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Pablo Kohan


Sly es un profesional. Sabe que no debe comprometerse demasiado en su trabajo, que algunas cosas no cambiarán jamás y que involucrarse más de la cuenta puede llevarte a la perdición. Tiene cuentas pendientes, gente que preferiría verlo muerto, pero algo dentro de él no le permite detenerse. ¿Es esta la forma de crear un mundo mejor? Sly no está seguro, pero si de algo puede dar fe, es que seguirá ensuciándose las manos todo lo que sea necesario. Mafia, transacciones, acción. Un día normal en la vida de Sly... ¿No?


Kurzgeschichten Nicht für Kinder unter 13 Jahren.

#suspenso #mafia #acción
Kurzgeschichte
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La ciudad portuaria

En el mundo de la mafia, es bien sabido que la frase dormir con los peces, no corresponde a su significado literal. Mi dicen Sly y trabajo con la mafia. Es lo único que sé hacer, es el legado que me dejaron y lo llevo con orgullo. Sin embargo, no diría que soy una persona bien vista dentro de este pequeño mundo (si es que podemos decir que alguien es bien visto acá). Me retracto, en la mafia no se rigen por lo bien que te lleves con alguien, sino por el respeto que te guarden. Y, digámoslo de una forma directa, a mí preferirían verme durmiendo con los peces a respetarme. Gran idea la mía venir a realizar un trabajo al puerto de la isla.

Acá no rigen las mismas reglas que en Ciudad Central. El puerto es una zona más bien humilde, por no decir marginal. No fue pensada para ser poblada, pero sabemos cómo funciona el sistema. El olor a pescado podría cortarle la respiración a cualquiera, y el humo tóxico de los embarcaciones producen muertes tan paulatinas como dolorosas. No te das cuenta hasta que estás muerto; y en la ciudad portuaria hay muchos muertos. Yo mismo cargo con algunos en mi espalda. Hoy, si todo me sale bien, no será diferente. Pero mientras tanto, espero entre las sombras.

Dije que trabajaba con la mafia. Bueno, siendo más específicos, trabajo contra la mafia. Me explico, mi labor consiste casi en su totalidad en esperar. Y cuando no espero, me estoy rompiendo la madre con alguien. Mejor dicho, contra alguienes. Muchos. Muchísimos. ¿Recuerdan eso que dije sobre el respeto en la mafia? Bueno, para mis compañeros de trabajo, el respeto parte de cuántas armas y cuánto dinero tengas. Eso es lo que busco cambiar. Quisiera que el respeto surgiera por el mero hecho de ser una persona y que el miedo no tuviera nada que ver en ello. El miedo es normal, no lo estoy negando, yo mismo le temo a muchas cosas, como a las cucarachas, sobre todo cuando vuelan; pero si dejamos que el miedo, en lugar de ser un impulso hacia la superación, se convierta en nuestro mayor enemigo, puede conducir las cosas hacia a la tragedia. El miedo me quitó a mi maestro. Me arrebató la única persona que me aceptó como era.

Son las cuatro de la mañana. El frío del mar raspa mis mejillas como si fueran cuchillos. Estoy sentado sobre unos contenedores junto a uno de los puertos más pequeños, bien resguardado para no ser visto. A mi lado, llevo un rifle instalado y cargado. Lástima que mi gafas no me cubran de este olor putrefacto. Por el creador, ¿Cómo puede alguien vivir así?

Unos ayudantes del puerto empiezan a bajar unas cargas de un buque que acaba de atracar hace unos momentos. Entre las personas que descienden del barco (todos tipos que preferirías no encontrarte en un callejón de noche, aunque a quién quisieras encontrarte en un callejón de noche, en especial si está lleno de cucarachas), están unos enviado de la mafia estadounidense. Y entre las cosas que están descargando, se encuentra una caja repleta de benzoilmetilecgonina, conocida comúnmente como cocaína.

Cada quien puede drogarse con lo que quiera, ¿No? El problema está en que sé a la perfección en qué manos terminará esa cocaína. Después de la venta que están por hacer, esa droga se volverá a vender a cambio de esfuerzo y trabajo en los sectores más pobres, no solo en el Distrito E, sino también por todo el resto de la isla. Podré sonar moralista, pero esa no es la mafia que busco, donde el código de honor no está respetado. Claro, ¿Qué honor puede existir entre una banda de delincuentes? Bueno, más del que se imaginan. Llevo el legado de mi maestro, la subversión de los principios en la mafia, no debemos luchar para los más poderosos, sino para quienes más lo necesitan.

En eso, suben el cargamento a una camioneta, y, escoltada por dos autos, se pone en marcha. Terminó la espera. Con un rápido movimiento, disparo el rifle. Un chip imantado sale despedido y se pega en la camioneta sin ser visto. Activo el geolocalizador de mis gafas, de manera que pueda perseguir el objetivo sin necesidad de que lo noten.

Subo a mi moto y comienza la persecución. Si mis averiguaciones son correctas (y lo son), alguien del Elíseo estará hoy en esta transacción. La adrenalina sube por mis venas al pensar en esto. Acelero a fondo, a una velocidad peligrosa si no fuera un experto motociclista. ¿Cuándo dejé que esta gente decidiera tanto sobre mi destino? Lo único que puedo pensar ahora, es que no podré pensar con claridad hasta derrocar a este imperio mafioso. Desde las sombras controlan gran parte del movimiento de las drogas y el armamento ilegal en la isla. Uno pensaría que ese es trabajo del Sindicato, la organización más baja entre la sociedad de Ciudad Central, y sí, también lo es; pero el Elíseo es incluso peor. Al menos en el sindicato nadie miente con una falsa idea de código de honor. Si pertenecés al sindicato, tenés que andar con un arma apuntando hacia delante, y otra hacia atrás, eso es sabido. En cambio, el Elíseo dice ser la mafia más poderosa de la isla porque todos trabajan jerárquicamente por un mismo objetivo. Ja, cuéntense otro.

Podría entrar en detalles, pero creo que bastará con que diga que ellos son los responsables de la muerte de mi maestro. Por eso debo erradicarlos. A ellos y al uso del miedo como arma. Y a las cucarachas, a ellas también.

La camioneta se detiene cerca de un depósito, casi a las afueras de la ciudad portuaria. No estoy lejos. Dejo la moto con cuidado a unas manzanas y continúo a pie, procurando no ser visto. El puerto no es un lugar para moverse con descuido a estas horas.

Finalmente lo veo. El lugar está rodeado por restos de vehículos usados, oxidados en su mayoría. El edificio es bastante grande en cuanto a extensión, rodeado por unas paredes algo destruidas. Se nota que está abandonado. Pareciera una especie de castillo hecho a medida para este lugar.

Hay dos tipos haciendo de guardias cerca de la entrada. Me acerco escondiéndome entre los restos del, mientras desenfundo mi pistola con silenciador. Usando la cámara de mi dispositivo digital, reviso que no me esperen ningunas otras sorpresas en la entrada. Podría haber rodeado el lugar y entrar por la puerta trasera, pero entonces los guardias me agarrarían dentro cuando menos lo esperase. Hablo con la voz de la experiencia.

Es un movimiento rápido. Cuatro tiros, uno en cada pierna y no podrán devolverlos. Y eso hago. Mientras se retuercen en el suelo, me acerco con velocidad y los desarmo. Utilizo cloroformo para desmayarlos y que no puedan informar sobre la situación. ¿Por qué no los mato? Todos merecemos segundas oportunidades. Bueno, casi todos. No queda en mí decidir quién la merece y quién no. No tengo idea de la historia de estas personas, ni me interesa. Ojalá entiendan mi gesto de forma misericordiosa y reencausen su vida cuando se recuperen. Ya tendrán mucho tiempo para pensar en prisión. Ahora, es el momento de entrar al depósito.

Con el sensor infrarrojo de las gafas, no tardo en localizar dónde se está llevando a cabo la reunión. Es en la siguiente sala, la más grande. Acá también está lleno de desechos, no solo de auto. Subo a través de unas columnas hacia los techos y procuro quedarme colgado con mis artefactos adhesivos. Con extrema cautela, paso hacia la estancia donde están los demás. Sin embargo...

Mierda... Los odios... La adrenalina otra vez... Quiero dejarme caer y golpear a todos con mis puños desnudos... Pero me controlo. No sé hasta cuándo podré seguir controlándome en estas situaciones.

Los cincos hombres que viajaron en los autos, están a mi izquierda, revisando una valija gastada llena de dinero sobre uno de los escombros, contando fajo por fajo. A mi derecha... A mi derecha, unos chicos de no más de doce u once años (incluso uno parece no tener más de siete), están revisando con una balanza que no falte ni un gramo de la cocaína. Debí suponerlo. Debí suponer que no encontraría a nadie del Elíseo en esta transacción tan insignificante. Pero jamás me imagine que en su lugar mandarían a unos pendejos. A veces soy tan incrédulo. El solo hecho de pensar que yo fui un chico así, sin futuro por delante. Olvidado y marginado desde el principio.

No puedo dejar pasar más tiempo. Tengo que variar un poco el plan, no puedo lastimarlos, no puedo permitir que les pase algo. Con el dispositivo digital, saco fotos a la transacción, cuidando de que no se vean las caras de los niños. Junto con una foto que tomé en la entrada, lo reenvío mediante hackeo hacia la estación de policías. Sí, ya sé. La policía es cómplice de todo esto. Si no actúan de antemano, es porque sacan beneficios de la mafia. Sé cómo funciona este negocio, pero me gusta creer que si existe una persona como yo de este lado, también existe alguien así del otro.

Las formalidades están por concluir. Debo atacar a los estadounidenses sin lastimar a los... Pasa todo tan rápido que apenas me da tiempo para reaccionar. De pronto veo lo que estos chicos están planeando. Es obvio, una maniobra tan sucia como el Elíseo mismo. Se ponen en posición para agarrar desprevenidos a los yanquis y balearlos por la espalda, para quedarse con la plata y las drogas. Pero son unos pendejos. Unos pendejos nadando en el mundo adulto. Nadando sin nada que los ayude a mantenerse a flote, sentenciados a ahogarse. Siempre van a estar un paso detrás del enemigo.

Me desengancho y salto lo más rápido que puedo mientras disparo en contra de los mafiosos, esperando que la confusión detenga su balacera. Lanzo un gancho hacia otro extremo de la sala, balanceándome en el aire por sobre sus cabezas. No logro evitar lo que pareciera estar escrito. Cuatro de los cinco chicos caen de forma grotesca al suelo, y ahí permanecen, inmóviles. Dos de los mafiosos mueren con mis disparos. Acá es cuando mi idea de la redención se cae a pedazos.

A la vez que llego hacia el otro extremo y me escondo detrás de una columna para evitar la represalia, veo como el niño más pequeño queda paralizado junto a los cuerpos de sus amigos. Con un veloz movimiento, disparo al suelo cerca de él, para que entre en razón y se esconda. Lo consigo, al fin consigo algo. El chico se esconde tras otra columna.

¿Vieron cuando les decía que me partía la madre en el trabajo? Bueno, no estaba exagerando. Los mafiosos detienen sus disparos. Puedo escuchar cómo se dividen en dos grupos. Si no me equivoco, dos se acercan hacia mí, y el tercero va hacia el niño. Tengo que moverme y mejor que lo haga pronto.

Saco una granada de humo que tengo en el cinturón, y la lanzó hacia atrás. Cuando explota, aprovecho el beneficio de mis gafas y, levantándome el buzo para cubrir tanto mi nariz como mi boca, me despego de la columna. Puedo ver como los mafiosos sufren en la niebla, y entre lágrimas, me disparan al escuchar movimiento. Una bala me pasa peligrosamente cerca, pero logro golpear a uno de los dos en el mentón y luego en la nariz. Tengo ganas de desquitarme, por eso no uso la pistola. Me pongo detrás de este tipo y lo arrojo contra su compañero. Cuando el otro lo corre hacia un costado para seguir disparándome, aprovecho esos segundos para darle una patada directo en la yugular. Ambos caen contra el suelo. Los desarmo justo cuando oigo un disparo. Levanto la mirada.

No veo ni al otro mafioso ni al niño. Tampoco están la plata y las drogas. Corro lejos de la humareda, con la garganta seca. Paso por al lado de los cadáveres. Quisiera borrar la imagen de mi cabeza, pero los observo para que me quede grabada. Activo el detector de calor en mis gafas y busco intranquilo a las dos personas que faltan. Oigo otro disparo que pareciera venir de afuera, y giro la cabeza en esa dirección. Viene desde otro sector diferente al que entré.

Me dirijo hacia allí. Ya no me cuido como cuando entré. A veces me pregunto para qué tomo tantas precauciones si las cosas terminan así de para la mierda. Salgo de la sala hacia un pasillo lleno de cosas tiradas por el suelo. Al final, puedo ver una puerta abierta, algo de la pared más allá y pasto crecido en el suelo. Escucho el sonido de un motor que se enciende. Corro cada vez más rápido entre todos esos escombros, hasta chocarme con la puerta. Esta se abre de par en par, y giro mi cuerpo hacia la derecha, justo para ver como se aleja uno de los autos por la calle. La pared destruida bordea muy pegado al depósito, formando una especie de pasillo externo, también con escombros y basura por doquier. Tengo que perseguir el vehículo, no puedo dejar que se vaya. Cuando me dispongo a continuar, escucho un gemido de dolor detrás mío.

Giro la cabeza y lo veo. Si tuviera lágrimas en mi cuerpo, podría llorar. Como quisiera llorar, al menos así, podría sacarme gran parte del dolor que llevó dentro. El pequeño de siete años está tirado detrás de mí entre la basura, con un disparo muy cerca del estómago. Se retuerce y tiembla. Me acerco hacia él y me siento a su lado. Lo tomo entre mis brazos. Está helado. Casi me da miedo lo frágil que es. Me observa, pero dudo que pueda verme. Quiere decir algo, pero de su boca solo salen sollozos. Lo oigo respirar por última vez. Su cabeza cae contra mi pecho. Cierro sus ojos y siento ese instante como si el tiempo hubiera dejado de existir.

El sonido de las sirenas policiales me trae de vuelta. Veo como dos cucarachas caminan por entre la basura. Las aplasto y me levanto cargando el cuerpo entre mis brazos. Ya no me importa perseguir a nadie, solo pienso en que no puedo dejarlo acá. Busco entre sus ropas una identificación, pero no encuentro nada.

Voy hasta mi motocicleta. Las sirenas se escuchan cada vez más cerca. Miro una última vez hacia el depósito. Me lamento por no poder hacer esto con los demás. Ajusto al niño a la moto, como si lo abrazar y le doy marcha hacia las afueras.

El sol empieza a salir por el horizonte. Una vez me siento lo suficientemente alejado de la urbanización, detengo la moto y busco un árbol. Cuando encuentro uno que me gusta, siento al niño contra el tronco. No tengo una pala para enterrarlo, así que tendré que conformarme con esto. Si no tuviera esa maldita herida en el estómago, cualquiera diría que está durmiendo. Me gustaría creer que así es.

Camino despacio hacia la moto. El aire refrescante del exterior llena mis pulmones. Observo mis guantes ensangrentados. Cierro los puños con furia. Hace mucho que no me sentía así de inútil. Pero es en momentos como este, cuando recuerdo la ley máxima de la vida, la gran tragedia del ser humano (o tal vez su mayor motor), el ciclo inevitable: tarde o temprano, volvemos a ser uno con la tierra. Tarde o temprano, todos terminamos durmiendo con los peces.

5. Februar 2021 04:36 0 Bericht Einbetten Follow einer Story
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Das Ende

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