artguim Artguim

Un hombre huye de sus perseguidores, bajo la lluvia, a través de una calle desierta. Llega a su punto de destino, un local con un letrero de neón a la entrada, en cuyo interior yacen cuerpos inertes. Sabe que eso solo puede significar una cosa: un último enfrentamiento contra la amenaza que ha acabado con la práctica totalidad de la población.


Science Fiction Alles öffentlich.

#acción #zombies #cienciaficción
Kurzgeschichte
0
2.6k ABRUFE
Abgeschlossen
Lesezeit
AA Teilen

Rapsodia

Las gotas de lluvia dolían como alfileres clavándose en su piel desnuda. No sabía cuánto tiempo llevaba huyendo, corriendo sin respiro, pero notaba todo su cuerpo entumecido. Tras echar un nuevo vistazo a su espalda, hacia la desierta avenida cubierta por la neblina, lo descubrió.

A unos treinta metros de distancia, colgando de la fachada de un edificio lleno de pintadas, un letrero de luces rojas de neón marcaba la ubicación de su punto de destino: el bar “Neón”. Todo un alarde de originalidad. No había duda, ese era el lugar.

Cruzó los brazos sobre su pecho y apretó con fuerza, tratando de conservar el calor. Comenzó a avanzar hacia la puerta del local, iluminada por una titilante luz encastrada en el soportal. Un gato negro callejero lo vio pasar, con expresión extrañada. Si pudiera razonar, seguramente se preguntaría qué hacía un hombre como él, completamente desnudo, en medio de la calle abandonada.

Con una mano, empujó la puerta, que no llegó a abrirse por completo. Asomándose hacia el interior, descubrió que el cuerpo de un miembro de seguridad se interponía en su recorrido. Pasó por encima del cadáver y se apresuró a quitarle la ropa y vestirse con ella. También se quedó con su cinturón, del que colgaba una pistola de plasma.

Levantó la vista y observó a su alrededor, con una mano apoyada sobre la pistola en su costado. Aquello significaba que el local seguramente no estaría limpio. Avanzó hacia el interior, con extrema precaución, todos sus sentidos alerta. La vestimenta, de una talla bastante mayor que la suya, le entorpecía ligeramente el paso.

Descendió media docena de escalones hasta llegar a la zona principal del bar. Contra la pared, una barra de aspecto metálico se extendía de un lado a otro de la estancia. Tras ella, las botellas de licores se distribuían en varias baldas de cristal. Cogió una de ellas, abandonada sobre la barra, desenroscó el tapón con los dientes y bebió a morro su contenido. Sintió la quemazón del whisky descendiendo por su garganta pero, después de horas sin beber ni comer, al menos le calentó el cuerpo.

Un inesperado sonido le hizo soltar la botella. Desenfundó la pistola y deslizó el dedo por delante del gatillo. Apuntó hacia el frente y recorrió con el cañón una veintena de mesas, con varias sillas a su alrededor. Cerca de medio centenar de cuerpos yacían en el suelo, calcinados desde el interior, como los demás. No parecía haber rastro alguno de vida. Se aproximó a la gigantesca gramola del fondo. Alguien había reventado el cristal y el mecanismo había quedado al descubierto. Rozó con los dedos el botón del “play”, acariciándolo. Dando por hecho que no funcionaría, lo apretó.

El mecanismo se puso en marcha y un coro de voces electrónicas inundó el ambiente. “Is this real life? Is this just fantasy?” Asintió satisfecho con la cabeza y cerró los ojos. Se dio la vuelta y encaró el vacío local. Recordó todo lo que había sufrido durante los últimos meses. Las primeras oleadas de vandalismo descontrolado, frente a las que la policía se veía desbordada. Luego las manifestaciones multitudinarias, en una de las cuales lo detuvieron y lo encerraron en prisión. A partir de entonces, le habían dicho que todo había empeorado. El Gobierno, en un último intento por contener a los rebeldes, había esparcido el virus entre la población. La mayoría habían muerto por una imprevisible combustión espontánea, solo unas horas después del contagio. Otros no habían tenido esa suerte y habían sobrevivido, siendo condenados a una existencia inhumana.

Y luego estaba él. Lo habían arrancado de su vida por un crimen que no había cometido. Jamás había intentado sublevarse a la autoridad del Gobierno. Solo había pretendido hacer ver que era necesario adoptar medidas más serias si se quería evitar el futuro de descontrol hacia el que se dirigía la ciudad. Solo había querido ayudar.

“Mama, just killed a man”. No solo uno. Desde la fuga, eran muchas las vidas con las que se había visto obligado a acabar, tanto de los pocos humanos del Gobierno que seguían en pie y lo habían perseguido, tratando de atraparlo de nuevo, como de aquellos seres, carentes ya de rastro alguno de humanidad. Sentía ya su presencia, invadiendo el local. Abrió los ojos de nuevo y los vio, avanzando hacia él, arrastrándose por el suelo y por las paredes, manteniéndose siempre que podían entre las sombras. La música había captado su atención.

Se agachó y recogió la pata de madera de una silla, rota probablemente en algún enfrentamiento previo contra aquellos entes. Armado con esta y la pistola, dio un primer paso al frente. “If I’m not back again this time tomorrow”. No, sí lo estaría. No iba a permitir que su vida acabara así, después de todo lo que había luchado. No podía permitir que todos sus esfuerzos, que todos los sacrificios humanos fueran en vano. Debía impedir que aquella enfermedad se extendiera todavía más. Se secó el sudor de la frente con la manga de la camisa y flexionó las rodillas, dispuesto a afrontar el reto del que, tal vez, no saliera con vida.

“Too late, my time has come” El primero lo atacó por un costado. A juzgar por su aspecto, en vida se había tratado de una mujer de figura hermosa, que entonces tenía la piel repleta de asquerosas pústulas y los ojos rojos como la sangre. Le apuntó a la cabeza con la pistola y disparó. Al entrar en contacto con su demacrada piel, la cápsula de plasma se expandió y estalló, reventándole el cráneo y desperdigando a su alrededor una mezcla de sangre y materia cerebral. Con el dorso de la mano, retiró la materia viscosa de su rostro y siguió avanzando.

Como a cámara lenta, al ritmo de la melodía, los demás engendros se abalanzaron sobre él. Se deslizó entre ellos, golpeando cráneos con la pieza de madera y descargando cartuchos de plasma en el interior de los cuerpos. Uno de ellos trató de retenerlo, apresarlo entre sus fuertes brazos, pero colocó la pistola a la altura de sus propios riñones, disparando hacia atrás por su costado y alcanzándolo en el vientre. Otro se aferró con fuerza a su pierna. Hizo girar en el aire la estaca, para apuntar hacia él con la parte astillada que había estado en contacto con el resto del mueble, y la impulsó con fuerza hacia abajo, atravesando la nuca del condenado hasta aflorar por la cuenca del ojo izquierdo, al otro lado. El solo de guitarra le recordaba que cada punto de su cuerpo le dolía. Su respiración se entrecortaba por el esfuerzo. No podía más, pero debía continuar. Pronto, suelo, paredes y techo del local se vieron impregnados de viscosos restos, mientras la coreografía lo llevaba a deslizarse bajo la mesa de la barra.

Varios seres saltaron en ese momento hacia él, impulsándose en las paredes. Siluetas atravesando el aire. El hombre bateó las botellas hacia ellos, provocando que los fragmentos de cristal se clavaran en su piel asquerosa, pero sin lograr detenerlos. Muchos otros se abalanzaron sobre el tablero metálico, acorralándolo. Los dedos de sus manos se arqueaban en ángulos imposibles y sus figuras se agazapaban sobre la superficie resbaladiza, prestas a saltar al menor despiste de su presa. Recorrió la barra de un lado a otro, golpeando y disparando sin descanso, pero sin hallar una vía de escape. Ahora sí estaba perdido. Era imposible que lograra salir de ahí. Por mucho que le costara reconocerlo, habían sido más listos que él. Habían sabido aprovechar su superioridad numérica para reducirlo como un indefenso cordero. Justo cuando la música se lanzaba hacia las alturas, próxima al clímax, se detuvo en el centro y descubrió algo bajo la mesa. Sonrió, con la euforia contenida de quien se sabe de pronto salvado. Dejó caer la pistola y la estaca y sujetó el mechero frente a él, justo cuando uno de ellos le mostraba amenazante la boca repleta de colmillos. Lo encendió y colocó detrás la boca de la manguera, conectada al depósito bajo la barra. “Beelzebub has a devil put aside for me”.

-¡Morid, pedazo de cabrones!

Dejó de comprimir la manguera y el soplo de butano se proyectó hacia el fuego, emitiendo una inmensa llamarada hacia el frente. Los engendros de la primera fila se retorcieron entre agónicos chillidos, sus cuerpos combustionando en apenas segundos. El hombre volvió a comprimir la manguera para evitar que la flama retornara hacia él. Los demás seres, sorprendidos por la inesperada defensa de su presa, pronto reaccionaron y se volvieron a lanzar contra él. Una nueva llamarada iluminó el local, convirtiéndolo en un auténtico infierno. Sucesivas olas de engendros se cernieron sobre el hombre, que dirigía alternativamente a un lado y a otro la intermitente fuente flamígera. La energía se extendía de nuevo a lo largo de todo su cuerpo a medida que veía los cuerpos de sus enemigos reducirse a cenizas. Se sentía pletórico, disfrutando de la masacre, como si aquel preciso instante fuera el momento que había estado esperando desde que había logrado escapar de la prisión.

Gracias a esta nueva arma y la falta de capacidad de raciocinio en los seres, los demás no tardaron en caer. Pronto, los cuerpos tendidos en el suelo se vieron multiplicados, al menos, por tres. El hombre salió nuevamente de detrás de la barra y avanzó, esquivando como podía los restos carbonizados, hacia la superviviente gramola. Se apoyó sobre ella, recuperando el aliento y templando las emociones. Todo había terminado y, aún así, tenía la sensación de que solo acababa de comenzar. Unas últimas palabras, apenas susurradas, quedaron flotando en el aire.

Era cierto. Ya daba igual lo que ocurriera, ya no tenía nada que perder. Pulsó el botón de pausa y se dirigió a la salida, de nuevo a la calle. Aunque no había encontrado la supuesta cura que lo había guiado hasta aquel remoto bar, había comprendido algo. “Any way the wind blows”. A partir de entonces estaba solo, y solo el viento marcaría su destino.

30. September 2020 16:32 0 Bericht Einbetten Follow einer Story
0
Das Ende

Über den Autor

Kommentiere etwas

Post!
Bisher keine Kommentare. Sei der Erste, der etwas sagt!
~