Arrodillada, como pidiéndole perdón a la vida por algún castigo. Derramando sudor y desesperación, Consuelo pujaba casi sin aliento. La partera la guiaba. Al mismo tiempo el río se desbordaba, era Febrero de 1982, el fenómeno del niño había llegado. Con él trajo una niña a la que llamaron Narcisa de Jesús. Le pusieron ese nombre debido a una Santa, de la cual su madre era excesivamente devota. Aquel 27 de Febrero le pidió que todo saliera bien en su parto, ya que había presentado complicaciones durante el embarazo y por si fuera poco era el peor invierno que le había tocado vivir. Cuando Consuelo la vio, la llamó “Mi pequeño milagro”.
Desde su infancia estuvo rodeada de estampitas, esculturas de santitos, rosarios y velas. Rezaba desde que se levantaba hasta que se acostaba. Acudía fielmente con su madre a las misas. En la escuela las compañeras se burlaban de ella, ya que Consuelo la mantenía impecable y demasiado tranquila para una niña de su edad y poco agradable para aquellas chiquillas. La madre pensaba que con una niña tan perfecta como ella podría formar otra santa. Tenía tanta fe que podía pasar meses en crisis económica y cuando su esposo obtenía un trabajo, le otorgaba el milagro a Dios y todos los santos, llevándose el crédito del empleador.
Cuando Narcisa de Jesús cumplió veinte años, comenzó a presentar hematomas en su cuerpo, uno de esos parecía el perfil de la virgen, según su madre. Al día siguiente estuvo rodeada de medio pueblo para ver la aparición en su cuerpo. Le rezaban, le pedían milagros pues todos creían que la salvación había llegado. Lejos estaban de saber la verdad de lo que tenía.
Luego de unas semanas, más hematomas y convulsiones, Consuelo comenzó a sospechar que algo andaba mal. Acudieron a un hospital público de la “Gran ciudad” como llamaban a Guayaquil. Ingresó al área de emergencias con sangrado en las encías y deterioro de consciencia. Y Consuelo… rezando, porque, -¡Para qué lágrimas, si la fe mueve montañas y resucita muertos!- solía decirle a los familiares de otros enfermos que la rodeaban. El Dr. le explicó que Narcisa de Jesús tenía un tipo de leucemia, que pronto la llevaría a la muerte si no se trataba a tiempo, debido a su etapa avanzada. Consuelo no quiso creerlo y le dijo al galeno que no sometería a su hija a esos medicamentos tan fuertes. Regresaron a su pueblo creyendo que Dios las ponía a prueba pero que él la iba a sanar. Buscó un grupo de oración, comenzaron a rezar por ella, hasta la llevó al Santuario de su homónima para pedirle un milagro como el día de su nacimiento.
Posteriormente Narcisa de Jesús se fue recuperando, hasta llegar a ser la joven sana de siempre. Para ellas Diosito y la Santita la había curado. Como acto de agradecimiento a sus amigos organizó una reunión, sin baile obvio, porque eso era del diablo según Consuelo. Narcisa compartió con todos quienes estaban felices de verla recuperada, pero luego de un par de horas se sintió agotada por lo que decidió retirarse para ir a descansar. Al día siguiente su madre le había preparado su desayuno favorito. Cuando fue a despertarla, notó que el sereno de la madrugada le había arrebatado su vida. Tal vez Dios o la Narcisita se la habían llevado, pero definitivamente el fanatismo la había matado.
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