma expresión fría y analítica reflejada en sus grises orbes.

    -Buenos días- saludó, escuetamente, el Primer Ilustrado.

    -Buenos días- saludaron los otros tres de la misma forma.

   Los siguientes minutos pasaron sin mayor ceremonia, en una agónica lentitud, entre humo de cigarrillos, comentarios en voz baja y toses breves; hasta la llegada de la hora, en la que cada uno ocupó el sitio que le correspondía: Lichtsword en la Silla de Hobbes, Lichtseeker en la Silla de Hume, Lichtfinder en la Silla de Descartes y Lichthammer en la principal, en la Silla de Kant. La sala se oscureció y la mesa se iluminó de un tono azul eléctrico, esta pidió a cada miembro del grupo una contraseña personal que cada uno dijo en voz alta según llegó su turno (más tarde las contraseñas cambiarían para la próxima reunión), después un holograma azulado de un hombrecillo ataviado con ropajes del siglo XVIII apareció en el centro de la mesa, presentándose como El Secretario. Cada Ilustrado se acomodó en la mesa según su posición habitual: Lichtsword de brazos cruzados, Lichtseeker con los dedos regordetes entrelazados y las manos encima de la mesa, Lichtfinder con una mano en el rostro cuyos dedos acariciaban su espeso bigote y Lichthammer con las manos entrecruzadas a la altura de la boca.

   -Bien, comencemos- demandó este último.

  -La trigésimo tercera reunión del consejo de Ilustrados de La Razón Pura, fechada el 1 de enero del 2077, lunes, a las 8:45 horas, queda abierta- anunció El Secretario-. El motivo de esta: una negociación con uno de los líderes terroristas del grupo conocido bajo el nombre de: "Los Heraldos", para un tratado de paz; a cambio de una rendición total- tras dicha introducción, la imagen del hombrecillo cambió por otra distorsionada que parecía inestable-. Debido al carácter estrictamente confidencial de esta reunión, todo lo que se diga quedará registrado en el disco duro, con la salvedad de aquellos datos que se quieran obviar; en cuyo caso, el hablante deberá expresar su deseo de borrarlos. En cuanto a los demás, estos quedarán en un archivo cifrado hasta nueva orden.

   Una vez hubo dado las instrucciones, El Secretario calló. Situación que aprovechó Lichthammer para utilizar su vez, que, debido a la jerarquía impuesta, era su derecho utilizar en el primer turno.

   -En primer lugar, le agradecemos la oportunidad de poder vernos por fin; y en segunda instancia, le agradecemos el que se haya dignado a escuchar nuestra oferta.

   No hubo respuesta por la otra parte, por lo que el hombre decidió continuar:

      -Bien. Tal y como sabe, hace unos meses, Leviathan detectó...

      -No habrá paz.

      Fue una sola frase, contundente, rotunda, con la que la introducción de Lichthammer quedó inconclusa.

       El primero en reaccionar fue el sentado en la Silla de Hume.

       -Le instamos a que piense lo que dice- advirtió mientras se frotaba los pulgares y sus cejas tupidas blancas se fruncían, la luz del proyector arrancándole destellos azules de la cabeza calva-, cualquier resultado futuro de una guerra acarreará negativas consecuencias para todos.

      -Si no atiende a la fuerza de la razón, usaremos la razón de la fuerza con usted- intervino Lichtsword, amenazante-. Nosotros también conocemos el Arte de La Guerra y peores lobos hemos domado.

   Aquel último comentario causó incomodidad en el grupo. El inconveniente de Lichtsword era su juventud, que lo convertía en en un espíritu lanzado.

         -La guerra no es ningún arte, sólo es sangre y muerte; y el hombre no necesita de caracteres lupinos para devorar a sus semejantes- contraatacó la figura con su voz alterada, dificultosa de reconocer.

         Lichthammer, quien había estado escuchando en analítico silencio, decidió intervenir por segunda vez.

         -Coincido en que las circunstancias no invitan a un debate amistoso y que ambas partes hemos sufrido pérdidas muy dolorosas estos últimos años; así como el hecho de que cada avance tecnológico, desde el Cataclismo del 24, ha supuesto una herida más en su preciada Naturaleza. No obstante, no debemos olvidar la posibilidad brindada de un fin de conflictos; así pues, si usted está de acuerdo, dejaremos a un lado tanto dramatismo y pasaremos a las negociaciones; si opta por el otro camino, responderemos al fuego con el fuego. La decisión es suya.

         Permaneció en silencio, aguardando una respuesta final.

      La figura pareció mirarlo, dirigirse directamente a él en cuanto contestó.

         -Sólo sois voces implorando el orden en un mundo engendrado por el caos. Nada más- sus palabras eran gélidas-. Ya he dado mi respuesta: no habrá paz. Actuad como os venga en gana.

     Acto seguido, la imagen se desvaneció y las luces volvieron a encenderse; los Cuatro Ilustrados tuvieron que parpadear varias veces para acostumbrarse. Todos se mantuvieron callados mientras analizaban mentalmente la situación, buscaban soluciones y sopesaban las consecuencias. Finalmente fue Lichtsword quien rompió el silencio.

            -Es la guerra.

            -Aún no estamos seguros- volvió a intervenir Lichtseeker.

            -¿Necesita más detalles, Tercero? Por si no se ha percatado, acaba de dejar bien claro que no va a atender a razones. No se rendirá hasta haber sufrido una derrota absoluta.

             Esta vez habló Lichtfinder.

            -Coincido con Cuarto. No ha hecho falta sino oír su discurso para saber de su posición inamovible; habrá una guerra y esta vez irán con todo- el hombre se dejó caer en su silla y se acarició el labio. Parecía abatido-. Será un genocidio en toda regla, tanto para unos como para otros.

        -Respondamos, pues. Tenemos las armas adecuadas- resolvió el sentado en la Silla de Hobbes. A continuación, lanzó una mirada fugaz al Primero-. Los resultados han sido más que óptimos en los laboratorios y los diversos experimentos ya han dado sus frutos. Hemos de movernos y hemos de movernos ya.

               -Secundo a Cuarto- señaló Lichtfinder.

      El Tercero quiso decir algo, pero se interrumpió y miró a Lichthammer. Los otros dos Ilustrados lo imitaron, expectantes.

               El sentado en la Silla de Kant respiró hondo y se levantó; luego apoyó ambas manos en el borde de la mesa y se inclinó ligeramente hacia delante, como si estuviera a punto de soltar una confidencia.

              -Deseaba hacer esto de manera pacífica- murmuró.

              Cerró los ojos, los volvió a abrir.

              -Daremos luz verde al Proyecto V y sus laboratorios. ¡Ordenador! Transmite las siguientes órdenes a todas las autoridades de Las Luces: prioridad máxima el encontrar a aquellos mutados por el gen y llevarlos aquí a Vernnunft para su investigación y adiestramiento; subida de los niveles de seguridad al máximo, que las barreras Diderot y D'alembert aumenten su rendimiento en un veinte por ciento más; y moderado de la prensa recrudeciendo la censura, no necesitamos provocar una histeria colectiva.

               Aunque el ordenador recibió dichas órdenes sin queja alguna, uno de los líderes, Lichtseeker, mostró su desaprobación comentando:

               -No tenemos datos suficientes sobre estos... mutantes. No sabemos de qué pueden llegar a ser capaces. Es un riesgo y...

               -Pues lo correremos- le cortó Lichthammer.

             El hombre se incorporó, quedando totalmente recto. Miró a los tres hombres y sintió que se estaba volviendo a acariciar el anular en el que nada había.

               -¡Todo para El Pueblo, señores!- dijo, con fuerza, indicando así el fin  de la reunión.

                 -¡Todo para El Pueblo!- dijeron los otros tres Ilustrados al unísono. 

            

10. Dezember 2017 22:43 0 Bericht Einbetten Follow einer Story
5
Lesen Sie das nächste Kapitel Canto I: Un día torcido

Kommentiere etwas

Post!
Bisher keine Kommentare. Sei der Erste, der etwas sagt!
~

Hast Du Spaß beim Lesen?

Hey! Es gibt noch 1 Übrige Kapitel dieser Story.
Um weiterzulesen, registriere dich bitte oder logge dich ein. Gratis!