Sintió miedo, pero la curiosidad fue más fuerte, así que pensó en abstracto esta vez y le pareció como si estuviera en el agua. El torso, los brazos y las piernas flotaban, no cabía duda. Sólo la cabeza, obstinada, pesaba como una piedra. Entonces, sintió accionar el resorte y el zumbido de la cuchilla cayendo a la altura de la cuarta vértebra cervical.

Cuando lo trajeron a aquel sótano, y vio los montantes verticales rojos, un escalofrío recorrió su cuerpo. - Señor Bonanno, perdón! - Suplicó. - Fuiste un buen Consigliere, mereces algo digno, por eso vamos a usar este objeto de mi colección - dijo, sádico, el Jefe de la familia y a una señal, el Caporegime se acercó al condenado, lo arrastró hasta meterlo en el cepo y se paró al lado de una palanca.

- Piensa en lo que hiciste! - La voz Bonanno, alias Don banana, sonó brutal. Y el condenado pensó profundo y sintió que al pensar se despegaba un poco más del cuerpo. Era una impresión extraña: perdía conexión. Se quebraba. La imagen del agente antinarcóticos chantajeandolo con aquellas fotos comprometedoras y pidiendo cada vez más información, le llegó nítida.