La mañana era hermosa. Su aire llenaba mi ilusión por empezar un nuevo día, y aquél paisaje que me encontré no hacía más que reforzar la idea. Todo de colores intensos que guardaban una pasión desenfrenada, como un camino inspirándote a seguir adelante con el mundo.
Cuando dejé mis delirios naturalistas, me dirigí a lo que realmente tenía que hacer. Mis amigos me estaban esperando, y no creo que me acepten la excusa de “estaba mirando el pasto”, o por lo menos no sin preguntarme después si tenía alguna sustancia conmigo.
Retomé el rumbo a las calles, cabizbajo porque sabía que me iba a tropezar con aquellos adoquines sueltos. La ventaja es que, como son medio rojizos, uno puede ver los desniveles a cambio de no ver si te vas a chocar con alguien de frente.
Afortunadamente, me había tropezado con todos y cada uno de ellos las veces suficientes como para aprender dónde estaban; así que me permití unos instantes de vislumbre hacia las personas a mi alrededor, que no eran muchas.
Pero algo me resaltó de una. ¿Será ella? es raro que esté aquí, pero se viste super parecida. Esos pantalones ajustados de visos naranjas los reconocería en cualquier lugar.
O mejor: los conocería en cualquier gimnasio. En esos pocos años en los que intentaba cultivar mi cuerpo, la veía en otras máquinas haciendo exactamente la misma rutina. Iba, mientras yo hacía mis ejercicios ella hacía los suyos, nos veíamos un par de veces, nos volvíamos a ver una última vez y nos íbamos. Así durante el tiempo suficiente para conocernos.
Recuerdo un momento particularmente incómodo cuando salí del gimnasio: mis amigos se rieron tanto cuando se los conté… Resulta que ambos tomábamos la misma calle para salir a nuestras casas, y había un trayecto que era largo. Perfecto para hablar casualmente acerca de la vida. Pues bien, una vez se dio la casualidad, y salimos al tiempo.
— Ah bueno, así que conversaron, ¿no? —estarás pensando.
Si hubiéramos hablado normalmente no estaría escribiéndolo aquí. Cuando nos dimos cuenta de que salimos a la vez, queríamos hablar, pero ambos éramos muy tímidos. Así que, en ese titubear constante nos mantuvimos toda la recta.
Cada calle andábamos a la par, pero nunca nos dirigimos la palabra. Si alguien de fuera nos viera, seguro pensaría que estábamos peleados, pero la verdad era que ni nos conocíamos. No me vi, pero estoy seguro de que estuve rojo todo el camino, mientras ella caminaba más rápido que yo, para luego decelerar cuando veía que me había dejado atrás. Y viceversa.
Lo bueno fue que nos encontramos decenas de veces más. El gimnasio de la zona cerró unos meses después (justo cuando empezábamos a hablarnos), pero por cosas de la vida, nos encontramos en el siguiente. Es como si mis amigos le hubieran dicho dónde estaba ahora, porque la pena no se me iba del cuerpo.
No sé cómo, pero seguimos hablando. Compartíamos nuestras teorías acerca de los ejercicios, nuestros consejos y nuestros sueños. Más bien, sólo conversamos una vez acerca de nuestros sueños (charla que es la que más recuerdo hasta el momento), y ella me instó a empezar cuando la escritura solo eran montones de bolas de papel en la basura. Siempre recordaré que ella me hablaba de que “los sueños son cosas que solamente uno entiende”, que “al final, el único que va a disfrutar los resultados es uno y no los demás” y que le fascinó mi idea cuando le dije que me gustaba escribir.
Fue de las pocas personas con las que entré en confianza después de un momento tan incómodo como ese. Me acabo de acordar que, cuando hablamos de los sueños, fue por la misma calle por la que pasé tanta vergüenza durante tanto tiempo.
Quieras que no, ella me ayudó mucho sin si quiera conocerme. Lástima que el destino, o lo que sea, no nos permitió juntarnos más. La vi un par de veces por la calle, pero iba acompañada y no teníamos tanta confianza como para interrumpir las conversaciones con el otro. Hubiera sido una bonita amistad.
Pero, ¿por qué estoy diciendo “hubiera”, si la tengo ahí en frente? Puede que esta sí sea la vez que el destino nos va a dejar ser amigos con comodidad. Ojalá tener una charla como esa que tuvimos antes, porque era una mujer muy peculiar. Seguro tiene opiniones más distintas a las de los otros: algo que la haga interesante para tomar un café (o un batido de proteínas, quién sabe). ¿Qué opinará de la vida? ¿por qué cosas habrá pasado, y cómo las ha superado? ¿coincidiremos en algo? ¿y si nos gustan las mismas cosas, y pueda mostrarle mis relatos o mi canto?
¡¿Qué estoy esperando?! ¡Vamos a hablarle!
Miré si en la acera había autos pasando. Esperé a que el bus pasara, y calculé que sería buena idea pasar justo ahora que ese auto rojo está medio lejos. Eso sí, troté de la emoción: no puedo evitar correr hacia una conversación interesante. El tipo no entendió mi emoción y pitó después de pasar, cosa de la que no me acordaría de no ser porque estoy escribiendo esto.
Para mi sorpresa, la persona que me había hecho recordar tantas cosas… no estaba ahí. Lo supe porque se me quedó mirando cuando pasaba la calle rápidamente. Me decepcioné, aunque me conformé con ver que se vestían igual. Por lo menos ahí me di cuenta de que aun veía algo bien con las gafas.
Salí algo triste y nostálgico mientras terminaba de comerme el pan que compré para disimular.
Vielen Dank für das Lesen!
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