fran-heima1595101260 Frank Heimann

Una noche, el pequeño Erick descubre algo. La palabra maldita se ha apoderado de su mundo. Es entonces cuando decide esconderse dentro del armario de su cuarto, donde descubrirá un increíble secreto. Obra registrada. No permitida su copia.


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#homofobia #fantasía #inkspiredstory #bullying #fantasia
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Despierta, Erick

A medida que crecemos nuestra piel se rompe para dar paso a una nueva versión de nosotros mismos. Esta especie de metamorfosis casi infinita nos obliga a renacer cada día. Lo queramos o no. A medida que crecemos, nos adentramos en un universo cada vez más complejo. Y es que, un sabio dijo, que cuando pensamos en algo superficialmente, el propio acto de pensamiento nos resulta sencillo, fácil. Sin embargo, si decidimos profundizar en ello, descubrimos que ese pensamiento, antes sencillo, nos acaba atrapando y hundiendo en sus profundidades. Ante nosotros empiezan a abrirse nuevas capas, más complejas, menos accesibles. Cuando esto ocurre, ese pensamiento nos ha comido. Ya no lo dominamos nosotros a él ni siquiera podemos tratar de entenderlo. Pareciera que dicho pensamiento nos domina y es él quien trata de entendernos a nosotros, que hemos quedado fuera del mundo.


Algo similar nos ocurre cuando maduramos. Al pasar de la infancia a la vida adulta. Cuando crecemos nos sumergimos en nuestra propia mente y dejamos de vernos y de ver el mundo de una forma superficial, fácil y amable. En su lugar, pasamos a percibir la profundidad de nuestro interior. Entonces, casi como una consecuencia de ello, descubrimos que el mundo puede resultar un lugar terrorífico.


Esto es lo que le ocurrió a Erick Poff. Sin embargo, él, a diferencia de como suele ocurrirle a la gente común, no lo vivió en una época madura. Ni siquiera en una edad adulta. Erick Poff despertó un día, y, con tan sólo nueve años, descubrió la complejidad del mundo y lo vulnerable de la existencia. Y lo hizo un martes, 14 de noviembre de 1995, cuando despertó poco antes del amanecer con la frente empapada en sudor.


Esa palabra. Le había despertado esa palabra en su cabeza. La palabra maldita. Algo había hecho clic en su pequeño cerebro despertándole. Aquel amanecer cayó en la cuenta de que esa palabra le había atrapado.

Y, paradójicamente, era una palabra que apenas lograba entender. Sólo contaba con pequeñas certezas: Las personas que la habían pronunciado para dirigirse a él y las circunstancias en que lo habían hecho. Y con ello indagaba su mente mientras él dormía. Dormía plácidamente, con las mejillas calientes. Sin enterarse de que su cabecita trabajaba a toda máquina para intentar ayudarle a comprender su lugar en el mundo. ¿Por qué esa palabra? ¿Por qué la utilizan contra el pequeño Erick? ¿Qué peligro acecha detrás de ella? Cavilaba su pequeño cerebro tratando de resolver el enigma mientras el minúsculo Erick respiraba dulcemente bajo las sombras.


Hasta que su mente, aún poco formada, descubrió algo y entonces lo despertó antes del amanecer, y lo envolvió en una sensación de tensión propia de la adrenalina que se desata ante un peligro inminente.

Y es que de repente en ese momento, una respuesta llegó. La palabra maldita había había sido pronunciada por los demás niños del colegio para referirse a él en tono burlón, y en más de una ocasión. Sin embargo, dentro de casa, también. Su padre la había pronunciado, y no de cualquier forma. Muy enfadado, por cierto, y fue la única palabra que le dirigió aquel día, pues no era muy hablador. Y sí, tristemente, esa había sido la única palabra que su padre le había dedicado al llegar del trabajo.


Esto asombró al pequeño Erick pues cuando observaba al señor Poff regresar del trabajo al anochecer siempre veía lo mismo. Entraba por la puerta sin mediar palabra con nadie y con un semblante duro, que bien podría estar provocado por el agotamiento que suponía su trabajo o bien porque en realidad odiaba ser padre, tener una familia y una vida como aquella. En realidad, Erick no podía siquiera barajar dichas posibilidades y en su lugar, simplemente podía sufrir las consecuencias de aquella actitud tan hermética e hiriente a la vez.


Así era el señor Poff, su padre. Y así permanecía desde su regreso del trabajo. Entraba. Iba al baño. Se lavaba la cara. Salía. Y se sentaba en el sofá para esperar la cena. Era entonces cuando la señora Poff aparecía en el salón haciendo las preguntas de rigor con la cena sobre una bandeja. "¿Quieres más?" "¿Quieres una banana de postre o te traigo otra cosa?", a las que él se limitaba a responder gesticulando levemente con la cabeza sin dejar de observar la televisión y con un rostro cincelado por la apatía y la desgracia de una vida gris.


Esto era algo que se había instalado como una norma dentro del hogar de los Poff y Erick lo veía normal. Hacía tiempo que percibía a su padre como un ser extraño, oscuro y desagradable que llegaba al anochecer, del cual no sabía nada y sólo era capaz de sentir una desagradable inquietud. Sin embargo, aquel día esa rutina se rompió y el padre de Erick rompió su adusto y habitual silencio para pronunciar precisamente esa palabra. La palabra maldita. Desvió su mirada del televisor desde el sofá y miró hacia el suelo, donde el pequeño se encontraba de rodillas jugando con las muñecas de su hermana. Emitió un gruñido acompañado de una expresión de desdén. Esa palabra. Silencio.


Erick levantó la mirada y un extraño rubor cubrió su rostro. Se levantó rápidamente y se perdió entre las sombras del pasillo simulando que iba a la cocina a beber agua. Pero dentro de su minúsculo cuerpo de nueve años, guardaba las razones de su repentina huida. Su padre había pronunciado esa palabra. La misma que había oído en el colegio. Con las manos temblorosas abrió el cajón de la cocina y extrajo un vaso. Lo llenó de agua y bebió sin sed tratando de controlar el pulso y las bocanadas de aire que se escapaban involuntariamente entre sus dientes. Y esa inquietud se veía acrecentada al desconocer su origen. El no saber por qué temblaba le hacía temblar más. Tan solo sabía que la única palabra que su padre le había dedicado era la palabra maldita.


Y esa era la respuesta. Ahí estaba, flotando en mitad de la noche. Al fin empezaba a entender lo que significaba todo aquello. El señor Poff había pronunciado la palabra para recriminarle su afición a jugar con las muñecas de su hermana. Se trataba de eso. Y en ello pensaba ese día poco antes del amanecer conteniendo dentro de su estómago diminuto una terrorífica inquietud. Acababa de entender que esa palabra le había atrapado y aunque no sabía que a partir de ese momento su infancia se había evaporado a pesar de no haber cumplido su primera década de vida, intuía algo. Por primera vez, tenía miedo de que saliese el sol y empezase un nuevo día.







11. Februar 2021 09:46 0 Bericht Einbetten Follow einer Story
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Fortsetzung folgt…

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