josephinemarch Jo March

Una celebración. Un espíritu roto. Una mano amiga. Cuando la hipocresía y el dolor te invaden, a veces no hay más remedio que destrozarlo todo y volver a empezar.


Kurzgeschichten Nur für über 18-Jährige.

#abuso #drama #amor #superación #amistad
Kurzgeschichte
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Destrózalo todo

El tío Max sonreía en medio de su discurso mientras yo imaginaba que destrozaba sus perfectos dientes blancos con un golpe de martillo.

Sin embargo, incluso para mí odio visceral, la escena resultó tan violenta en mi mente que cambié el martillo por una elegante daga y se la clavé en el corazón de un solo golpe una y otra y otra vez, así, así, así, más, más, más, más...

Un pitido agudo invadió todos mis sentidos. Dejarme ganar por la rabia siempre desataba recuerdos, y los recuerdos se me clavaban en cada músculo con una saña que me producía la necesidad de aullar desesperadamente.

Las risas me rescataron. Los invitados celebraban las bromas del tío Max.

Mi madre y mi padrastro festejaban sus veinticinco años de hacerse la vida imposible, con tal entusiasmo que, de verdad, parecían creerse la farsa de su matrimonio próspero y dichoso.

Todo el mundo disfrutaba la reunión, la bebida, las risas, los discursos, las ingeniosas bromas del tío Max. La algarabía reinaba y yo escuchaba atenta con ganas de prenderle fuego a tanta hipocresía para darles de beber sus cenizas en el champagne.

Todo el mundo sabía que mi madre y mi padrastro se soportaban cada vez menos, pero había que cumplir la formalidad y dejar las críticas para el camino a casa; entonces podrían disparar contra todos sin miedo y sin asco.

El tío Max seguía hablando.

La familia es lo más importante, bla, bla, bla, los vínculos valiosos no se rompen tan fácilmente, bla, bla, bla, el amor y la unión y confianza y bla, bla, bla, bla, quisiera hacerte comer mierda, tío Max...

—Ven, hija, queremos escuchar tus buenos deseos para tus padres.

No me moví. Pasó el suficiente tiempo como para que los invitados se me quedaran viendo y mi madre se pusiera roja de rabia y vergüenza. Un fotógrafo estaba grabando, mi "escena" quedaría para posteridad.

—Ana, te estamos esperando.

El infierno también te espera y aún sigues aquí.

Mi madre empezó a cuchichearle a su hermano y le quitó el micrófono.

—Ay, Max, sabes que mi Ana es tímida. No necesitas decir nada, hijita, tu papá y yo sabemos cuánta felicidad nos deseas. Nos lo demuestras todos los días...

Supuse que decirles que se divorcien de una vez era lo que ella consideraba mi forma de desearles felicidad.

Mi madre hinconeaba con el micrófono a mi padrastro y este, el verdadero tímido de la familia, intentaba, entre murmullos y muecas, librarse de ella y salir corriendo.

No lo hizo, claro, pero se puso más tieso que una figurita de madera y balbuceó con torpeza un agradecimiento corto y simplón. Mi madre quería matarlo. Vi en sus ojos esa furia asesina que se apoderaba de ella la mayor parte del tiempo que pasaba con él.

Pensé que la parte formal había acabado al fin y que seguiría el festejo como tal, pero mi hermana, inocente y estúpida como nunca, me tomó de la mano y de un tirón me colocó junto a ella, al lado de su padre, y empezó un mini discurso en que me incluía. Cuando acabó, me puso el micrófono en la mano.

Cómo la odié entonces.

—Gracias por venir... —empecé a decir con la gratitud de un pez al pescador, hasta que me topé con la mirada de mi ex.

A mi madre sacrosanta le había parecido buena idea invitarlo. A su favor debo decir que ella no sabía la forma tan desagradable en que habíamos terminado, además que la madre de él es su mejor amiga, pero la rabia se me subió a la cabeza una vez más.

La gente empezó a parecerme tan absurdamente repulsiva en su falsedad e hipocresía que empecé a odiarlos a todos y cada uno.

—Váyanse a la mierda.

Mi hermana, aterrada, me quitó el micrófono apenas me salió la frase, pero eso desató más mi furia y se lo arrebaté de un tirón.

—No hay uno solo de ustedes a los que de verdad les importe si mi mamá y Alonso se quieren o se sacan o los ojos... o sí, seguro que esto les gustaría, les daría bastante de qué hablar...

Mi madre reaccionó como un francotirador: rápida, certera, letal. Me sacó a rastras del salón hasta un pasillo.

—¡¿Qué mierda pasa contigo?! Si no tenías nada bueno que decir podrías haberte quedado callada, ¡¿por qué me odias tanto?!

Tenía una lista de razones. La había hecho hacía unos meses y se la llevé a mi terapeuta, se suponía que estaba trabajando en superarlas.

—¿Por qué no dejas de vivir una mentira? —le pregunté—. Debería darte vergüenza hacer todo esto cuando el pobre de Alonso está rogando para que le des el divorcio...

—¿Por qué me odias? ¿Por qué te divierte atormentarme? ¡Soy tu madre, Ana!

Empezó a sollozar y dar alaridos incomprensibles. Me enfureció todavía más. Le dije alguna crueldad, no recuerdo cual. Me dió un bofetón e intentó tirarme del pelo, pero alguien se interpuso.

—Tía, cálmate...

¡Ja! La oveja más negra de toda la historia familiar de mi padrastro se lo decía. El que había causado los escándalos más terribles en cuanta reunión aparecía. Mi madre lo aborrecía, pero estaba en pleno ataque de nervios y se dejó consolar.

—Llévatela, no quiero verla.

Me dolió, lo reconozco. A pesar de mi lista de razones para odiarla, la quería. Incluso cuando Alonso era mil veces mejor padre-madre que ella, la quería más que a nadie. Mejor dicho, era la única persona por la que no me había tirado de un puente... todavía.

Jack me tomó de la muñeca y me sacó de allí. El tío Max apareció justo antes de que desaparecieramos escalera abajo y me miró. Cada vez que me miraba quería arrancarle los ojos.

—¡Hijo de puta! ¡¡¡Grandísimo hijo de puta!!!

Jack me cargó por la cintura para hacerme bajar, de lo contrario habría regresado y lo habría matado.

Tantos años aguantando las ganas...

—¿Cuántas botellas de champagne te tomaste? —preguntó Jack en cuanto me soltó en el primer piso.

Era corpulento y mucho más alto que yo, pero jadeaba cansado.

—Ana...

Ana, Ana, Anita, Ana, Ana, Anita la huerfanita...

Incluso de pequeño era cruel.

—Vete a la mierda tú también —le dije y empecé a caminar en una dirección cualquiera.

Luego de un rato de andar su moto empezó a avanzar a mi lado.

—Sube.

—Púdrete.

—Sube o te subo.

—Púdrete.

Caminé solo unos pasos más cuando lo sentí cargarme como hace el recién casado con su flamante esposa. El movimiento fue tan repentino que tuve un mareo y me aferré a su hombro, aturdida. Recién reaccioné cuando me sentó en la moto.

Intenté bajar, pero se colocó delante, entre mis piernas, y me atrapó los brazos a los lados del cuerpo.

—Hijo de puta.

—Tienes que aprender más insultos, An.

Iba a decirle que fuera a joder a una de sus putas, pero me sostuvo el rostro de repente, con ambas manos.

—¿Por qué...? —sus pulgares enjugaron mis lágrimas.

Ni siquiera me había dado cuenta de que lloraba.

—¿Qué pasa? —volvió a preguntar y esta vez pude distinguir su mirada en la penumbra de la calle.

Jack solía ser mi amigo. Viví desde los cinco años con Alonso, cuando se casó con mi madre, y prácticamente crecí con este sobrino suyo. Aunque al principio era malo conmigo, terminamos llevándonos bien de niños y teníamos cierta complicidad de adolescentes, pero en la juventud y adultez su temperamento cambió, se metió en toda clase de problemas y se convirtió en casi un extraño para mí. Ese día llevaba más de un año sin verlo y, sin embargo, su mirada volvía a ser la del chico amable y comprensivo al que estuve a punto de contarle todo el día en que intenté suicidarme por primera vez.

—Dímelo, An.

Quise hacerlo, pero no sabía cómo explicarlo. Lo del tío Max era solo una parte. La más asquerosa, tal vez, pero solo un trozo de entre toda la podredumbre que llevaba dentro.

Tengo ganas de llorar, Jack. Me duele mucho y no sé cómo aliviarlo. Me duele y no sé dónde. Quiero meter la mano y arrancarme el corazón, pero solo hay un hueco allí, un agujero negro que se lo traga todo, que me traga a mi por partes cada día. Me siento seca y vacía. Me siento sucia, inmunda, dañada, loca, puta, sola, muda, débil... Me siento cansada, Jack.

—Me siento tan cansada...

Jack besó mis lágrimas. Jack me abrazó. Y entonces no me contuve más.


*****


No recuerdo cómo llegué a su casa, pero desperté en su cama, aturdida y con resaca.

Me levanté y encontré una nota junto a su mesita de noche. "Voy a tardar en regresar. Te dejé una llave." decía.

La última vez que estuve allí fue poco antes de que desapareciera. Me sorprendió su llamada, pero fui porque dijo que era importante. Para él nada importaba así que aquello era extraño. Mi visita no duró más de cinco minutos pues solo me entregó un sobre sellado.

—¿Para esto me hiciste venir?

—Guárdalo, por favor. Cuando regrese te llamaré para pedírtelo... o alguien se comunicará contigo.

—¿Alguien? Toma, pídeselo a otro, no quiero involucrarme en tus cosas raras.

—No confío en nadie más. Y tranquila que no es nada ilegal.

Me quedé el sobre, lo guardé en un cajón en mi ropero y nunca volví a acordarme de el. Por lo menos hasta ese momento en que desperté en su cama.

Jack no regresó en todo el día y yo no volví a mi casa porque recordaba muy bien lo que hice. Me extrañó que mi madre no se comunicara conmigo, pero supuse que Jack le había avisado dónde estaba.

Me quedé todo el día allí, picoteé un poco de fruta que encontré en su pequeña cocina. Para cuando se hizo de noche ya no soportaba el vestido que tenía puesto, así que me bañé y me puse un pantalón y una camiseta que le cogí del armario.

Él volvió poco después.

En cuanto lo vi tuve supe que yo tenía la culpa. Los golpes en su rostro no eran graves, apenas un moretón por aquí y por allá, pero mi instinto me hizo bajar la vista a sus manos. Tenía los nudillos destrozados.

—Iba a matarlo —dijo, apretando los puños como recordando lo que hizo con ellos.

Empecé a sentir que me faltaba el aire. La vergüenza picaba en mi piel de un forma enfermiza, me provocaba arrancármela con las uñas.

—No lo hice. Solo lo golpeé...

Crucé los brazos. Me clavé las uñas. El lo sabía. Yo misma se había contado hacía unas horas.

—¿Qué tan duro le diste? —pregunté y el elevó las cejas— ¿Gritó? ¿Pidió auxilio?

—Le tapé la boca y no pudo decir nada.

Solté una carcajada. Me reí cada vez más hasta acabar llorando. Jack me abrazó y yo le rodeé el torso con los brazos. Lo apreté tanto que me quedé sin aire, pero él no se quejó.

—Perdóname —dijo en su lugar—. Te dejé sola... No me di cuenta... Perdóname...

—Quiero morir, Jack —dije yo y está vez fue él quien me apretó fuerte—. Estoy fallada, no sé cómo arreglarlo.

—Tú no tienes nada que arreglar.

—No soy normal. Odio a la gente. Quiero que desaparezcan todos y me dejen en paz.

—Creo que la mayoría de las personas se siente así por lo menos una vez...

—Estoy cansada. Quiero parar. Ya no quiero estar aquí. Quiero irme, quiero irme, quiero irme... Ayúdame...

Sentí sus lágrimas en mis mejillas y me dolieron más que las mías. Tenía un amigo otra vez, ya no estaba sola.

En algún momento me llevó a la cama. Se recostó a mi lado y me acomodó en su pecho, allí me acarició el cabello hasta que me quedé dormida. Cuando desperté de un salto, él se levantó también y me volvió a acostar.

—¿Por qué lo haces? —le pregunté.

Me refería a las caricias que hacía en mi espalda, en mi cabello, y al hecho de que estuviera allí conmigo en lugar de ignorame y seguir con su vida.

—Porque te quiero.

—¿Me quieres?

—Sí.

—¿Cómo?

—No lo sé...

—¿No sabes cómo me quieres?

—No sé cómo explicarte cómo te quiero.

Recuerdo su cuerpo cálido. Su respiración acompasada. Recuerdo la tranquilidad que sentí. Hacía tanto que no encontraba un poco de paz...

—Puedes hacerme el amor, si quieres —le dije, en un extraño instinto.

—Sí quiero, pero no te haría bien.

—Ya me hiciste bien. Pensé que ya nunca volveríamos a ser amigos.

—Creo que tú me olvidaste, pero yo siempre he pensado de ti. Por eso te dejé el sobre.

—¿Qué hay dentro?

—Mi testamento. Me fui con la intención de enmendar el camino o de morir.

Sentí miedo al escucharlo, pero también sentí que comprendía perfectamente esa situación. Tal vez yo llegara a ese punto también.

—No me di cuenta de lo que pasabas —dije—. Lo siento. Apenas podía ocuparme de mi misma.

Jack me dió un beso en cabeza.

—No voy a dejarte sola otra vez. Y voy a hacerlo pagar. Y encontraré la forma de ayudarte a sanar.

—No se puede.

—Si yo pude tú podrás.

No sé por qué, pero puse mi mano sobre su pecho. Sobre su corazón.

—Te extrañé —le dije y él comprendió.

—También te extrañé.

—¿Volverás a irte?

—Nunca más.




18. Juli 2020 03:29 0 Bericht Einbetten Follow einer Story
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Das Ende

Über den Autor

Jo March Escribo para sacar de mi mente todos los mundos y personajes que habitan allí y que, a menudo, me salvan de la realidad. ¿Nos comunicamos?

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