Según la teoría del yin y el yang, todo en el universo contiene dos fuerzas opuestas. Los lados del símbolo representan dos energías que se unen para crear el equilibrio perfecto entre sí. No puede existir una, sin la presencia de la otra. Ambas se necesitan.
Desde el fin de la era de los dioses existen ángeles de luz y oscuros que velan porque este balance se mantenga y se evite el colapso de la vida como la conocemos. En el año 2007 el universo decidió restaurar de nuevo este equilibrio, creando un alma pura e impura.
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Era una mañana cálida, Camila recién estaba escuchando el sonido de la máquina de café pitando mientras el olor llegaba bajo la puerta, significaba que estaban todos despiertos. Parpadeó varias veces, pero sus ojos estaban aún arenosos y dolían un poco de haber estado llorando toda la noche. Se los frotó con sus manos y decidió ponerse de pie.
Su casa era muy humilde, de ladrillos con piso de cemento y techo de láminas de zinc. Aunque por fuera parecía pequeña, su padre la había acondicionado para que no les faltara nada tanto a ella como a su madre. Se dirigió al espejo, estaba completamente despeinada, abrió la puerta y vio a lo lejos en la sala, estaba sentado su padrastro Carlos. Un hombre pequeño, de contextura gruesa, que parecía pasado de edad, aunque solo tenía cincuenta años. Al oírla movió su cabeza para verla salir del cuarto, e hizo un sonido de desagrado. Para ella este comportamiento era usual en él, por eso evitaba todo contacto posible. Al otro lado de él estaba su mamá Ana, la cual se veía que apenas había dormido. Normalmente él bebía y salía hasta tarde y cuando llegaba borracho peleaba con ella. Camila pensó que probablemente el trasnocho de su madre era debido a otra pelea con él, así que no le prestó atención. Cuando salió del cuarto Ana volteó la mirada y se dirigió a ella con un chillido un poco irritante.
—Menos mal que la princesita decidió levantarse, ya creía que no ibas a salir del cuarto —al terminar la frase la miró con sus ojos molestos y siguió cortando unos tomates.
Camila simplemente hizo caso omiso al comentario desagradable y entró al baño. La claridad no era muy buena y la luz parpadeaba. Entre destellos se miró al espejo y vio sus ojos rojos e hinchados.
« ¿Será que todas las personas pasan por estas mismas cosas, o solo me tocó a mí? », pensaba mientras la distrajo un golpe a la puerta fuerte y ruidoso, era Carlos, quien del otro lado gritaba.
—Será que sales o te quedas a vivir adentro, otras personas quieren usar el baño.
Se apresuró y entró en la ducha, en donde se dio un baño súper rápido, que en un momento hasta pensó que había olvidado quitarse el champú. Salió con una toalla de flores desgastada, la cual amarró en su cuerpo. Carlos como siempre estaba al lado de la puerta, al ella salir, este se le quedó mirando y solo hizo un sonido como si le tirase un beso, seguido de un olor a ron añejado.
—Miren nada más a nuestra quería Camilita, ya toda una mujer —terminó la frase y entró.
En verdad para ella, esto no era algo nuevo, siempre tenía que lidiar con este tipo de miradas y actitudes de él. Su madre, del otro lado de la casa, simplemente hizo como si no escuchara.
Salió corriendo a su habitación, había visto el reloj ya eran las siete y media, llegaría tarde y no podía dejar que eso pasara. El colegio era el único lugar donde ella se sentía segura.
De camino a la parada como cosa usual en ella, veía y detallaba a cada persona que pasaba, preguntándose a donde irían y de donde vendrían. Al cruzar la calle, un señor de mal aspecto, se le acercó y le tomó la mano.
—Mi quería Umi, por favor ayúdame, no quiero hacerlo, necesito que lo evites y lo detengas. No dejes que te lleven —al terminar la frase, se arrodilló en el piso y empezó a decir frases que ella no podía entender.
Logró soltar su mano y apresuró el paso, mientras este, del otro lado, gritaba a todo pulmón.
—¡YA TE ESTA BUSCANDO Y PRONTO TE ENCONTRARÁ!
Camila corrió lo más rápido que pudo sin mirar atrás. Al llegar a la parada ya el autobús se había ido, justo cuando ella estaba llegando. Así que se colocó a un lado de la fila y observó a todos lados en busca del joven, pero no lo vio.
Al cabo de un rato llegó otro autobús y logró tomarlo, se sentó y sintió como su corazón latía a más de mil por hora, como si fuese a salir de su pecho. Llegando al colegio entró lo más rápido que pudo y se sentó al lado de su compañero Erick. Él era su amigo desde hacía más de tres años, aunque eran de dos mundos completamente diferentes.
Camila había ganado una beca en el colegio más importante de Caracas, esto hizo que para casi la mayoría de su año la vieran como la típica obra de caridad. Lo que hacía que fuera víctima de muchas agresiones y burlas por sus compañeros. Tampoco era sociable, en verdad solo eran él y ella, aunque a veces pensaba que él era más amigo de sus videojuegos.
El día había sido más caluroso de lo normal, lo que hacía que quisieras estar más horas dentro de los salones con aire acondicionado que afuera. Pasaron las horas y llegó el momento de irse a sus casas. Ella como siempre detestaba este momento del día, las dos de la tarde. Hora que le recordaba que regresaría a la casa de Ana y Carlos. Para ella no era su casa, no lo consideraba como tal.
Salió despacio del colegio mientras que Erick se despedía de ella y entraba a un carro en donde su chofer lo estaba esperando.
« ¿Qué se sentiría tener un chofer, tener a alguien que esté allí para llevarte a donde quieras sin decirte nada ni negarse? », pensó mientras veía como subían a sus autos.
De la nada sintió que la empujaban por el hombro, era Cynthia. Una chica alta de cabello rubio, que desde que ella entró al colegio la despreció. Camila la buscó con la mirada y esta simplemente se rio.
—Tranquila Cami ya viene tu carro por ti, a no verdad que tienes que tomar el autobús.
Las otras chicas al lado de Cynthia empezaron a reírse del comentario y la señalaban. Camila simplemente siguió sin prestar atención. Empezó a caminar hasta la parada del autobús, en donde había una cola larga que tenía que hacer para poder subir. Pasó más de una hora y media en la cola bajo el sol, acalorada.
—No entiendo, ¿por qué solo hay un autobús si hay tantas personas que toman esta ruta? —exclamó entre dientes, mientras con su zapato golpeaba la acera.
Al rato logró subir. En la próxima parada entraron tres chicos, se veían menores que ella de catorce y quince años. Se les acercaron y uno de ellos le sonrió y miró el reloj que traía ella. Automáticamente ya sabía de qué se trataba. De repente un nudo se le hizo en la barriga, los iban a robar.
Uno de los niños sacó el arma mientras el otro que estaba al lado de ella hablaba.
—Ya saben cómo es esto, así que hagámoslo rapidito sin ningún problema. Entréguenle a mi amigo todos los relojes, collares, anillos, cartera y celulares —mientras le mostraba el arma y le pedía su reloj.
Se lo quitó y por un momento sintió un pequeño dolor en el corazón. El reloj que había entregado se lo había dado su padre, el cual había fallecido hace tres años a causa de un robo. Él había sido policía y el reloj era lo único que le quedaba, ya que Ana había quitado de la casa todas las fotos y recuerdos para que Carlos no se molestara.
Lo entregó junto con la cartera y el celular. Por un instante mientras lo entregaba sintió una leve sensación de calma, como si alguien la acompañara, por un momento pensó que era su padre.
El ambiente en el autobús era pesado se sentía la tensión y el miedo de las personas a su alrededor. Delante de ella había una señora con un niño y al otro lado parecía estar su marido. Un hombre de unos 40 años. Por un momento le recordó a su padre, tenía piel morena y cabello corto de color negro. Frente a él se encontraba uno de los niños con el arma, intentando quitarle el anillo al señor, el cual se resistía.
—Por favor es el anillo de matrimonio, no vale nada, no creo que lo puedas vender, en verdad es solo baratija.
El joven que estaba pasando recogiendo las cosas, parecía el menor de los tres, Camila pensó que hasta podía tener menos edad de lo que ella le había calculado. Se molestó con lo que dijo el hombre y lo apuntó con el arma mientras le gritaba.
—¡Te he dicho que me des el anillo, así que entrégalo y ya viejo estúpido!
El caballero sacudió la cabeza de lado a lado negándose. De repente se escuchó un sonido fuerte y seco, que hizo que su corazón casi saliera de su cuerpo y la aturdiera. El autobús se paró y los tres niños salieron corriendo. Fue como si el tiempo se parase, sintió como si un frío le recorriese por todo el cuerpo, seguido de una punzada directa en el corazón. Cerró los ojos y escuchó una leve voz que decía « Calma », los abrió inmediatamente y todos empezaron a gritar y a llorar al mismo tiempo. La mujer con el niño se abalanzó hacia el señor, que se encontraba recostado en el asiento cubriéndose la herida. Camila estaba sin poder moverse ni quitar la mirada al hombre. Le recordó a su papá y todo lo que había vivido con su asesinato. « ¿Sería él la voz que escuchó? », se preguntó sin poder moverse del asiento.
Al rato vio como entró la policía y lo bajaron del autobús, según lo que pudo ver, ya el señor no se movía y por los gritos de su esposa probablemente, significaba, que había muerto.
Su corazón latía lo más rápido que podía, tenía miedo de volver a subir al autobús, así que se bajó y prefirió terminar el trayecto a pie. Estaba en shock, los recuerdos de su papá y todo lo que había pasado, no dejaban de pasar por su mente. Simplemente estaba caminando en modo automático con un paso acelerado, sin mirar a su alrededor. Solo sentía las lágrimas cayendo de su cara y el sudor en su cuello, cada vez que pasaba al lado de una persona sus sentimientos cambiaban, le costaba mantenerse de pie.
Al llegar a la casa ya eran pasadas las seis de la tarde. El calor había bajado un poco. Al entrar, se dio cuenta que solo estaba Ana, por suerte no tendría que lidiar con la presencia de Carlos, probablemente se había ido a jugar a los caballos o estaba emborrachándose en algún bar, por lo que no le dio mucha importancia de averiguar.
Entró sin hacer ruido y fue corriendo al baño, en donde se enjuagó la cara. Nuevamente escuchó la voz en su cabeza, « Soledad ». Salió y fue a la cocina, en donde agarró lo primero que encontró y se hizo un sándwich. Luego se encerró en su cuarto, no quería tener alguna conversación con su madre ni siquiera quería cruzar mirada alguna con ella.
Se agarró la muñeca y empezó a llorar, mientras sentía como la calma la dominaba. Al rato, se secó las lágrimas y buscó en unas cajas al fondo de su cuarto, en donde había varias fotos de su padre, sacó una que parecía vieja, por el color y por lo desgastada que estaba. Era de ella con su padre Andrés. Un hombre alto de tés blanca y cabello color negro y ojos marrones. Se acostó y abrazando la foto se quedó dormida llorando.
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