singularidad Follow einer Story

Huele a tierra mojada. Mis oídos se espabilan y captan el “tec… tec… tec…”, que producen las gotas de agua cuando se estrellan cual kamikaze contra el alféizar de la ventana de mi habitación. Sin abrir aún mis ojos a esta mañana opaca, ni querer tampoco levantarme de mi cama calentita, puedo imaginar como esos despojos de nubes se revientan en cientos de partículas, salpicando de manera intermitente el cristal de la ventana, para terminar, escurriéndose como lágrimas de un llanto amargo.

Al rato de levantarme, preparo una manzanilla caliente, aún cubierto con mi manta de dormir, me hago ovillo en el sillón de la salita y me dejo acariciar el rostro por el cálido y dulzón aroma de mi rica taza de té, mientras me zambullo en el descanso de mi cómoda pereza y en la tranquilidad que me transmite ésta absurda lluvia de verano. Me brota un repentino escalofrío. Me animo a apresurar el té para volverme a acostar. Ba!, Con lluvia no puedo salir de casa, y no es porque le deba mi tiempo a alguien o a una empresa, no, ya no le trabajo a nadie; sino porque debo salir a hacer reparaciones a la casa, o a limpiar la siembra, a cazar y recolectar en los alrededores, y sobre todo a vigilar mi propiedad. Vivo solo en un lugar aislado.

Al fondo del comedor, arrinconado, el antiguo aparato de hologramas y sonidos, a mi solicitud de voz, proyecta en colores vetustos a la banda The Hollies, tocando “en vivo” su hit universal “he ain’t heavy, he’s my brother”. La lluvia, el frío, mi canto apasionado: “¡he’s my brother! ...”, la taza de té caliente y mi soledad, me empujan irremediablemente al vacío de un océano profundo, oscuro, inundado de nostalgias y recuerdos hirientes, y en el que, su reflejo, expone a un ser desgastado y frágil, una mueca horrenda de mí mismo, pero libre, valiente y sin remordimientos. Estoy solo, y ni The Hollies, ayudan a minimizar este sentimiento presente a cada momento de querer la compañía de un ser humano.

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Manejo los tiempos de mi vida desde que cumplí los cuarenta y cinco años de edad. Me fastidié de trabajar con personas, robots y ciborgs que coexistían con un mundo virtual mágico que los distanciaba años luz de mi realidad: La visceral, la de carne y hueso, la de los sufrimientos, la de caer y hundirnos tan profundamente en el lodo que los sientes en tus dientes, lo saboreas, hasta finalmente levantarnos y secarnos el rostro; de la vida terrenal de muchas experiencias; la de compartir con los demás, y por qué no, la de compartir conmigo. Nadie me conoció en la empresa, nunca pude cruzar palabras o saludos con ningún ser o máquina en quince años de labores ininterrumpidas hasta mi renuncia en el otoño del 2053.

Estando en el trabajo, desde el mundo real, esos cuerpos o avatares – lo externo - ejecutaban labores repetitivas que contribuían a la transformación de todo el planeta (irreconocible al de solo cinco años atrás), mientras sus mentes o transistores – lo interno - recreaban mundos utópicos o distópicos, o de cuentos de hadas con finales felices, o historias épicas y fantásticas, en donde se representaba a los protagonistas victoriosos, y en las que se instalarían en bucles interminables de nirvanas jamás imaginados, sumergiéndolos en una matrix infinita de la cual solo saldrían perdiendo el juicio, fundidos, desconectados por falta de pago o muertos.

Fue en el verano del año 2040 cuando emergió GAIAX, un mundo digital y virtual de hiperrealidad con acceso ilimitado y de muy bajo costo. Su slogan fue: GAIAX The new life!. Lapidario y honesto. Yo era joven, apenas tenía treinta y dos años, pero a partir de ese momento comencé a perder a mi familia, a mis amigos y a la realidad que me unía a ellos. Primero fue Louis, mi único hijo, en el año 2044, era tan chico, y un año después Elena, mi esposa. Ella fue muy cruel conmigo, no olvido sus últimas palabras, que siempre renacen en ecos sicodélicos que retumban mis recuerdos, acompañados de dolorosos golpes de cincel sobre mis sienes, me dijo: “Nuestra vida es tan aburrida”.

Para el año 2047 ya no tenía a ningún familiar o conocido viviendo en el mundo real. Eso sí, ninguno había muerto, no se trataba de acudir a sepelios, asistí fue a fiestas de despedidas de familiares y de amigos, antes de conectarse indefinidamente a GAIAX y, para mi más dolorosa tristeza y aciaga soledad, más nunca regresaron al plano terrenal. Debo confesar que estas despedidas para mí, si fueron sepelios.

Ayer me enteré por una mensajera de GAIAX, que el único humano desconectado de su matrix soy yo, y lo dedujeron rápidamente porque aún respiro.