Kurzgeschichte
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Fantasías de ciudad

Él se despertó cuando ya era bastante tarde, con ese placer de los que no necesitan trabajar. Se revolcó entre sus cobijas traídas de Asia todavía con los sueños agolpándose en la esquina de los ojos. Media hora después escuchaba como abrían su puerta con cuidado, dejaban el desayuno en la mesa en su cuarto, y salían sin decir palabra alguna; el aroma de café, jugos, frutas, “panqueques” (sus favoritos) y unas cuantas cosas más inundaban la inmensa habitación de una esencia tan seductora que era imposible no levantarse. Así que, con la misma sonrisa de siempre, terminó por abandonar su cama.


Prendió el televisor gigante de 60 pulgadas sólo para ver que había por ahí, mientras por un intrincado sistema de parlantes, se escuchaba suavemente un poco de música clásica, o un poco de trova, no sabría decir a esas horas de la mañana. Miró cuanto periódico se encontraba a su paso, y sin tomar mucho interés por alguna noticia en particular, los tiró a todos lejos, se acomodó aún más en su sillón nuevo (el otro tenía ya 2 meses de usado y eso era mucho) y pensó en dormirse nuevamente; si lo hiciera, nadie lo molestaría, nadie le pediría cuentas, porque él era, sobre todo, la persona más libre del planeta. ¿Y qué más se le podría pedir a la vida?


Cuando decidió tomarse un rápido baño en una de las tantas duchas instaladas por toda la casa, ya eran las doce y sin siquiera darse cuenta, había caminado por algún tiempo para llegar al lujoso comedor, donde estaba ya listo el almuerzo. Sólo necesitaba caminar un poco, chasquear los dedos, desear y todo lo que quisiera estaría a su alcance. Comió rápidamente un poco de comida china, que era lo que estaba en el menú, y sabiendo que salir a tomar aire fresco siempre era bueno, caminó hasta la entrada principal, saludó a cuantos sirvientes se cruzaron por su paso (siempre se había visto así mismo como un patrón benévolo), bajó unos cuantos peldaños hasta la calle y como si todo estuviera sincronizado a punto, un auto, tal vez un 4x4, tal vez un deportivo, llegó justo al frente suyo. El sirviente que lo conducía se bajó, dejando la puerta abierta y con una inclinación de cabeza, dejó que el patrón montara el auto y partiera.


La vida era simple y lo que era mejor, hermosa. Levantándose tarde, con piscinas y “jacuzzis”, con televisiones y periódicos de todo el mundo, y con una sala de juegos que asombraba hasta al más ricachón de sus amigos, él era feliz. Eso pensaba mientras conducía por la carretera, mirando a todos esos pobres diablos que iban caminando, o en un bus o en carros que más que transporte parecían chatarra. ¿Qué los diferencia de mí, pensaba frecuentemente? ¿Será lo majestuoso? ¿O simplemente que vivimos en mundos totalmente diferentes? ¡¿Quién sabe?!, terminaba por ser su única respuesta. Pero lo que sí es cierto es que ellos trabajaban, y él no; ellos eran infelices y, ¿él?, él jamás lo será. Tal vez, fuera la maldita rutina que termina por ahogar la vida de aquellos hombres comunes, ¿quién sabe?...


Se bajó un par de veces del carro, tal vez un 4x4, tal vez un deportivo, para hacer las vueltas de costumbre: arreglos con el banco, conversaciones con amigos, almuerzos en restaurantes que cobraban por el derecho de sentarse en sus incómodas sillas y cuando se dio cuenta, ya era de noche. ¿Qué hacer hoy? Podría regresar a su casa, con su séquito de sirvientes, tirarse a ver televisión en alguna esquina de su cuarto, ir a la sala de juegos y, porqué no, hacer una fiesta a último momento e invitar a sus mil conocidos. Pero realmente, era una noche en que quería ser parte de esas comunes y sencillas personas que tanto había criticado antes; una noche para ser lo más “normal” posible.


Dejó el carro en un parqueo cualquiera, y caminando con una seguridad pasmosa que hacía que tantos hombres como mujeres tuvieran que verlo hasta dos o tres veces, entró a uno de sus bares favoritos; con suave música de los 80, buenos licores, una pequeña nube de humo que se levantaba después de las 9 por los fumadores empedernidos y una que otra mujer que iluminaba el ambiente. No era que él realmente les prestará atención, porque mujeres nunca le habían faltado y hasta se podría decir, estaba un poco cansado de ellas; había tenido tantas que, generalmente, ver una e imaginar todo el esfuerzo de conquistarla, lo cansaba a un punto indecible. Pero esa noche, en que había dejado quien era para ser “normal”, todo podía pasar.


La vio en una esquina del bar y desde el primer momento supo que ella era como él; no entendía cómo podría saber algo así, porque su ropa no decía nada en especial, ni se veían lujos algunos en sus atuendos. Era una mujer alta, esbelta, con una sonrisa sarcástica que le dirigía a todo aquel iluso que la invitaba a un trago, esperando llevarla a la cama. Fue eso, y su mirada, lo que llamó la atención de él: Eran altivas, orgullosas, arrogantes y narcisistas, en otras palabras, exactamente lo que él veía cuando se miraba en el espejo. Aquella era una mujer que tal vez sin muchos lujos, sabía que era mejor que cualquiera. Y eso, a él, le emocionaba.


De qué hablaron o que tomaron aquella noche, no es importante: pudiera ser que hubiera un poco de política, cosmopolitan, música, deporte, aventuras y opiniones de por medio. Lo cierto es que al finalizar la velada, ya cuando cerraban el bar, él y ella estaban en un rincón, abrazados y por primera vez en mucho tiempo en ambas vidas, besándose y sumamente felices por ello. ¿Desear y amar a una “normal''?, se preguntaba él mientras tomándola de la mano suavemente, la llevaba a su carro. Ella lo seguía, o más bien, caminaba por su cuenta propia, todavía arrogante y fuerte pero dispuesta a descubrir algo nuevo. Ella no es “normal”, respondió por fin cuando ambos se sentaron en el carro, arrancó y se dirigió a su casa. Ella es como yo. Tan libre que se permite ser arrogante. Justo cuando llegaron a la casa, a la sala, o al cuarto, empezó a llover y cada gota que golpeaba el techo, era un nuevo sentimiento o un nuevo deseo, de ambos amantes. Definitivamente, esa sí no era una noche como cualquiera.


Eran las 5 de la mañana, en pleno centro de la capital. La lluvia de la noche anterior todavía no había disminuido lo suficiente, y en los buses y carros, la gente iba dormida, pensando en lo mucho que les gustaría estar en la cama, ojalá con unas gruesas cobijas importadas de Asia, sin tener que preocuparse por trabajar, por visitar a sus familiares o por ir a estudiar. Un estudiante que camina rápido para llegar a su universidad, casi tropieza con un bulto de cartón en una pequeña esquina bajo techo. No, un bulto no. Como si fuera una pequeña fortaleza, los cartones hacían como una pequeña tienda y para la sorpresa del muchacho, dos pares de pies sobre salían, abrazados, sin importarles el frío. Es el loco, pensó el joven; el loco que pensaba que era un magnate, con mil sirvientes, sin tener que trabajar ni hacer nada. Pobre, siguió pensando, estar encerrado en su propia locura, sin poder salir. Encerrado en una idea, en una fantasía, en un deseo, y no conocer del mundo real.


Justo cuando el estudiante siguió con su camino, una pareja de amantes se levantó, en una cama revuelta de cobijas de Asia, con los vidrios empañados por la lluvia. Y entonces, se podría pensar, viendo al loco, a su amante y al estudiante, así como al resto de personas. ¿Quién será más prisionero?

17. September 2020 18:43 0 Bericht Einbetten Follow einer Story
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Das Ende

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