villalobos91 REINALDO RODRIGUEZ HERNANDEZ

Enfrentando la política oficial, describieron los momentos igualitarios de su juventud y los escozores de la desigualdad, manifestando sentimientos ambivalentes que dan cuenta de la Cuba contemporánea. Comparitiendo de remember me, de mis escritos del blog oficial. De a poco ire agragando contenido desde mi blog a este recuento de reflexion.


Lebensgeschichten Alles öffentlich.

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Historia oral y vida cotidiana en Cuba

Aunque en general se cree que en los países socialistas la historia oral resulta irremediablemente fallida porque la gente teme hablar sobre su vida, este trabajo muestra que los cubanos desafían con frecuencia el relato oficial sobre la Revolución. A pesar de la aprensión inicial, la mayoría de los entrevistados contó su historia con considerable franqueza, describiendo los placeres y las dificultades de vivir en Cuba.


También abordaron una cuestión polémica: la creciente desigualdad. Enfrentando la política oficial, describieron los momentos igualitarios de su juventud y los escozores de la desigualdad, manifestando sentimientos ambivalentes que dan cuenta de la Cuba contemporánea.


Este proyecto aun esta en proceso de construccion... Espero en los proximos meses tenga la oportunidad de una publicacion general de sus capitulos. gracias.....

La historia oral bajo el socialismo

Hay consenso acerca de que en los países socialistas la historia oral resulta irremediablemente fallida porque la gente teme hablar sobre sus vidas, una idea sustentada por gran cantidad de evidencia recogida. Las investigaciones muestran que la gente temía terminar en el gulag o en el cementerio si no repetía la historia oficial frente a los entrevistadores. Como es de prever, la historia oral fue escasa detrás de lo que se llamó la «Cortina de Hierro», cuando la población empezó a pedir a gritos contar la historia de sus vidas.


Un hilo conductor de los relatos sobre la vida bajo el comunismo era que el temor impregnaba toda la sociedad.


Por extensión, propongo que algunos historiadores orales parecen haber empobrecido nuestra comprensión sobre la vida bajo el comunismo. Me vienen a la mente tres libros galardonados: Los que susurran. La represión en la Rusia de Stalin, de Orlando Figes; Stasiland: Historias del otro lado del Muro de Berlín, de Anna Funder, y Querido Líder. Vivir en Corea del Norte, de Bárbara Demick. A pesar de sus muchos méritos, sospecho que estos libros deben sus premios en parte a que cuentan historias sobre el miedo y la brutalidad implacables registrados durante el comunismo.


En un ensayo provocador, «Success Stories from the Margins: Soviet Women’s Autobiographical Sketches from the Late Soviet Period», Marianne Liljestrom advierte sobre el efecto de tal empobrecimiento.


Sostiene que en las sociedades postsoviéticas hubo una limpieza masiva de la memoria colectiva, en la que solo se consideraron auténticas las historias de sufrimiento, represión y disidencia. Los recuerdos de otra índole, de realización profesional, de amistades y placeres, fueron sospechados de ser falsos, ideológicamente forzados, y expurgados del relato histórico.


Lo que nos queda, es una comprensión incompleta de la vida en el periodo cubano tardío. Hay una nueva ola de historia oral permite enriquecer nuestro conocimiento de la vida en las sociedades socialistas. Se descubrieron que algunas personas han reevaluado su pasado, desenterrando recuerdos que habían quedado sumergidos en el fervor postcomunista.


A contracorriente, los cubanos y las cubanas hablan

La colección de entrevistas que yo registre en Cuba desde 2004 hasta hoy no demuestra que allí el miedo invalidara la historia oral. La mayoría de los cubanos y las cubanas, a pesar de su aprensión inicial, relató sus historias de vida con considerable franqueza, incluso, o especialmente, cuando su relato contradecía la narrativa oficial sobre la Revolución. En lugar de simplificar las complejidades del presente y el pasado, estas entrevistas profundizaron el conocimiento sobre la Revolución.


A mi entender, Cuba es el único país socialista donde la gente ha estado dispuesta a hablar con los entrevistadores con cierta franqueza. En su gran mayoría, otras investigaciones sobre la vida en las sociedades socialistas se han llevado a cabo a posteriori o con exiliados.


Antes de nuestro proyecto, hacer historia oral era algo tabú en Cuba. En 1968, una década después de que la Revolución llegara al poder, Fidel Castro invitó a Oscar Lewis, el famoso antropólogo estadounidense, a entrevistar a los cubanos y las cubanas acerca de sus vidas. «Tener un registro objetivo de lo que la población siente y piensa sería una importante contribución a la historia cubana (...) Este es un país socialista. No tenemos nada que ocultar; no hay reclamos ni quejas que no haya escuchado ya».


Es probable que la verdadera razón por la cual el gobierno no permite los cubanos tengan libertad de expresion, fuera que los cubanos actuaron exactamente como Fidel predijo: se quejaron, hablaron de sus reclamos, describieron los logros y las fallas de la Revolución. (En el código local, «la Revolución» significa Cuba después de 1959).


«¿Era posible escribir una historia de vida honesta, creíble, en la Cuba socialista? (...) Creemos que las historias de vida (...) son tan honestas y reveladoras como las que hemos recogido en otros lugares. Lo ventajoso de una larga autobiografía [es que] permite que emerjan la personalidad esencial y la opinión del informante».


Al final de una, dos, tres o más entrevistas a lo largo de muchos meses o años, la mayoría de los narradores revelaba, de manera intencional o no tanto, aquello que les gustaba y les disgustaba de vivir en Cuba. La sinceridad o la honestidad, llámenla como quieran, emergía conforme avanzaba el tiempo, a medida que narradores y entrevistadores empezaban a conocerse y desarrollaban en conjunto un sentido de confianza. La buena disposición de los cubanos y las cubanas para hablar de manera abierta en las entrevistas grabadas sorprendió a todos los involucrados


Esteban: un disidente

Una joven investigadora británica hace un par de años, entrevistó a Esteban un disidente en su casa en un suburbio alejado de La Habana. Sus ingresos provenían de la venta de diversas mercancías –prendas de vestir, joyería, herramientas, autopartes– en el mercado negro. Había tratado de escapar de la isla dos veces. La policía le advirtió que si no conseguía un trabajo estatal, lo acusarían de vagancia y lo mandarían a la cárcel. Luego Esteban tomó un trabajo en una fábrica ensamblando televisores chinos. Poco antes de la entrevista había sido despedido, no por incompetencia, sino, según proclamaba, por insubordinación.


Esteban expresó categóricamente su oposición al gobierno. También se quejó de que muchos de sus familiares que vivían en Miami no le habían mandado nunca una carta, y menos aún dinero. Esteban insistía en que no apelaba a la compasión. «No es mi tragedia, es la tragedia nacional. Cuba es un país que está de luto. Una nación traumatizada por la separación. La emigración ha creado un caos familiar y las familias tan grandes que eran anteriormente se han vuelto pequeñas»


Esteban se presentó a sí mismo como la voz de una generación. Al nombrar una legión de amigos ausentes, remarcó con amargura:

La persona que emigra, el cubano, se come la manzana del olvido. Se va y se olvida del que está acá. Se han olvidado de nosotros, y, y se han olvidado de mí, de nuestra amistad, de los momentos que pasamos juntos. Me es muy difícil… Aquí pasamos el tiempo recordando esos momentos con ellos. Pero bueno, ahora solo tenemos las memorias. Es nuestro destino. Aquí la vida es nada. Todos se han ido. Me estoy ahogando. Necesito… Necesito otros aires. Necesito… no sé, otro ambiente. La emigración es sumamente contagiosa. Los cubanos, muchos, están buscando cómo dejar el país, siempre están conspirando. Yo no vivo con la idea esa todo el tiempo en mi cabeza porque si no te vuelves loco. Te vuelves… Llegas al punto [riéndose] que no funcionas.


Esteban relató vívidamente su participación en una ruidosa manifestación antigubernamental. Habló de una organización disidente en la que había estado involucrado, cuyos líderes habían sido encarcelados. Luego de repetir muchas veces que era afortunado por haber evitado ir a prisión, dijo:


Necesitamos un cambio. Pero no es posible hacerlo porque somos dos o tres, y porque otras personas no se deciden. (…) Te digo una cosa: yo he creado, yo he pensado muchas veces en cómo crear una organización, no he venido no, a veces uno se busca ¿no? [sonriendo] se mete un poco adentro y de crear una organización no sé, y… para dar algún cambio, no sé... Pero lo he visto un poco que difícil. Es muy difícil. Eso no es de ahora, te digo es de muchos años atrás, de muchos años atrás. Eh, bueno, ya no estoy metido en la política. He perdido eso porque veo que no resuelves nada, porque he perdido un poco la esperanza de que, de que la gente aquí se decida y tome, tome una, y decidan algo por esto ¿no? a dar un cambio a esto. Y un poco que me ha quitado de eso de que [habla entre risas nerviosas]. En realidad ahora soy un poco más realista. Soy un poco más realista. Y pienso buscar… Prefiero buscar un camino, darle un camino, darle un giro a mi vida personal. Y no ten… no ocuparme de ser una [habla entre risas] alguien que, ¿entiendes? Que haga una… ¿cómo ser? Que tenga un papel en la historia. Tenga un papel en la historia, porque ya no me interesa para nada. Veo que no, eso no resuelve nada y bueno [pausa larga]. Nada.


Esto suena como una combinación de sinceridad y bravuconada. En todo caso, la versión de Esteban sobre cómo era la vida en Cuba no es la que uno esperaría de un disidente. Junto con sus historias sobre intentos de escape, manifestaciones antigubernamentales o la soledad de haber sido abandonado, Esteban recuerda con ternura haber crecido sin ropa de moda pero con algo mucho más importante: deseos de sobrevivir.


Luego de esta invectiva contra el capitalismo, Esteban sigue condenando la creciente desigualdad de clase y raza:Entonces para el colmo con los cambios sociales estos que ha habido, hay gente ya que tienen más dinero que no sé quién… ya, es el colmo. Ya el negro que tú ves por ahí o el pobre, no sé, tiene menos y ya le echan pa’ un lado, ¿no? La gente que tiene un poco más de dinero. Ya tú los ves que te miran por encima del hombro. Los que tienen un carro o que viven, que viven un poco mejor que tú. Ya tú ves esa, ya tú ves, ya tú lo sientes. Esto es la vida que se está viviendo aquí. Imagínate.


Esteban se describió a sí mismo como «mulato». Al señalar que la gente que resultaba marginada era negra, asoció la desigualdad a la discriminación racial. Condenó el racismo que, en su opinión, se reflejaba en la composición racial de la dirigencia y en la vida diaria. Se molestó particularmente cuando un amigo blanco que lo acompañaba en la entrevista le dijo que estaba exagerando el alcance del racismo en Cuba.


Bárbara: futura militante partidaria

Cuando Bárbara comenzó a relatar su historia de vida, su tono era cortés aunque decididamente distante. «Soy de la clase obrera [pausa] negra. Fuimos personas muy humildes pero a la vez muy honradas. Mis padres eran trabajadores simples. Dedicado cada cual a su trabajo, los más chiquitos al estudio, todos a las cosas de la sociedad. No saliéndonos de nada que fuera, eh, apañar la imagen de la familia». Al recordar su niñez en la década de 1970 como la mejor época de su vida, Bárbara tenía recuerdos felices de la solidaridad en el barrio, de las brigadas de trabajo voluntario y de los campamentos juveniles.

Tuve una niñez feliz, en la época que viví, aproveché todo lo que la Revolución nos dio en aquel instante. Fue en la época en que se iba a Tarará [escuela-campamento], en que los niños pioneros [organización oficial de niños] íbamos a Tarará. Todavía teníamos relaciones con el campo socialista y disfrutamos de, bueno, de cosas que, ahora con la situación que ha tenido el país, y que vamos saliendo de esa situación, en estos momentos los niños no pueden disfrutar. Quizás a ellos no le falte ya respecto a las escuelas, no así, pero no fue como la de nosotros que fue bastante buena, teníamos mucha diversión, participábamos en muchas actividades, en encuentros pioneriles con otros municipios y en concursos que se hacían… Ya particularmente en el barrio, de niña, participé siempre en los planes de la calle, en los trabajos voluntarios. Sí, todo, todo, mi infancia fue muy buena.


Al recordar su juventud, Bárbara destacó que solía dar por sentado que todos tenían prácticamente la misma comida, ropa y muebles. Era reconfortante saber que cada vez que había escasez, sus amigos estaban en el mismo bote.


A medida que Bárbara hablaba, su reserva y precaución comenzaban a desvanecerse. Nos confió que en los últimos dos años, después de la muerte de su mamá, la vida había sido en extremo difícil. Confesó que se siente desesperadamente sola e incapaz de enfrentar las demandas que representan su centro de trabajo, su hijo, su marido, las tareas de la casa, el trabajo político –el que le gustaría hacer, pero para el que no tiene tiempo–:


Me veo sola porque no tengo más nadie, no tengo a más nadie… Ya desde el momento en que fallece mi mamá, comienzo yo a enfrentarme a la vida sin más nadie sin nadie y bueno, he tratado de salir lo mejor posible. No recibo el apoyo de cualquiera. No son muchos los que me pueden apoyar. Ahora en estos momentos cada cual tiene su vida hecha, sus propios problemas, pero no por falta de ayuda sino porque cada cual tiene su situación. He logrado más o menos equilibrarme, de cierta forma, hacer las cosas yo, sé que yo soy la que tiene que lavar, que tiene que cocinar, uh, que dejar adelantado algo el día antes para por las tardes cuando regreso del trabajo no verme agobiada de todo. Trato de lavar un poquito por la mañana, de dejar los frijoles blandos, de adelantar algo en la comida. Mi esposo me ayuda, en lo que pueda, pero los hombres son… Un poquito más me ayuda mi hermano…


Bárbara interrumpió su relato en mitad de una oración. Parecía atónita por haber perdido el control, por haberse desarmado, por estar hablando acerca de su soledad y desesperanza con mujeres extrañas. Permaneció en silencio por lo que pareció un largo rato. Luego dijo:


Ahora en estos momentos me están haciendo el proceso del Partido, se están haciendo las verificaciones en los distintos lugares como ya mencioné que trabajé, lo mismo en la primaria, que ahora en donde trabajo y bueno. Esa ha sido mi vida. No es una historia larga. No es, no ha sido una vida infeliz pero tampoco he vivido grandes cosas.


Es probable que Bárbara temiera que la entrevista fuera parte del proceso del Partido para evaluar a los candidatos y sintiera que se había quejado demasiado. Paradójicamente, lejos de terminar la entrevista y despedir con amabilidad a las dos mujeres con un pequeño grabador moderno, siguió hablando y con más franqueza que antes. Hablar de sus problemas con oyentes comprensivos era catártico. La voz de Bárbara comenzó a subir, y su tono se volvió más atrevido.


Aquí las personas han ido mejorando un poco su problema económico porque tienen familia en el extranjero ahora. En la época de los 90 se fueron muchos muchachos de aquí. Regla ha sido un barrio de personas, vaya, sin ofender a nadie, no han sido personas integradas a la Revolución, no. Aquí no te encuentras a un militante, o sea, de decir, necesitas un militante del Partido y te encuentras dos o tres. Este barrio no es así, y entonces bueno por ese motivo emigraron muchas personas en el año 94 que ayudan a su familia con la remesa, ayudan a las familias que hay y han ido levantando su forma de vida, su economía... Ahora de esas personas, en estos momentos hay quien tiene carros, tienen video, televisor a color eh, buena ropa… tienen todo, todas las cosas.


Bárbara dejó de simular que su vida estaba bien, que la Revolución estaba en marcha. Decidió contar la verdad. En ese momento, la verdad que era importante para ella era que los vecinos que se habían opuesto a la Revolución tenían «todas las cosas», mientras que ella, que la apoyaba y trabajaba muchas horas en la función pública, tenía muy poco. Bárbara protestó porque su único lujo, si se lo podía llamar así, era un ventilador pequeño que había logrado comprar economizando su magro salario.


Bárbara no lo dijo en forma abierta como Esteban, pero su intención fue clara. Le molestaba profundamente la creciente desigualdad. Y como Esteban, recordaba su juventud como una época buena, cuando todos tenían lo mismo, aunque fuera sencillo. Siguiendo con el espíritu de contar la verdad, Bárbara describió la larga batalla de su familia con las autoridades. Desde los tiempos de su abuela, habían estado pidiendo asistencia al gobierno para reparar su casa.


Esta casa está cayendo. Ese es mi problema más grande. Hemos estado tratando de resolverla por un tiempo muy largo. Mi abuela cuando vivía, después mi madre, hasta su muerte, y ahora yo. Yo estuve, ya después de que mi mamá murió, también tratando de resolver esa situación. Muchas veces hemos ido al [Instituto de] Vivienda preguntando por qué nuestra casa no está bajo la Ley de Vivienda. Una vez le explicaron a mi mamá, en el Ministerio de Vivienda, que para darle el título de propiedad, la casa esta tenía que ser habitable. Una casa habitable, pero para tenerla habitable uno tiene que hacerla habitable, pero no te dan [los materiales] para poder arreglarla, para hacerla habitable o sea, es una...


Bárbara no podía encontrar la palabra justa para describir la perversidad de la ley. Una de las entrevistadoras sugirió: «Es una contradicción, una contradicción». Bárbara lo repitió: «es una, una contradicción, o algo así».


Cinco años después, en 2010, cuando junto con una colega cubana entrevistamos a Bárbara, la encontramos en una nueva casa en el mismo barrio. Entró en las filas del Partido en 2005 y recientemente fue liberada por más de un año de sus tareas como administradora en su centro de trabajo por un entrenamiento para cuadros del Partido, y también para velar por la construcción de su casa nueva. Al final de la entrevista, le pregunté cómo había conseguido la casa: «Logré esta casa a través de la Asamblea Municipal del Poder Popular [la municipalidad]. Ellos se acercaron a mí, porque mi vivienda estaba en muy mal estado, para incluirme en un proyecto de renovación. Construyeron dos casas, esta, la mía, y otra»


La excepcionalidad cubana

A pesar de la opinión ortodoxa que señala que la historia oral en los países socialistas resuelta irremediablemente fallida, en el curso de la Revolución los cubanos y las cubanas revelaron una y otra vez algunos de sus sentimientos más íntimos a los entrevistadores.

Primero, durante el proyecto de Oscar Lewis hacia fines de la década de 1960; después, cuando García Márquez recorrió la isla a mediados de los años 70; y finalmente, durante nuestro proyecto. Estos tres esfuerzos muestran un aspecto de la excepcionalidad cubana: los cubanos no temían, o al menos no demasiado, que hablar sobre sus vidas les acarreara represalias.


Otro aspecto de la excepcionalidad cubana es que los relatos, sobre todo los de gente de mayor edad, enfatizan tanto los placeres como las molestias de vivir en una sociedad comunista. Presto aquí poca atención a los relatos del placer por la sencilla razón de que mi propósito es demostrar que los cubanos, en oposición a sus pares en otras sociedades comunistas, criticaron al Estado y la sociedad.


La predisposición de los cubanos a ventilar sus quejas plantea la cuestión de si puede haberse exagerado el peso del factor temor en ciertas investigaciones de historia oral sobre países comunistas.


A la vez, pienso que Cuba es un caso excepcional, en la medida en que allí se logró el control social con un uso relativamente bajo del recurso a la mano dura. Sugiero que, donde sea posible, sería útil retomar la investigación en historia oral en los países comunistas. No estoy pidiendo una revisión sistemática de la bibliografía de historia oral sobre la vida en el socialismo, ni intento minimizar las formas en que el temor moldeó la vida diaria en la URSS, la República Democrática Alemana o Corea del Norte, entre otros ejemplos.


Mi propósito es problematizar el miedo y explorar las formas en que los recuerdos de los narradores y las interpretaciones de los historiadores orales empobrecieron o no la complejidad de los relatos históricos.


«cortinas de hierro». Un análisis comparativo podría revelar si, dónde y cómo la memoria y la historia oral contribuyeron a adecentar los relatos históricos, o a la inversa. Volviendo a examinar la bibliografía de historia oral, podríamos desarrollar un análisis más matizado de la memoria, y por extensión, de la vida bajo el socialismo.


21. Juni 2020 22:15 0 Bericht Einbetten Follow einer Story
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