74. min.
Tiro libre para Alemania
Al borde del área grande Argentina, por falta contra Odonkor. A unos 24 metros del arco Argentino. Sin consecuencias.
74. min.
Cambio en Alemania.
Sale Schweinsteiger, entra Borowski.
78. min.
Cambio en Argentina.
Sale Hernán Crespo, entra Julio Cruz, del Milán.
80. min.
¡GOOOOOL de ALEMANIA!
Ballack levanta centro desde la derecha, a la cabeza de Borowski, que pasa a Klose, quien manda la pelota a la red, también de cabeza. Tres cabezazos, un gol.
81. min.
Parámetros:
El partido comienza de nuevo, pero, ahora con otros parámetros... Riquelme está afuera, Crespo está fuera. Argentina, dispuesta a defender la ventaja, se ve confrontada ahora con un empate.
—Darío, ¿No va a comer? —Preguntó Maribel, mezclando el estofado con una cuchara de madera.
85. min.
Cambio en Alemania.
Entra Neuville, sale Klose, el que hizo el gol.
86. min.
Cuatro minutos para terminar el tiempo reglamentario. ¿Habrá alargue?
—No tengo hambre.
No se sorprende al escuchar esa respuesta; no es la primera vez y seguramente tampoco será la última.
88. min.
Tarjeta amarilla por tirarse en el área grande alemana, marcado por Lahm.
—Usted nunca tiene hambre; coma algo que le va a hacer daño, le va a dar una gastritis.
89. min.
Peligro en el área alemana, pero Tévez fuera de juego. No obstante, Lehmann había detenido.
—No quiero, más tarde yo busco algo.
La casa estaba inundada por el olor de la comida y el ruido del televisor; Darío no quitaba la vista de la pantalla y, hábilmente, demostraba que podía tomar nota de todos los detalles del partido sin mover la mirada hacia su cuaderno de resortes.
90. min.
Cuatro minutos de tiempo complementario, se lee en el cartel.
—Darío, póngale pausa a eso un rato, y venga a comer.
—¡Que no tengo hambre! —exclamó desde el sillón, soltando el cuaderno y dejándolo a su lado, para tomar el control remoto.
90+1. min.
Tiro de esquina para Argentina desde la derecha. Lehmann atrapa.
90+3. min.
Tarjeta amarilla para Odonkor, por falta.
—Darío... Bueno, después no se queje.
El partido queda en pausa. Darío se mantuvo estático en el sillón, cual decora la sala en forma de L. Siempre pensaba que la decoración no tenía el menor sentido. Es decir, ¿quién mezclaba elementos decorativos coloniales con pinturas modernistas, jarrones chinos de imitación, tejidos con motivos tribales y muebles clásicos?
“¿A quién le importa? No soy un decorador de interiores”, piensa el joven, “¿O acaso es un problema tan agudo que, incluso a mí, como futuro narrador de deportes me parece escandaloso?
—Darío, ¿Qué partido es ese? —preguntó Luis, su padre, cortando de inmediato el pensamiento.
—Alemania contra Argentina en semifinales del 30 de junio del 2006.
—Ah, es viejo. ¿Tiene que ir al instituto mañana?
—Sí. Mañana tenemos práctica en cabina.
—¿Y cómo se siente?
Levantó los hombros indiferente. ¿De dónde había salido su papá? ¿Llevaba rato en la sala sin decir palabra o acababa de llegar?
—¿Se va a llevar el carro mañana?
—No sé, voy a ver.
—¿Ya se tomó las pastillas?
Asintió.
—¿Y por qué no quiere comer?
—Me duele el estómago.
—Entiendo…
Luis se va para la cocina atraído por el majestuoso olor de la cena; mientras Matías, hermano menor de Darío, sale del comedor para sentarse al lado de este con un plato.
—¿Puedo ir mañana? —pregunta el infante ilusionado.
—¿Para?
—Quiero escucharlo narrar. Yo nunca lo he escuchado… —volvía a verlo con ojos tristes, pero, con la determinación de persuadirlo.
—Mañana es en cabina, no puedo.
—¿Por qué?
—Porque no. Yo le aviso. A finales del cuatrimestre, tal vez cuando ya no me toque en cabina y tenga que hacer narración en tiempo real ¿Okey?
—Está bien... —pronunció Matías rendido, quien sólo fijó la vista en el plato.
El video del partido se reanuda al clic del control remoto; el humo de las ollas en la cocina se levantó hasta el techo de la casa, inundando todo de una niebla olorosa que pasó a empañar las ventanas. Luis y Maribel se quedaron en el comedor terminando su cena juntos, Matías continuaba sentado al lado de Darío hasta que el árbitro en el televisor dictó, con el sonido de un silbato, el final del partido.
Darío entonces, acariciando brevemente a Matías en la cabeza, le dejó el televisor encendido con el canal infantil para levantarse, tomar sus cosas y pronunciar un “buenas noches”.
***
Ya pasadas las nueve, Luis fue a buscar a Darío al cuarto para preguntarle por qué no podía llevar a Matías; quién, desde hacía más de un cuatrimestre, esperaba ilusionado para escuchar a Darío narrar y comentar un partido.
—Darío, bueno, quería preguntarle; porque se me hace un poco grosero que siempre le diga lo mismo, él está muy contento y siempre les cuenta a los compañeros lo que usted estudia y...
—Sí yo sé, pero no puedo estarlo vigilando y cuidando. Yo le dije que lo llevaba el otro cuatrimestre. Este no puedo.
—Siempre es lo mismo con usted, Darío. Él está muy orgulloso de su hermano y usted se avergüenza de él.
—No me avergüenzo. Sólo no quiero que esté todo ese rato al lado mío.
—Darío vea, yo vuelvo al trabajo en una semana, ¿qué tal si yo lo llevo para que lo vea? Así no lo tiene que llevar usted, sólo me avisa media hora antes, y así llegamos a tiempo para que él lo vea y después salimos los tres a comer. Vea que la próxima semana empiezo la campaña y ya no voy a estar aquí tan seguido.
—Como siempre. Pero sí, prefiero esa opción.
—Uno trata de ayudar, pero es que usted hace las cosas difíciles a propósito.
—¿Yo? Yo no soy el que desaparece un mes entero por trabajo. Yo sólo dije que no quiero llevar a mi hermano de 8 años a verme comentando. Aún no.
—Usted sabe de lo que le estoy hablando.
—Bueno, perdón por no poder controlarme. Se me olvidaba lo fácil que era.
—Vea Darío. Algún día su mamá y yo ya no vamos a estar aquí y…
—Ustedes nunca están.
—Buenas noches, y duérmase ya. No lo quiero encontrar en el teléfono.
Entonces Luis cerró la puerta con fuerza y se fue. Se le podía escuchar quejándose en voz baja, pero lo que decía era casi indescifrable.
El silencio de la madrugada fue interrumpido con el llanto de Darío a eso de las 2:00am, aproximadamente. Los lamentos hicieron despertar a Matías, que se encontraba en el cuarto de al lado.
—¡¡Mamaaaá!! ¡Es Darío otra vez! Maaaa —tocaba la puerta insistente para recibir respuesta.
—¡Darío son las dos de la madrugada! Nadie puede estar pendiente de usted todo el tiempo, por favor —vocifera su padre.
Darío intentaba apaciguar el malestar hundiendo la cabeza en la almohada, meciéndose solito en posición fetal. Matías abrió la puerta para acercarse a su hermano e intentar tenderle una mano.
—Matías, por favor, váyase, no quiero ver a nadie.
—¿Qué pasa? ¿Se siente mal? —el niño se acercó lentamente hacia su hermano mayor hasta encontrarse a menos de un metro de él. Lo contemplaba con confusión y cierta melancolía. No tiene idea de cómo ayudar y sólo se sienta a la orilla de la cama, meciendo sus piernas.
—Matías, sólo quiero estar solo.
Luis llegó a buscar a su hijo menor y ver a Darío. Maribel se acercó detrás de él y se quedó viendo la escena callada en el fondo, curiosa y preocupada al mismo tiempo.
—En silencio Darío, por favor. Es tarde y todos tenemos que despertarnos temprano —dijo Luis quejándose.
—Yo no fui el que los despertó.
—¿Se tomó las pastillas en la noche?
—Sí. Siempre me las tomo.
—Pues no están haciendo efecto entonces porque ya es la tercera vez en esta semana. No sé si para usted es un juego, pero esto se está tornando muy cansado.
—¡No puedo hacer nada, no puedo arreglar nada! ¿Cree que si pudiera ya no lo hubiera hecho? ¡Para ustedes todo es tan fácil!
—Tal vez necesite una dosis mayor —Expresó su mamá.
—No no, no es eso. Lo que necesita es autocontrol. Hay que reconocer que hay cosas más importantes en esta vida que sólo esas “crisis” existenciales.
—Luis, él está mal —Maribel entró al cuarto y se acercó a Darío para acariciarle el pelo y preguntarle al oído qué lo aquejaba.
—¿Qué pasa? ¿Qué lo afectó tanto hoy? —preguntó la madre decidida.
Ahora estaba agachada al lado de la cama, enredando sus dedos en el cabello castaño claro del joven.
—No puedo dormir —dijo en medio del llanto.
—¿Y qué más?
—Tengo migraña.
—¿Y en qué está pensando?
—Estoy cansado.
—¿Cansado de qué, amor?
—De todo, de mí…
Matías observaba desde la orilla de la cama, mientras Luis se daba media vuelta para devolverse a la habitación.
—Usted no puede decir que le falta algo, Darío. Tiene un techo, comida, estudio y una familia. ¿Qué le puede estar afectando? —renegó Luis.
—Luis —Insistió Maribel— Darío está deprimido; no es tan fácil, por eso toma medicamentos. Es, es algo muy raro, tal vez sea que siempre hemos sido demasiado exigentes en muchos aspectos y—
—¡Sería lo mínimo, mujer! Lo mínimo que se le puede exigir. Es lo único que le toca y no puede ni con eso.
—¡Yo no tengo por qué cubrir sus expectativas! Y no, no me quejo de lo que tengo, nunca me he quejado de eso. ¡Estoy harto de sentirme invisible, de que todos minimicen, en especial usted! —gritó Darío con fuerza dirigiéndose a su padre— ¡Ningún problema es importante para usted si no es suyo, nada es lo suficientemente doloroso o estresante si no lo sufre usted, se cree el centro de todo y se cree perfecto, pero es igual de inestable que yo!
—¡Si no le gusta, la puerta está abierta! Siempre puede largarse si quiere.
—Luis ¡Esto no es necesario!
—¿Darío se va a ir? —preguntó Matías con ojos llorosos.
—¡Me encantaría poder irme! Tal vez así encuentre alguien que sí piense que soy suficiente.
—¡Ya se lo dije y no lo pienso repetir! La puerta está abierta. Si no le gusta esta familia, se puede largar cuando quiera, pero le aseguro que no va a poder conseguir nada nunca, usted es un irresponsable y un mediocre. Y se lo advierto, el día que yo no esté…
—El día que YO no esté usted va a abrir los ojos de una jodida vez.
—¡¡Darío!! ¿Cómo se le ocurre? —dijo su mamá subiendo el tono.
—Yo también puedo jugar a eso.
Darío se levantó de la cama para llevar a su hermano al cuarto, su padre caminó enfurecido hasta la recámara y le seguía Maribel al borde del llanto.
—Darío, ¿se va de la casa? —el niño se sostiene de uno de los brazos de su hermano con fuerzas, con miedo a que sus palabras se vuelvan realidad.
—No sé Matías, no creo. Aunque tal vez lo haga en algún momento cuando termine la universidad —Pronuncia Darío en medio de sollozos y respiros fuertes que le ayudan a calmar el llanto poco a poco.
Matías saltó a los brazos de su hermano para luego subirse a la cama, acto seguido, pedirle que por favor apagara la luz del cuarto y encendiera la lampara de noche. Darío obedeció a la petición del pequeño y cerró la puerta para volver a su recámara.
Notó que su mamá aún estaba parada en medio del pasillo observándolo.
—Este es su hogar, y no tiene por qué irse. Yo voy a hablar con su papá. ¿Quiere un té?
—No ma, gracias. Hasta mañana.
Santísima Trinidad es un distrito ficticio que lo único que tiene de santo es el nombre. Este proyecto explora las vivencias de un investigador paranormal y su hijo; quienes deben adentrarse a esta zona urbano marginal para desvelar varios secretos y comprender de una vez por todas que es lo que los hace sentirse tan familiarizados con el lugar. A través de su paso por Trinidad, el exorcista reprimido y el semi demonio encontraran distintos rivales, aliados, y recordaran uno que otro mal momento. Finalmente comprenderán que uno de los misterios más grandes en el distrito, los "Doppelgängers" no son sólo una invención de los espiritistas, si no una realidad latente. Erfahre mehr darüber Proyecto Inside Trinity.
Vielen Dank für das Lesen!
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