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SOBRE LA AMISTAD Marco Tulio Cicerón (106 a.C – 43 a.C.)


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SOBRE LA AMISTAD


Introducción
Quinto Mucio [Escévola], el augur, solía contar con su gracejo y gran memoria
muchas anécdotas de Gayo Lelio, su suegro, y no vacilaba en ninguna de sus
narraciones en tildarlo de sabio; por mi parte, mi padre había puesto mi
educación en manos de Escévola en cuanto vestí la toga viril, de tal manera
que, hasta donde pudiera y se me permitiera, no me alejara nunca de su lado:
por este motivo, yo almacenaba en mi memoria todo cuanto él examinaba con
su inteligencia, en especial en aquellos casos donde expresara su parecer de
forma concisa y precisa, y me esforzaba en mejorar mis conocimientos merced
a su sabiduría. Cuando murió, me dirigí al pontífice Escévola, cuyo carácter y
sentido de la justicia me atrevería a decir que es el más destacado de entre
todos los ciudadanos romanos. Sin embargo, esas son otras historias; ahora
volveré a centrarme en el augur. Si bien son muchas las imágenes que me
vienen a la cabeza, recuerdo que una vez en su casa, sentado en el jardín
como tenía por costumbre, cuando solamente estábamos presentes unos
pocos allegados y yo en total, abordó aquel tema que en entonces corría de
boca en boca. De hecho, seguro que recuerdas, Ático, en especial porque
tenías mucho trato con Publio Sulpicio cuando él, mientras era tribuno de la
plebe, se opuso a Quinto Pompeyo —el entonces cónsul, con el que había sido
uña y carne— con extrema ferocidad, qué gran estupor o, mejor dicho, lamento
produjo entre todos.
Así las cosas, Escévola, cuando abordó esta misma cuestión, nos explicó el
debate que Lelio había sostenido sobre la amistad con él y con su otro yerno,
Gayo Fanio, el hijo de Marco, unos pocos días después de la muerte de
Escipión el Africano. Guardé en mi memoria las ideas de ese debate, que he
expuesto en este libro tomándome alguna libertad, presentándolos como si
ellos mismos estuvieran hablando para no estar repitiendo constantemente
“dice”, “dijo” y para que parezca que los participantes están teniendo esa
conversación cara a cara. Como ya me habías solicitado más de una vez que

escribiera alguna cosa sobre la amistad, este tema me ha parecido apropiado
tanto por ser un tema de reflexión propio de todos los hombres como por la
relación que nosotros dos tenemos. Así las cosas, he acometido este proyecto
sin desgana, a fin de que pueda resultar beneficioso para muchos a partir de
tus peticiones. Pero al igual que en el Catón Mayor, que escribí para ti sobre la
vejez, presenté a Catón el viejo como uno de los participantes, porque no había
otro personaje que me pareciera más adecuado para hablar de aquella etapa
de la vida que que aquel que tan largo tiempo fue viejo y en esa misma vejez
floreció por encima del resto, en esta obra, dado que nuestros padres nos han
transmitido que su amistad con Escipión fue digna de recuerdo, me ha parecido
que el personaje idóneo era Lelio para debatir sobre la propia amistad, un tema
que Escévola recordaba que este había abordado. Y no sé cómo un discurso
de este tipo, afianzado sobre la autoridad de unos hombres de antaño, y
especialmente en la de unos eminentes, podría tener mayor peso: por esto,
cuando yo leo mis propias palabras, hay veces que me conmueven tanto que
pensaría que es Catón, y no yo, quien habla.
No obstante, de la misma manera que en aquel libro escribí de viejo a viejo
sobre la vejez, en este libro, como su mayor amigo, he escrito para mi amigo
sobre la amistad. Entonces hablaba Catón, en cuya época casi nadie superaba
en vejez y nadie en inteligencia; ahora Lelio, no sólo un sabio —pues por tal
era tenido— sino también eminente merced a los honores que otorgaba a su
amistad, hablará sobre la amistad. Me gustaría que alejes tu atención de mí y
que pensarás que es el propio Lelio quien habla. Gayo Fanio y Quinto Mucio
visitan a su suegro tras la muerte de [Escipión] el Africano; ellos inician el
diálogo y Lelio responde, el cual versa en su totalidad sobre la amistad y que,
cuando lo leas, te hará conocerte a ti mismo.
Discurso de Gayo Lelio sobre la amistad
Fannio: Así son las cosas, Lelio: no ha existido un hombre mejor ni más ilustre
que el Africano, pero también debes apreciar que todos los ojos se han
centrado en ti y todos te consideran y te tildan de sabio. Así se le rendían
honores a M. Catón; sabemos que a Lucio Acilio, en la época de nuestros
padres, se le llamó también sabio, pero cada uno de ellos de un modo
diferente: Acilio, porque se consideraba que era un consumado conocedor de la
legislación, Catón, porque estaba versado en múltiples temas: constantemente
iban de boca en boca sus prudentes consejos, sus firmes acciones y sus
precisas respuestas, ya tuvieran lugar en el senado o en el foro y, por este
motivo, casi tenía el apodo de sabio ya durante su propia vejez. [7] A ti, en
cambio, de un modo algo diferente, no sólo te consideran sabio por tu
naturaleza y tus hábitos sino también por tus esfuerzos intelectuales y tus
conocimientos, y no a la manera del pueblo sino como las gentes instruidas
suelen considerar a alguien sabio, de los cuales no tenemos noticia en ninguna
parte de Grecia excepto de uno solo en Atenas —pues los estudiosos de este
tema no cuentan entre los sabios a los conocidos como los “siete sabios”— y
él, en efecto, incluso fue valorado como tal por el oráculo de Apolo . Creen que
tú albergas esa clase de sabiduría, de tal manera que portas en tu interiorinterior

de nuestra nación mientras perviva.


manera nos complacerás a los dos.


25. August 2020 17:53 0 Bericht Einbetten Follow einer Story
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