Jeon Jungkook dejó vagar la vista por las extensas tierras del clan Jeon, mientras que en su interior seguía lidiando con la incertidumbre que lo asaltaba. Inhaló la brisa helada y levantó los ojos hacia el cielo. Ese día no nevaría, pero lo haría pronto. El otoño había llegado a las tierras altas. El viento era cada vez más frío y los días se iban acortando.
Después de tantos años malviviendo, luchando por reconstruir el clan, su hermano Namjoon había conseguido dar un importante paso hacia adelante y ahora los suyos estaban más cerca de recuperar la gloria que les había pertenecido antes.
Ese invierno no pasarían hambre. Los niños del clan tendrían la ropa de abrigo que tanto necesitaban.
Ahora le tocaba a Jungkook. Había llegado el momento de que él se sacrificase por su clan. En cuestión de minutos partiría rumbo al Castillo de los Park y pediría formalmente la mano de Park Jimin en matrimonio.
Era una mera formalidad. Hacía semanas que habían firmado el acuerdo. El Laird vecino estaba envejeciendo y quería que Jungkook pasase tiempo con los Park, con los hombres que se convertirían en su clan cuando contrajese matrimonio con su único hijo y heredero.
Incluso a esas horas, el patio de armas bullía de actividad mientras el contingente de soldados Jeon que iban a acompañarlo se preparaba para el viaje.
Namjoon, su hermano mayor y Laird de los Jeon, había insistido en que se llevase a sus mejores hombres, pero Jungkook se había negado. La vida del doncel de Namjoon seguía corriendo peligro y, además, ahora Seokjin estaba encinta.
Mientras Lee Jae Hwan siguiese con vida, los Jeon vivirían pendientes de su amenaza. Lee deseaba todo lo que Namjoon poseía: su esposo y el control de Namhansanseong, el legado que Namjoon había heredado al casarse con Seokjin, hijo ilegítimo del antiguo rey de Corea.
En las tierras altas empezaba a percibirse una todavía débil sensación de paz, pero Lee Jae Hwan aún representaba una amenaza, no sólo para los Jeon, sino también para los clanes vecinos y para el trono del rey Sunjong. Por eso Jungkook había aceptado casarse con Jimin, para cimentar así una unión entre los Jeon y el otro clan que poseía las tierras colindantes con Namhansanseong.
Tendría un buen matrimonio. Park Jimin era agradable a la vista, a pesar de su carácter especial, y de que prefería llevar atuendo de guerrero y realizar las tareas de los hombres en vez de la de los donceles.
Pero si se quedaba bajo el ala de Namjoon, Jungkook nunca tendría su propio clan. Ni sus propias tierras. Ni un heredero al que poder traspasar su legado.
Entonces, ¿por qué no estaba impaciente por subirse al lomo de su caballo y partir hacia su destino?
Escuchó un sonido a su izquierda y se volvió. Jeon Seokjin corría hacia él, colina arriba, o al menos lo intentaba, y Wonho, el guerrero al que le había tocado ser su guardaespaldas ese día, lo seguía exasperado.
Seokjin apenas iba abrigado con una capa y temblaba de frío.
Jungkook le tendió una mano y el doncel se la tomó para apoyarse en él mientras recuperaba el aliento.
—No tendrías que estar aquí —lo riñó Jungkook—. Vas a agarrar un resfriado de muerte.
—Tienes razón, no tendría que estar aquí —concordó Wonho—. Si nuestro Laird se entera, se pondrá furioso.
Seokjin puso los ojos en blanco un segundo y después lo miró preocupado.
—¿Tienes todo lo que necesitas para el viaje?
—Sí, todo —contestó Jungkook con una sonrisa—. Jihyo me ha preparado comida para dos viajes.
Seokjin le apretaba la mano con una de las suyas mientras con la otra se acariciaba la barriga donde estaba su bebé. Jungkook lo acercó a él para abrigarlo con el calor de su cuerpo.
—¿No sería mejor que te quedases un día más? Ya casi es mediodía. Tal vez deberías partir mañana por la mañana.
Jungkook reprimió una sonrisa de satisfacción. A Seokjin no le hacía ninguna gracia su viaje; su cuñado se había acostumbrado a que todo el clan estuviese donde él quería: en las tierras Jeon. Y ahora que él estaba empecinado en irse, el doncel no se esforzaba en disimular que eso no le gustaba o que estaba muy preocupado por su partida.
—No estaré fuera mucho tiempo, Seokjin —le dijo con dulzura—. Una semana como mucho. Luego volveré y me quedaré hasta el momento de la boda, cuando tenga que marcharme para siempre al Castillo Park.
Seokjin apretó los labios y frunció el cejo al recordar que Jungkook se iría de su clan y se convertiría en un Park.
—No pongas esa cara. Seguro que no es bueno para el bebé. Como tampoco lo es que estés aquí fuera, con el frío que hace.
Seokjin suspiró resignado y lo abrazó. Jungkook dio un paso atrás e intercambió una mirada con Wonho por encima de la cabeza del muchacho. Seokjin estaba más sensible por culpa del embarazo y todos los miembros del clan habían tenido que acostumbrarse a sus repentinas muestras de afecto.
—Te echaré de menos, Jungkook. Y sé que Namjoon también. Él no dice nada, pero estos días ha estado más callado que de costumbre.
—Yo también los echaré de menos —dijo él, solemne—. Pero ten por seguro que estaré aquí cuando traigas al mundo al nuevo Jeon.
Tras esa frase, Seokjin se apartó un poco y levantó una mano para acariciarle la mejilla.
—Sé bueno con Jimin, Jungkook. Sé que Namjoon y tú creen que necesita mano firme, pero lo que de verdad necesita ese muchacho es amor y que alguien lo acepte como es.
Él se sintió incómodo y le dio un miedo atroz que Seokjin quisiera hablar de temas del corazón con él.
Por Dios santo
El doncel se rió.
—Está bien, ya veo que te he puesto nervioso. Pero no te olvides de lo que te he dicho.
—Mi Señor, el Laird te ha visto y no parece muy contento —comentó Wonho.
Jungkook se dio media vuelta y vio a Namjoon en medio del patio de armas, con los brazos cruzados y el cejo fruncido.
—Vamos, Seokjin —le dijo, colocando la mano de él en su antebrazo—. Será mejor que te lleve de vuelta con mi hermano antes de que él decida venir a buscarte.
El doncel masculló algo por lo bajo, pero dejó que lo escoltase colina abajo.
Cuando llegaron al patio de armas, Namjoon fulminó a su esposo con la mirada durante un segundo, pero acto seguido desvió aquellos ojos tan letales hacia Jungkook.
—¿Tienes todo lo que necesitas?
Él asintió.
Yoongi, el más pequeño de los hermanos Jeon, apareció al lado de Namjoon.
—¿Estás seguro de que no quieres que te acompañe?
—Aquí haces falta —dijo Jungkook—. Y más ahora que Seokjin está a punto de dar a luz. Las nieves del invierno no tardarán en caer y sería muy propio de Jae Hwan intentar atacarnos cuando menos lo esperamos.
Seokjin tembló de nuevo a su lado y el guerrero se volvió hacia él.
—Dame un abrazo, hermanito, y vuelve a entrar en el Castillo antes de que te de un resfriado. Mis hombres están listos y no quiero verte llorar cuando partamos.
Tal como había previsto, Seokjin frunció el cejo un segundo antes de abrazarlo con todas sus fuerzas.
—Que Dios te acompañe —le susurró.
Jungkook le pasó una mano por el pelo con cariño y luego lo empujó con cuidado hacia el Castillo.
Namjoon miró a su esposo a los ojos y, muy serio, secundó la orden de Jungkook. Seokjin les sacó la lengua a los dos antes de darse media vuelta y Wonho se apresuró a seguirlo hacia la escalinata del Castillo.
—Si me necesitas, manda a alguien a buscarme —le dijo Namjoon a Jungkook— e iré en seguida.
Jungkook agarró el brazo de su hermano mayor y ambos se miraron durante largo rato antes de que lo soltase.
Yoongi le dio una palmada en la espalda cuando ya se disponía a montar.
—Te irá bien —le dijo con sinceridad.
Jungkook lo miró y, por primera vez, sintió una chispa de satisfacción.
—Sí, lo sé.
Respiró hondo y sujetó las riendas con fuerza. Iba hacia sus tierras. Hacia su clan. Sí, le iría muy bien.
Jungkook y una docena de soldados Jeon cabalgaron a paso firme. Dado que habían partido tarde, el viaje les llevaría dos días en vez de uno, que era lo que se tardaba normalmente en alcanzar las tierras del clan Park.
Consciente de ello, Jungkook no forzó la marcha e incluso les ordenó a sus hombres que se detuvieran para acampar después del anochecer. Encendieron una hoguera y la mantuvieron baja para que no iluminase demasiado.
Después de devorar la comida que les había preparado Jihyo, Jungkook dividió a los hombres en dos grupos para hacer las guardias. Los seis guerreros del primer turno se colocaron estratégicamente alrededor del campamento para vigilar mientras el segundo grupo aprovechaba sus merecidas horas de descanso.
Aunque se suponía que a él le tocaba el segundo turno, Jungkook no podía dormir y se quedó tumbado en el suelo, mirando el cielo estrellado. Era una noche clara y fría. El viento soplaba del norte y anunciaba el cambio de tiempo.
Casado con Park Jimin. Intentó sin éxito evocar la imagen del muchacho. Lo único que podía recordar era su brillante melena rubia.
Era un joven muy callado y supuso que eso era una buena cualidad para un esposo, aunque Seokjin no lo era, igual que tampoco era especialmente obediente, y, sin embargo, a Jungkook le parecía entrañable y sabía que Namjoon no cambiaría ni el menor detalle de su esposo.
Claro que Seokjin era todo lo que se suponía que tenía que ser un doncel: dulce y cariñoso; en cambio Jimin era masculino, tanto en su atuendo como en su comportamiento. No era poco agraciado, lo que lo confundía todavía más, porque no entendía por qué le gustaba hacer cosas tan impropias de un doncel de su estatus.
Tendría que ocuparse de ese problema de inmediato.
Una ligera perturbación en el aire fue lo único que le avisó del ataque y no tuvo tiempo de rodar hacia un lado. Una espada le atravesó el costado.
El dolor le recorrió todo el cuerpo, pero lo ignoró y tomó su arma antes de ponerse de pie. Sus hombres se despertaron y la noche se llenó de los sonidos de la batalla.
Jungkook luchó contra dos guerreros; el sonido de las espadas al chocar resonaba en sus oídos. Las manos le temblaban de la fuerza con que asestaba golpes a sus adversarios una y otra vez.
Éstos lo empujaron hacia donde se habían apostado sus propios hombres y Jungkook casi se tropezó con el cuerpo de uno de ellos. Del pecho del guerrero sobresalía una flecha, prueba irrefutable de lo furtiva que había sido la emboscada.
Los sobrepasaban en número y, aunque él apostaría por los soldados Jeon en cualquier lugar y contra cualquier adversario, en ese momento la única alternativa que tenían era retirarse antes de ser masacrados. Sencillamente, era imposible que pudiesen derrotar a un contingente seis veces mayor que el suyo.
Dio la orden de retirada y, tras deshacerse del guerrero contra el que seguía luchando, corrió en busca de su caballo. La herida del costado le sangraba profundamente. El penetrante olor de la sangre se percibía con facilidad en aquel aire frío y le impregnaba las fosas nasales. Tenía la visión borrosa y sabía que si no conseguía montar estaba perdido.
Silbó y su caballo galopó hacia él justo cuando otro de sus enemigos se disponía a atacarlo. La pérdida de sangre lo estaba debilitando rápidamente y Jungkook empezó a combatir sin la disciplina que le había inculcado Namjoon. Corrió riesgos innecesarios. Se volvió imprudente. Estaba luchando por su vida.
Otro guerrero soltó un grito y se abalanzó sobre él. Jungkook sujetó la espada con ambas manos y asestó el golpe con todas sus fuerzas. Acertó en el cuello de su contrincante y lo decapitó con un único movimiento.
No se tomó ni un segundo para saborear la victoria, pues otro enemigo estaba acercándose a él. Con las últimas fuerzas que le quedaban, montó en su caballo y le ordenó al animal que se pusiese en marcha.
Podía distinguir la silueta de guerreros caídos a medida que iba alejándose del lugar de la masacre y tuvo la horrible certeza de que no eran cadáveres de sus enemigos los que allí yacían. Había perdido a casi todos sus hombres, o a todos, en aquella emboscada.
—A casa —farfulló.
Se presionó el costado con una mano e intentó mantenerse consciente, pero con el trote de su montura el dolor se iba intensificando y su visión se volvía cada vez más borrosa.
Su último pensamiento fue que tenía que llegar a casa y avisar a Namjoon. Y le suplicó al mismísimo diablo que no hubiesen atacado también al Castillo Jeon.
♠ Yisha ♠
Vielen Dank für das Lesen!
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