Daniel Hernández.
La tierra, treinta de septiembre de 2020, 2:05am.
Sara, por favor, no deseo decirme que fallé en protegerte, no quiero contarles a nuestros amigos que ya no estás aquí, no anhelo mentirme una y otra vez. Siempre pensé que volverías a caminar a mi lado. Pero olvidé que no has abandonado el hospital desde hace tanto tiempo… que ya ha pasado un año desde aquel descubrimiento: aquel que finiquitó tu vida y aseguró mi fallecimiento.
La oscuridad de la habitación se encamina a mi arrodillado ser. Mis caídos e impotentes brazos, agobiado y frustrado corazón resuenan como uno en esta desesperante situación. La frialdad del aire acondicionado a mis espaldas consuela la rigidez formándose en el dichoso interior. Nacientes temblores arrugan mi piel, lloros ruegan emerger gracias a la escena mostrada a los negros espejos del alma.
Por favor, dime que no es cierto...
Transmito una y otra vez esas palabras a la pantalla del ordenador presente en la habitación. Desde hace años que mi vida se estaba cayendo a pedazos: la narrativa de aquel ente sobrenatural escribiendo nuestra historia me ha encaminado a este espinoso sendero, uno donde no puedo ver la luz al final del camino, aquel donde se encontraban los borrosos recuerdos de mi pasado existir.
Ya me has quitado todo... ¿Qué más quieres arrebatarme? No mantengo nada que atesorar, has robado lo único a lo que me aferraba tanto.
Tenso mis manos en ese creciente abismo arremolinándose en la habitación, aprieto mis dientes intentando aceptar la realidad plasmada en esa pantalla. Pero todo algún día debe de terminar.
No alcanzo a llorar, mis lágrimas no desean salir, se reúnen en lo más profundo de mí. La pesadez que aprieta mi vida acoge los sentimientos que tanto he cuidado por estos largos cuatro años. ¿Ustedes han cambiado debido al amor por una persona?, puede ser de cualquier tipo: familiar, amistoso, romántico, cual sea la verdad... Fue el último en mi caso.
La compañía de una mujer me salvó de aquel abismo interminable cuando perdí todo lo que conformaba mi alma. Mis padres fallecieron en un accidente automovilístico en 2016, esa fue mi primera caída. Mi hermano cayó en un inexplicable coma desde 2017, no ha despertado desde ese día.
"¿Cómo puede soportar esto un niño de doce años?", es lo que me pregunté desde ese entonces. Las relaciones que mantenía desaparecieron en su frágil inexistencia, mis tíos y familiares lejanos se la pasaban discutiendo sobre como dividirse las propiedades de mis padres y las de mi hermano... olvidándose del menor de esa familia.
Dejé de disfrutar las cosas que hacia cuando murieron mis papás, no le encontraba gusto a nada: intentaba hacer nuevas actividades, las abandonaba al poco tiempo; busqué nuevas relaciones, no alcancé a concretarlas. Mi hermano hizo todo lo posible por sacarnos adelante, sobrellevando la universidad y un humilde trabajo al mismo tiempo.
Aun vivíamos en nuestra preciada casa, aquella donde crecí. Comenzó a sentirse demasiado grande al permanecer dos personas en ella. Él buscaba formas de animarme y motivarme, ayudarme a seguir adelante... Como quisiera volver a escucharlo.
Cayó en coma en 2017. Entró en el mundo virtual que tanto amábamos para distraerse de las preocupaciones del día a día, no volvió a despertar de esa decisión. Recuerdo lo preocupado que estaba: las agujas rayando la débil carne, los lloriqueos transitando su afligido ser; el infante tratando de despertar al que lo mantenía cuerdo, buscando la forma de quitarle el dispositivo que llevaba en la cabeza.
No logró hacerlo, no volvió a la realidad, no lo ha vuelto a hacer. Fue trasladado al hospital de la ciudad y desde ese día ha estado allí, hacía tres años de ese suceso. Mi familia me arrebató la casa donde vivíamos, pero no pudieron llevarse la herencia que por correspondencia me pertenecía. Era un muchacho de casi trece años varado en un hogar a punto de ser desalojado. Eternas horas después, fui rescatado por viejos conocidos que me enviaron a un departamento de mínimas condiciones.
Nunca olvidaré el primer día en ese nuevo techo: un simple dominio de una habitación, cocina, un pequeño baño y el alargado pasillo que mostraba al final la estrecha cocina. Oscura, tétrica, penumbrosa, tenebrosa y silenciosa; esos eran mis pensamientos sobre ella, pues bien, nunca logré adaptarme a aquel estar. Los únicos acompañantes a mi llegada eran los hablares de mis pasos por el duro cemento adjunto al andar de la maleta que cargaba. "No puedo vivir aquí", fue la primera impresión del huérfano que soy.
No sabía cocinar, apenas podía lavar mi propia ropa y desfallecía en la oportunidad de poseer un verdadero trabajo; un colchón de bienes es lo que me iba a permitir vivir escondiéndome en mi propia desgracia. Intenté mantener mi vida escolar y privada lo más separadas posibles, evitar incordiar a los ajenos a mis problemas era una de mis principales prioridades. Únicamente una joven se la pasaba agrietando la burbuja que tanto resguardaba.
Logró hacerlo después de mucho tiempo. Esta cicatriz presentándose en mi cuello, una de un objeto punzante, es el recuerdo de mi intento a terminarlo todo apenas unos cuantos meses de continuar con el vivir que me tocó. Si no hubiese entrado por esa gris puerta de mi departamento, en una ocasional visita de las tantas que hacía, todo habría acabado para mí.
Le agradezco tanto por detenerme. Desde ese momento, poco a poco me di cuenta de la hermosa persona que estaba junto a mí. Cada instante del minutero esperaba sus mensajes y sus repentinas llamadas para hablar tonterías. Me estresaba buscando la forma de intentar invitarla a algún lado, alejando a la nostálgica inseguridad de mis decaídas.
Fue una agradable época de mi vida, me sentí cercano a la felicidad de cuando mi familia prevalecía en este mundo. Perseveré cambiar a mejor, comencé a encaminar lentamente mi vida, empecé a disfrutar el sabor de las cosas.
Todo gracias a una persona: una que jamás me abandonó, una que dio todo por mí. Devolví esos mismos bellos sentimientos en el transcurrir del libro del tiempo. Cualquiera puede cambiar gracias al amor o a la amistad, no hay demasiada diferencia entre los dos. Si un muchacho que estuvo a punto de acabar con su sufrimiento logró salir hacia adelante, todos podrían hacerlo.
Pero nada de eso importa ahora mismo. Mis extremidades no responden ante mis llamados. El frio acaricia mi congelado ser. No danzan mis inertes parpados. La llama dentro de mí se apaga por momentos.
Alzo la mano y tomo el escritorio frente mío, buscando apoyarme para levantarme, consigo hacerlo después de algunos segundos. Ignoro los diversos detalles y accesorios en mi mesa: papeles, lápices, mi mouse y teclado; no tengo demasiadas posesiones en ese posadero de madera.
Observo fijamente a la pantalla del computador, saluda una red social entregándome un mensaje a tratar. Estoy curiosamente calmado, imperturbable, sereno y prácticamente manejado por un titiritero.
“Señor Ramírez” es el emisor del mensaje: el padre de Sara Ramírez, la pequeña a la que le dediqué lo que pude mantener. Ya leí el contenido del mensaje, no deseo volver a hacerlo. Pensar en nada es lo que requiero, tumbarme en mi cama para tal vez jamás levantarme de ella es lo que pido.
Manipulo el mouse arrastrando el puntero al botón de cerrado, observando entre reojos el contenido de aquel sorpresivo transmitir. Mi atención se desvía por momentos, no soy capaz de controlarlo:
"Daniel, por favor, te pido que no te alarmes".
Me mantengo en mi proceso de avanzar a otro día, solo tenía que hacerlo y de alguna manera funcionaria. Algo despertaba dentro de mí, instigando al corazón a latir: lub-dub-lub-dub, Un dolor punzante, una sensación escalofriante y un temblor emergente en los poros de mi haber.
Ya-ya, Daniel, todo estará bien.
Sonrío a las nacientes emociones luchando por salir, es lo único que puedo decirme. Todo estará bien, solo tengo que seguir hacia adelante, solo debo de proseguir con las enseñanzas de Sara.
Todo estará bien.
Los últimos vistazos al contenido del correo fueron efímeros, pero contundentes para la atrofiada sanidad. En consecuencia, mi mente y semblante se rompían en frágiles trozos destinados al mancillar:
"Sara ya no está con nosotros, no logró aguantar. Lo siento muchísimo, Daniel, pero esto es algo que se debía de esperar… ya no podíamos detener el flujo de su enfermedad".
—¿¡No podíamos detener?! ¡¡USTEDES LA MATARON!! ¡¡Fue vuestra maldita culpa que esté muerta!! —Gritos exasperados y desgarrados. Fluían mis pensamientos a través de mi rostro, las palabras salían entre los ahogos de mis propios mocos—: ¡Sois unos malditos, me habéis arrebatado lo último que me mantenía con vida! ¡¡Con que cara os disculpáis, asquerosos asesinos!! —Mi voz cede sus funciones, ya no me quedan reclamos por exclamar—. ¡Es vuestra culpa! La habéis matado... la habéis matado.
No me percaté de que solté el mouse en medio de mi arrebato, ahora está en un lado de la mesa. El lloro no para de salir al visualizar ese artilugio, apago la pantalla en un aguerrido movimiento. Utilizo las mangas de mi chaqueta para limpiar los fluyentes fluidos de mi cara, aunque no podía ocultar el quebradizo reaccionar de mi cuerpo. Volteo a mi cama, una desordenada y de apariencia bastante desaliñada, lanzándome a esconderme entre sus sabanas.
Continúo revolviéndome en mi propio cobijo ensuciándolo con mis verdaderos sentimientos, furioso por los asesinos de mi última esperanza. Renegando inundado en la impotencia de no haber protegido la efímera ceniza que mantenía encendido mi futuro:
Estoy solo en este mundo, únicamente en este mundo...
Saboreo mis palabras por el paladar del marchito pensar, recordando mi inexistencia como ser humano en esta realidad. Puede que mis amigos de toda la vida ya no sean capaces de contactarme como antes, puede que las personas más importantes de mi vida hayan ascendido a las puertas del cielo que merecen.
Pero... esto no ha terminado aquí. No permitiré este maldito e insípido final, no deseo morir como un estorbo de la sociedad y siendo un infeliz por todo lo que queda de mi vivir. Las personas como Sara merecen una segunda oportunidad, se la obsequiaré en aras de su bienestar. No debo rendirme en este objetivo como alguna vez llegué a hacerlo en el pasado.
Sara, hiciste tantas cosas por mí, que no pude hacer ninguna por ti. Lo intentaremos otra vez en esa historia virtual, una que escribiremos nosotros. Por favor, déjame hacer esta última cosa para agradecer todo lo que sacrificaste por este condenado a la infelicidad… aquella que destruiste con tu gracia angelical. Matías, serás el puente a mi deseado y anhelado querer. Reviviremos a Sara sin tiempo que perder, Azeroth será el lugar donde renacerá mi preciado ser.
Cierro mis ojos moqueando entre los desgarros del luto, esperando el nuevo y tal vez postremo amanecer. No permitiré su desgracia en esta nueva oportunidad que deseo darle. Hasta el final de mis días, un final que seguramente llegará pronto, viviré cada uno de ellos junto a ella, pues mi historia en la tierra ha terminado. El punto y final de mi narrativa en esta línea del destino... ha goteado desde la tinta del caprichoso historiador.
----
Primero de octubre de 2020, primer día antes de avanzar:
Me despierto esta mañana rememorando una cosa: es muy doloroso cuando no hay nadie que te reciba con un “buenos días”. La más penumbrosa e insoportable soledad empieza cuando se te es arrebatada la calidez del buen acompañar. Los que jamás han conocido el afecto pueden permanecer en la eterna melancolía. Conversar en un inexistente haber con una etérea tristeza es lo único que genuinamente realizarán.
Continuará.
Vielen Dank für das Lesen!
Wir können Inkspired kostenlos behalten, indem wir unseren Besuchern Werbung anzeigen. Bitte unterstützen Sie uns, indem Sie den AdBlocker auf die Whitelist setzen oder deaktivieren.
Laden Sie danach die Website neu, um Inkspired weiterhin normal zu verwenden.